31/1/11

Ecce Homo (Fragmento)




El estar libre de resentimiento, el conocer con claridad el resentimiento ¡quién sabe hasta qué punto también en esto debo yo estar agradecido, en definitiva, a mi larga enfermedad! El problema no es precisamente sencillo: es necesario haberlo vivido desde la fuerza y desde la debilidad. Si algo hay que objetar en absoluto al estar enfermo, al estar débil, es que en ese estado se reblandece en el hombre el
auténtico instinto de salud, es decir, el instinto de defensa y de ataque. No sabe uno desembarazarse de nada, no sabe uno liquidar ningún asunto pendiente, no sabe uno rechazar nada, todo hiere. Personas y cosas nos importunan molestamente, las vivencias llegan muy hondo, el recuerdo es una herida purulenta.
El propio estar enfermo es una especie de resentimiento. Contra esto el enfermo no tiene más que un gran remedio: yo lo llamo el fatalismo ruso, aquel fatalismo sin rebelión que hace que un soldado ruso a quien la campaña le resulta demasiado dura acabe por tenderse en la nieve. No aceptar ya absolutamente nada, no
tomar nada, no acoger nada dentro de sí, no reaccionar ya en absoluto. La gran razón de este fatalismo, que no siempre es tan sólo el coraje para la muerte, en cuanto conservador de la vida en las circunstancias más peligrosas para ésta, consiste en reducir el metabolismo, en tornarlo lento, en una especie de voluntad de
letargo invernal. Unos cuantos pasos más en esta lógica y tenemos el faquir, que durante semanas duerme en una tumba. Puesto que nos consumiríamos demasiado pronto si llegásemos a reaccionar, ya no reaccionamos: ésta es la lógica. Y con ningún fuego se consume uno más velozmente que con los afectos de resentimiento. El enojo, la susceptibilidad enfermiza, la impotencia para vengarse, el placer y la sed de
venganza, el me zclar venenos en cualquier sentido para personas extenuadas es ésta, sin ninguna duda, la forma más perjudicial de reaccionar: ella produce un rápido desgaste de energía nerviosa, un aumento enfermizo de secreciones nocivas, de bilis en el estómago, por ejemplo. El resentimiento constituye lo prohibido en sí para el enfermo: su mal, por desgracia también su tendencia más natural. Esto lo
comprendió aquel gran fisiólogo que fue Buda. Su «religión», a la que sería mejor calificar de higiene, para no mezclarla con casos tan deplorables como es el cristianismo, hacía depender su eficacia de la victoria sobre el resentimiento: liberar el alma de él, primer paso para curarse. «No se pone fin a la enemistad con la enemistad, sino con la amistad»; esto se encuentra al comienzo de la enseñanza de Buda; así no habla la moral, así habla la fisiología. El re sentimiento, nacido de la debilidad, a nadie resulta más perjudicial que al débil mismo. En otro caso, cuando se trata de una naturaleza rica, constituye un sentimiento superfluo, un
sentimiento tal que dominarlo es casi la demo stración de la riqueza. Quien conoce la seriedad con que mi filosofía ha emprendido la lucha contra los sentimientos de venganza y de rencor, incluida también la doctrina de la «libertad de la voluntad» –la lucha contra el cristianismo es sólo un caso particular de ello–, entenderá por qué yo saco a luz, precisamente aquí, mi comportamiento personal, mi seguridad instintiva en la práctica. En los períodos de décadence yo me prohibía aquellos sentimientos por perjudiciales; tan pronto como la vida volvió a ser suficientemente rica y orgullosa para ello, me los prohibí por situados debajo de mí. Aquel fatalismo ruso de que antes he hablado se ha pues to en mí de manifiesto en el hecho de que durante años me he aferrado tenazmente a situaciones, a lugares, a viviendas y compañías casi insoportables, una vez que, por azar, estaban dados; esto era mejor que cambiarlos, que sentir que eran cambiables, que rebelarse contra ellos. El perturbarme en ese fatalismo, el despertarme con violencia eran cosas que yo entonces tomaba mortalmente a mal: en verdad ello era también siempre mortalmente peligroso. Tomarse a sí mismo como un fatum [destino], no quererse «distinto», en tales circunstancias esto constituye la gran razón misma.




30/1/11

Concreción negra del café...





Concreción negra del café en la taza.
Pequeña superficie circular inmóvil.
Es necesario que la vibración exterior se acentúe para que se perturbe.
Olor fuerte.
Concentrado.
Líquido que es potencia.
Negro olor a quemado.
Un viejo con gorra de cuero tostaba el café delante de su casa.
El humo tenue se escapaba del aparato.
Permanecía suspendido en el aire frío.
Envolvente.
Podía pensarse en bosques impenetrables.
Techos de lianas.
Gritos de pájaros desconocidos.
Gruñidos amenazantes.
Desplazamientos ágiles.
Invisibles.
Un calor petrificante.
El pequeño aparato era cilíndrico.
De hierro.
Con una minúscula tapa corrediza.
El fuego lo envolvía con sus llamas.
El viejo permanecía horas sentado.
Hacía girar lentamente la manivela del cilindro.
El olor acre se propagaba hasta muy lejos por el camino que llevaba a las casas.
Luego se lo olvidaba.
Como el olor del cementerio.
Esa acritud.
La putrefacción de las flores en la fosa detrás del portal de entrada.
Olor a mujeres negras.
Severas.
Lentas.
Tristes.
Estallido de la campanada.
La tierra roja o verde.
Un pozo.
Paredes fértiles.
Brillantes.
Venas amarillentas de la tierra.
Cómo imaginar que un día nuestro propio cuerpo estará enterrado en esta profundidad grasienta.
Pudrirse.
Reir.
Jugar.
El cementerio es un lugar sucio.
Café caliente de la mañana.
Las ventanas están abiertas.
Fuera todo está azul y nacarado.
Las tazas están llenas.
El pan en rebanadas.
La mantequilla blanda en el platito rosado.
La leche se mezcla con dibujos de filamentos.
Hay arándanos en los bosques.
Platería de peces en el río.
Por la mañana el gran corredor de la casa huele mucho tiempo a café.
Un café negro.
Un cafecito.
Hay adivinas que leen el porvenir en la borra del café.
Una mujer gorda medio borracha.
Los ojos húmedos.
Los pechos enormes.
La taza que gira entre sus dedos de uñas comidas.
¿Saber de cuándo data el uso del café?
Encontrar viejos libros ilustrados.
¿Es un fruto el café?
Forzosamente.
Las arañas no son insectos;
Un azúcar químico se disolvía en la taza de café y dejaba aparecer una substancia con forma de araña.
Un chasco.
Todos se reían.
Cambiaban la taza.
La araña negra flotaba en el fregadero entre la vajilla.
Hacía falta tener coraje para atreverse a tocarla con la punta del dedo.
Algo fofo.
¿En qué se transformaba después?
Las arañas de regaliz de patas rojas.
Las chicas que chillaban.
El cielo estaba tan claro.
La noche no caía.
Los grandes charlaban entre ellos en el jardín.
Las voces no eran ya sino murmullos. 

29/1/11

El Bosque de la Noche (Fragmento)





"Cuando se encontraba entre aquella gente, hombres que olían menos que sus animales y mujeres que olían más, Felix tenía la sensación de paz que antes experimentara sólo en los museos. Evolucionaba con un humilde histerismo entre los brocados y las blondas ajadas del Carnavalet; amaba aquel viejo y documentado esplendor con un amor parecido al que el león tiene por el domador - ese enigma sudoros y salpicado de lentejuelas que, al imponerse al animal, le muestra un rostro en cierto modo parecido al suyo propio, pero que, aunque curioso y débil, había extraído de su cerebro la furia necesaria."

28/1/11

Porque escribí


(Santiago de Chile, Chile, 1929-1988)


Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.

Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendía la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

Pero escribí: tuve esa rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entero entre las manos
–¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria–.
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces.
De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río;
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.
La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudaran
de mi existencia real
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.

En su origen el río es una veta de agua
–allí, por un momento, siquiera, en esa altura
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están bronceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo pude reiterar la poesía.

Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.




24/1/11





"Solía trabajar en una fábrica y era feliz: podía soñar todo el día"

 

Ian Curtis

 

 

21/1/11





Dicen que ya no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.
Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos, que está lleno de temores, de lágrimas, como el de la calandria, como el de un toro grande al que se degüella; que por eso es impertinente;
Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros; doctores que se reproducen en nuestra misma tierra, que aquí engordan o que se vuelven amarillos.
Que estén hablando, pues; que estén cotorreando si eso les gusta.
¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón?
Los ríos corren bramando en la profundidad. El oro y la noche, la plata y la noche temible forman las rocas, las paredes de los abismos en que el río suena; de esa roca están hechos mi mente, mi corazón, mis dedos.
¿Qué hay a la orilla de esos ríos que tú no conoces, doctor?
Saca tu largavista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.
Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores son mis sesos, mi carne.
¿Por qué se ha detenido un instante el sol, por qué ha desaparecido la sombra en todas partes, doctor?
Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros se han convertido en arco iris y alumbran.
Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres hierven al sol en colores; en flor se han convertido la negra ala del cóndor y de las aves pequeñas.
Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas; la gran nieve con lampos amarillos, con manchas rojizas, lanza su luz a los cielos.
En esta fría tierra siembro quinua de cien colores, de cien clases, de semilla poderosa. Los cien colores son también mi alma, mis infatigables ojos.
Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos las piedras idiotas que te han hundido.
El sonido de los precipicios que nadie alcanza, la luz de la nieve rojiza que, espantando, brilla en las cumbres;
el jugo feliz de millares de yerbas, de millares de raíces que piensan y saben, derramaré en tu sangre, en la niña de tus ojos.
El latido de miriadas de gusanos que guardan tierra y luz; el vocerío de los insectos voladores, te los enseñaré, hermano, haré que los entiendas;
Las lágrimas de las aves que cantan, su pecho que acaricia igual que la aurora, haré que las sientas y oigas.
Ninguna máquina difícil hizo lo que sé, lo que sufro, lo que del gozar del mundo gozo.
Sobre la tierra, desde la nieve que rompe los huesos hasta el fuego de las quebradas, delante del cielo, con su voluntad y con mis fuerzas hicimos todo esto.
¡No huyas de mí, doctor, acércate! Mírame bien, reconóceme ¿Hasta cuando he de esperarte?

Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. Yo te invitaré el licor de mil savias diferentes;
la vida de mil plantas que cultivé en siglos, desde el pie de las nieves hasta los bosques donde tienen sus guaridas los osos salvajes.
Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo; te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su danza al soplo de los vientos;
con el pequeño corazón de la calandria en que se retrata el mundo; te refrescaré con el agua limpia que canta y que yo arranco de la pared de los abismos que tiemplan con su sombra a nuestras criaturas.
¿Trabajaré siglos de años y meses para que alguien que no me conoce y a quien no conozco me corte la cabeza con una máquina pequeña?

No, hermanito mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí; acércate, deja que te conozca; mira detenidamente mi rostro, mis venas; el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; el mismo viento respiramos; la tierra en que tus máquinas, tus libros y tus flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada.
Que afilen cuchillos, que hagan tronar zurriagos; que amasen barro para desfigurar nuestros rostros; que todo eso hagan.
No tememos a la muerte; durante siglos hemos ahogado a la muerte con nuestra sangre, la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no conocidos.
Sabemos que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro; mostramos así, desfigurados, ante nuestros hijos para que ellos nos maten.
No sabemos bien qué ha de suceder. Que camine la muerte hacia nosotros; que vengan esos hombres a quienes no conocemos. Los esperaremos en guardia;
somos hijos del padre de todos los ríos, del padre de todas las montañas.
¿Es que ya no vale nada el mundo, hermanito doctor?
No contestes que no vale. Más grande que mi fuerza en miles de años aprendida; que los músculos de mi cuello en miles de meses, en miles de años fortalecidos, es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa, que crea sin fatiga; que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin precipicio.

20/1/11

Tiempo muerto...







Tiempo muerto.
Los cuerpos se separan.
Presencia bruscamente extraña.
Asco de tocar.
De ser tocado.
El acercamiento ha creado un vacío hostil.
Excitación nerviosa.
Curiosidad.
Audacia.
Acariciar.
Coger un cuerpo.
Fiebre del deseo.
Simulacro de asesinato.
Un odio lejano.
No pensar en el asco posible.
Sexo negro.
Pelos.
Enfermiza rosura.
Olor íntimo.
El pliegue de grasa.
Sudor.
Palabras y jadeos.
El deseo ya ha pasado.
Cumplir el ritual.
La boca abierta.
Los dientes.
La lengua.
Saliva.
Las puntas de los pechos.
Algodón del vientre.
Sexo.
Pelos.
Penetrar.
Conseguir lo que sólo consigue la imaginación.
Tormento del acoplamiento.
Humedades.
Sales.
Ácidos.
Cuerpos extenuados.
Enemigos.
Las sábanas calientes.
El precio de la habitación clavado con una chinche en la puerta.
Manchas alrededor del picaporte.
Huellas marrones.
Espejo gastado del armario.
El batiente cierra mal.
Mueble vacío.
Mesita de madera barnizada.
Mueble vacío.
La ropa en desorden sobre la alfombra.
Zapato boquiabierto.
Un sostén negro.
Una falda de color claro.
Los vidrios de la ventana están sucios.
Irse.
Vestirse.
Irse.
Ya no ser este incomprensible accidente.
Reblandecido cuelga el sexo entre los muslos.
Una tarde de la infancia en el campo.
Con frutas.
Grandes uvas negras.
A horcajadas sobre hombros masculinos.
El cuerpo se desliza suavemente de la cama.
Ropa dispersa recogida de prisa.
Movimiento reciente ya tan lejano.
El bolso.
El cuarto de baño.
Hacía un calor deslumbrante.
Una niña reía.
El agua en el lavabo.
Ponerse un slip.
Calcetines.
Un pantalón.
Una camisa.
La chaqueta está en el respaldo de una silla.
La niña rubia tenía un nombre muy dulce.
Musical.
Un nombre rubio.

17/1/11

Sigur Ros - Svefn-g-englar

*Porque este vídeo es una de las cosas mas sencillas y bellas que e visto y oído
Gracias Sigur Ros





Ég er kominn aftur
inn i þig
það er svo gott að vera hér
en stoppa stutt við
eg flýt um i neðarsjávar hýði
a hóteli beintengdur við rafmagnstöfluna og nærist
tjú tjú
en biðin gerir mig leiðan - brot hættan sparka frá mér
og kall a - verð að fara – hjálp
tjú tjú
eg spring ut og friðurinn i loft upp
baðaður nýju ljósi
eg græt og eg græt – aftengdur
onýttur heili settur a brjóst
og mataður af svefn-g-englum


15/1/11

Los Eternos (The Endless)




Hagamos una pausa por el momento, mientras ellos descienden las escaleras grises hacia la sala de banquetes de Destino, para contemplar a los Eternos.


Deseo es de estatura media.
 No es hombre ni mujer, sino mas bien hombre y mujer, pues a Deseo no le es suficiente un sólo género.

Es poco probable que algún retrato de Deseo le haga justicia a Deseo, pues verla (o verlo) es amarla (o amarlo),- apasionadamente, dolorosamente, excluyendo todo lo demás.

Deseo huele subliminalmente a duraznos de verano, y tiene dos sombras: una es negra y de borde filoso, la otra es traslúcida y flamante, como vapor caliente.
Deseo sonríe en breves destellos, como luz que golpea el filo de una navaja. Y hay muchas otras cosas de Deseo que semejan navajas.
Nunca una posesión, siempre el poseedor, con piel pálida como el humo y ojos finos y amarillos como el vino. Deseo es todo lo que siempre has querido.
Todo.





Desesperación, hermana y gemela de deseo, es la reina de su propio arroyo sombrío. Se dice que, esparcidos por los dominios de Desesperación hay una multitud de pequeñas ventanas, suspendidas en el vacío. Cada ventana permite contemplar una escena diferente. Cada ventana es, en nuestro mundo, un espejo. Algunas veces miraras al espejo, y sentirás los ojos de Desesperación sobre ti.

Su piel es fría, y pegajosa; sus ojos son del color del cielo en lo días grises de lluvia que disuelven el mundo de color y significado; su voz es un poco mas que un susurro, y aunque no tiene olor; su sombra huele almizclada, y punzante, como la piel de una serpiente.

Hace muchos años, una secta en lo que ahora es Afganistán la declaro una diosa, y proclamaron que todas los cuartos vacíos eran sus lugares sagrados.
La secta, cuyos miembros se llamaban así mismos "Los que no perdonan", existieron por 2 años, hasta que el ultimo adepto finalmente su suicido, habiendo sobrevivido a los otros miembros por casi siete meses.

Desesperación habla poco, y es paciente.






Destino es el mas antiguo de los Eternos; in el Principio fue la Palabra, y fue trazado a mano con la primera pagina de su libro, antes de que pudiera hablarse en voz alta.

Destino es además, el mas alto de los Eternos, a los ojos mortales.

Su atributo en un libro al que está encadenado, y en el que están detallados todos los acontecimientos que han ocurrido o que ocurrirán alguna vez. Sus dominios son jardines laberínticos que se bifurcan constantemente.

Hay algunos que creen que es ciego; mientras otros, quizás con mas razón, claman que ha ido mucho mas allá de la ceguera, que de hecho, no puede hacer otra cosa mas que observar: que ve los finos ornamentos que las galaxias hacen mientras giran en espiral a través del vació, que el mira los intrincados patrones que las cosas vivas hacen en su viaje a través del tiempo.

Destino huele a polvo y a las librerías de la noche.

No deja huellas.

No tiene sombra.




Delirio es la mas joven de los eternos.

 Huele a sudor, vino agrio, noches tardías, cuero viejo.

Su reino esta cerca, y puede ser visitado; sin embargo, las mentes humanas nos fueran hechos para comprender sus dominios, y aquellos que alguna vez hacen el viaje son incapaces de informar más que de pequeños fragmentos.

El poeta Coleridge clamo haberla conocido íntimamente, pero el hombre era un empedernido mentiroso, y en esto, como en tanto, debemos dudar de su palabra.

Su apariencia es la mas variable de todos los Eternos, que, a fin de cuentas, no son más que ideas envueltas en la apariencia de la carne. La forma de su sombra y contorno no tienen relación a la de cualquier cuerpo que lleva, y es tangible, como viejo terciopelo.

Algunos dicen que la tragedia de Delirio es su conocimiento de que, a pesar de ser mas antigua que los soles, mas antigua que los dioses, es por siempre las mas joven de los eternos, que no miden el tiempo como nosotros medimos el tiempo, o ven el mundo a través de los ojos mortales.

Otros niegan esto, y dicen que Delirio no tiene tragedia, pero aquí ellos hablan sin reflexión.

 Una vez, Delirio fue Delicia. Y aunque eso fue hace mucho tiempo, incluso hasta ahora sus ojos están disparejos: un ojo es de un vivido verde esmeralda, salpicado con manchas plateadas que se mueven; su otro ojo es de un azul venoso.

 ¿Quien sabe lo que Delirio ve, a través de sus ojos disparejos?









Sueño (Dream) de los Eternos: ah, aquí hay una adivinanza


En este aspecto (y solo percibimos aspectos de los Eternos, como vemos la luz brillante en una pequeña cara de una enorme piedra preciosa cortada de manera impecable), el es delgado, con piel del color de la nieve que cae.

Sueño colecciona nombres como otros coleccionan amigos pero se permite pocos amigos.

Si el es cercano a alguien, es a su hermana mayor, a quien ve raramente.

El escucho hace mucho tiempo, en un sueño, que un día cada centuria Muerte (Death) toma forma mortal, para mejor comprender lo que sienten las vidas que ella toma, para probar la espiga amarga de la mortalidad: ese es el precio que ella debe pagar por ser la divisora de la vida de todo lo que ha sido antes, todo lo que será después.

El medita en esta historia, pero nunca le ha preguntado la verdad. Quizás teme lo que ella puede responder.

De todos los Eternos, salvo tal vez Destino, es el mas consciente de todas sus responsabilidades, el mas meticuloso en su ejecución.

Sueño emite una sombra humana, cuando se le acorre hacerlo.





Y ahí esta Muerte.


Traduccion: Sasha 


 

14/1/11

Oval - O /Download





 



CD1:
01 Panorama (Disc 1)
02 Ah! (Disc 1)
03 Shhh (Disc 1)
04 Glossy (Disc 1)
05 Stop Motion (Disc 1)
06 Sky (Disc 1)
07 Beige (Disc 1)
08 Brahms Mania (Disc 1)
09 Cinematic (Disc 1)
10 Cry (Disc 1)
11 Cottage (Disc 1)
12 I Heart Musik (Disc 1)
13 Salamanca (Disc 1)
14 Dolo (Disc 1)
15 Dricas (Disc 1)
16 Cyprus (Disc 1)
17 Vessel (Disc 1)
18 Dynamo (Disc 1)
19 Finis (Disc 1)
20 Emocor (Disc 1)





CD2:
21 Citybike (Disc 2)
22 Oslo (Disc 2)
23 IJ (Disc 2)
24 Rivo (Disc 2)
25 Pomp (Disc 2)
26 Blinky (Disc 2)
27 Parallax (Disc 2)
28 Koral (Disc 2)
29 Kolor (Disc 2)
30 Auto Matic (Disc 2)
31 Dream Over (Disc 2)
32 Pastell (Disc 2)
33 Magnify (Disc 2)
34 Drift (Disc 2)
35 Allover (Disc 2)
36 Derby (Disc 2)
37 Flax (Disc 2)
38 Bergen Best (Disc 2)
39 Matinèe (Disc 2)
40 Kukicha (Disc 2)
41 6 AM (Disc 2)
42 Flamingo (Disc 2)
43 Rivo II (Disc 2)
44 Goodbye (Disc 2)
45 Fontan (Disc 2)
46 Co-Echo (Disc 2)
47 Stop Motion II (Disc 2)
48 Vitesse (Disc 2)
49 September (Disc 2)
50 Voilà (Disc 2)
51 Vegas top (Disc 2)
52 Expo (Disc 2)
53 Lonely (Disc 2)
54 Java (Disc 2)
55 Klack (Disc 2)
56 Project Evergreen (Disc 2)
57 Rainyday (Disc 2)
58 Big City Nights (Disc 2)
59 Rosammie (Disc 2)
60 Gallo (Disc 2)
61 May Tea (Disc 2)
62 Chronograph (Disc 2)
63 Jank (Disc 2)
64 Breezy (Disc 2)
65 Press (Disc 2)
66 Form Faktor (Disc 2)
67 Terminal (Disc 2)
68 Karo (Disc 2)
69 Swiss Summer (Disc 2)
70 Happyend (Disc 2) 


Descarga:

13/1/11

Vamos a Tar






Había una vez, hace ya mucho tiempo,
una ciudad maravillosa llamada Tar,
En esa época, todas nuestras ciudades estaban intactas,
no se veían ruinas, por que la guerra final aun no había estallado,
Cuando sucedió la gran catástrofe,
desaparecieron todas las ciudades, menos TAR,
Tar existe aun, si sabes buscarla la encontraras.
Cuando llegues a Tar, la gente te traerá vino y soda,
y podrás jugar con una caja de música que tiene manivela,
cuando llegues a Tar, ayudaras en la vendimia,
y recogerás el escorpión que se oculta bajo la piedra blanca,
cuando llegues a Tar, conocerás la eternidad,
y veras el pájaro que cada cien años bebe una gota de agua del océano,
Cuando llegues a Tar, comprenderás la vida, y seras gato y fénix y cisne y elefante y niño y anciano,
y estarás solo y acompañado, y amaras y seras amado, y estarás aquí y allá,
y poseerás el sello de los sellos, y a medida que caigas hacia el porvenir,
sentirás que el éxtasis te posee, para ya no dejarte mas...

 Descarga aqui

10/1/11

Calostro
































- Juguemos, si soy un gran pianista...
- Si eres un gran pianista y te corto un brazo ¿qué haces?
- Me dedico a pintar
- Si eres un gran pintor y te corto el otro brazo ¿qué haces?
- Me dedico a bailar
- Si eres un gran bailarín y te corto las piernas ¿qué haces?
- Me dedico a cantar
- Si eres un gran cantante y te corto la garganta ¿qué haces?
- Como estoy muerto, pido que con mi piel se fabrique un hermoso tambor
- Y si quemo el tambor ¿qué haces?
- Me convierto en una nube que tome todas las formas
- Si la nube se disuelve ¿qué haces?
- Me convierto en lluvia y hago que nazcan las hierbas
- Ganaste. Me sentiré muy solo el día que no estés...

 

8/1/11

En la noche terrible, sustancia natural de todas las noches,
En la noche de insomnio, sustancia natural de todas mis noches,
Recuerdo, velando en modorra incómoda,
Recuerdo lo que hice y lo que podía haber hecho en la vida.
Recuerdo, y una angustia
Se derrama por mí como un frío del cuerpo o un miedo.
Lo irreparable de mi pasado: ¡ése es el cadáver!
Todos los otros cadáveres quizá sean ilusiones.
Todos los muertos quizás estén vivos en otra parte.
Todos mis propios momentos pasados quizás existan por ahí,
En la ilusión del espacio y del tiempo, en la falsedad del devenir.

Pero lo que yo no fui, lo que yo no hice lo que ni siquiera soñé;
Lo que sólo ahora veo que debería haber hecho,
Lo que sólo ahora claramente veo que debería haber sido...
Es lo que está muerto más allá de todos los Dioses,
Eso –y fue al fin lo mejor de mí– es lo que ni los Dioses hacen vivir...

Si a cierta altura
Hubiese doblado hacia la izquierda en lugar de hacia la derecha;
Si a cierta altura
Hubiese dicho sí en lugar de no, o no en lugar de sí;
Si en cierta conversación
Hubiese tenido las frases que sólo ahora, en el entresueño, elaboro...
Si todo eso hubiese sido así,
Sería otro hoy, y tal vez el universo entero

7/1/11

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Orlando (Fragmentos)







Pero si había dormido, ¿de qué naturaleza –no podemos dejar de preguntar– son los sueños como ése? ¿Son medidas reparadoras –letargos en que los recuerdos más dolorosos, los hechos capaces de invalidar la vida para siempre, son rozados por un ala oscura que les alisa la aspereza y los dora, por feos y mezquinos que sean, con un resplandor, una incandescencia? ¿Es preciso que el dedo de la muerte se pose en el tumulto de la vida de vez en cuando para que no nos haga pedazos? ¿Estamos conformados de tal manera que no nos haga pedazos? ¿Estamos conformados de tal manera que diariamente necesitamos minúsculas dosis de muerte para ejercer el oficio de vivir? Y entonces, ¿qué raros poderes son esos que penetran nuestros más secretos caminos y cambian nuestros bienes más preciosos a despecho de nuestra voluntad?
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Con la puerta cerrada y la seguridad de estar solo, sacaba un viejo cuaderno, cosido con una seda robada del costurero de su madre, y rotulado con letra redonda de colegial: "La Encina, Poema". Escribía en él hasta mucho después de la medianoche. Pero como por cada verso que agregaba borraba otro, el total, a fin de año, solía ser menos que al principio, y era como si, a fuerza de escribirlo, el poema se fuera convirtiendo en un poema en blanco.
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Dio en cavilar si la Naturaleza era bella o cruel; y luego se preguntó qué era esa belleza; si estaba en las cosas mismas o sólo en ella, y así pasó al problema de la realidad, que la condujo al de la verdad, que a su vez la condujo al Amor, a la Amistad y la Poesía (como antes en la colina del roble); y que le hicieron anhelar, como nunca, una pluma y un tintero.
"¡Quién pudiera escribir!", gritaba (pues tenía el prejuicio literario de que las palabras escritas son palabras compartidas).

(...) la poesía puede corromper más seguramente que la lujuria o la pólvora.
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Afortunadamante la diferencia de los sexos es más profunda. Los trajes no son otra cosa que símbolos de algo escondido muy adentro. Fue una transformación de la misma Orlando lo que determinó su elección del traje de mujer y sexo de mujer. Quizás al obrar así, ella sólo expresó un poco más abiertamente que lo habitual –es indiscutible que su característica primordial era la franqueza– es algo que les ocurre a muchas personas y que no manifiestan. Por diversos que sean los sexos, se confunden. No hay ser humano que no oscile de un sexo a otro, y a menudo sólo los trajes siguen siendo varones o mujeres, mientras que el sexo oculto es lo contrario del que está a la vista.
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Tenía amantes de sobra; pero la vida, que al fin y al cabo no carece de toda importancia, se le escapaba.
(...)
Sólo podemos creer enteramente en lo que no podemos ver. p. 145
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... el manuscrito de su poema "La Encina". Lo había llevado consigo tantos años, y en circunstancias tan azarosas que muchas páginas estaban manchadas, algunas rotas, y la carencia de papel entre los gitanos había forzado a aprovechar los márgenes y cruzar las líneas hasta que el manuscrito parecía un zurcido prolijo. Volvió a la primera página y leyó la fecha 1586, en la antigua letra de colegial. ¡Casi trescientos años que estaba trabajándolo! Ya era tiempo de concluirlo. p. 172
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Porque parece –su caso era una prueba– que escribimos, no con los dedos sino con todo nuestro ser. El nervio que gobierna la pluma se enreda en cada fibra de nuestro ser, entra en el corazón, traspasa el hígado. p. 177
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Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años de años en la soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios sino más viejos y más fríos –porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?–, fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera todo trémulo escuchar qué cosa es la vida: ¡ay!, no lo sabemos. p. 197
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El manuscrito, que yacía sobre su corazón, empezó a latir y a agitarse, como si fuera vivo, y (rasgo más raro e indicio de la fina simpatía que había entre los dos) a Orlando le bastó inclinarse para entender lo que decía. Quería que lo leyeran. Exigía que lo leyeran. Era capaz de morírsele sobre el pecho si no lo leían. Por primera vez en su vida, Orlando se rebeló contra la naturaleza. Había a su alrededor profusión de dogos y de cercos de rosas. Pero ni los dogos ni los cercos de rosas pueden leer. Esa lamentable imprevisión de la Providencia nunca la había impresionado. Sólo los seres humanos tienen ese don. Los seres humanos eran imprescindibles. p. 198
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Al pensar esas cosas, el túnel infinitamente largo en que ella había estado viajando por centenares de años se ensanchó; penetró la luz; sus pensamientos se templaron misteriosamente como si un afinador le hubiera puesto la llave en el espinazo y hubiera estirado mucho sus nervios; al mismo tiempo se le aguzó el oído; percibía cada susurro y cada crujido en el cuarto, hasta que el tic tac del reloj sobre la chimenea fue como un martillazo. p. 216
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¿Qué revelación más aterradora que la de comprender que este momento es el momento actual? La conmoción no nos destruye, porque el pasado nos ampara de un lado y el porvenir de otro. Pero no queda tiempo de meditar: Orlando estaba en retardo. p. 217
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Sombras y perfume la envolvieron. Eliminó el presente como si fueran gotas de agua hirviendo. Ondulaba la luz como telas livinas ahuecadas por una brisa de verano. p. 217
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Es, por cierto, innegable que los que ejercen con más éxito el arte de vivir –gente muchas veces desconocida, dicho sea de paso– se ingenian de algún modo para sincronizar los sesenta o setenta tiempos distintos que laten simultáneamante en cada organismo normal, de suerte que al dar las once todos resuenan al unísono, y el presente no es una brusca interrupción ni se hunde en el pasado. De ellos es lícito decir que viven exactamante los sesenta y ocho o setenta y dos años que les adjudica su lápida. De los demás conocemos algunos que están muertos aunque caminen entre nosotros; otros que no han nacido todavía aunque ejerzan los actos de la vida; otros que tienen cientos de años y que se creen de treinta y seis. La verdadera duración de una vida, por más cosas que diga el Diccionario Biográfico Nacional, siempre es discutible. Porque es difícil esta cuenta del tiempo: nada la desordena más fácilmente que el contacto de cualquier arte, y quizá la poesía tuvo la culpa de que Orlando perdiera su lista de compras y regresara sin las sardinas, las sales para baño o los zapatos. p. 222
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(...) y aprovecharemos este espacio para anotar qué descorazonador es para su biógrafo que esta culminación hacia loa que tendió todo el libro, esta peroración que iba a coronar nuestro libro, nos sea arrrebatada en una carcajada casual; pero lo cierto es que al escribir sobre una mujer todo está fuera de lugar –peroraciones y culminaciones: el acento no cae donde suele caer con un hombre). p. 226
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Orlando contempló todo esto –los árboles, los ciervos, el césped– con la mayor satisfacción, como si su espíritu fuera un líquido que fluyera alrededor de las cosas y las abarcara absolutamente. p. 228
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(...) basta rellenar de significado la piel arrugada de lo cotidiano, para que ésta satisfaga nuestros sentidos. p. 229
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Aquí me enterrarán, pensó, arrodillándose en el ventanal de la galería y saboreando el vino de España. Aunque no podía creerlo, el cuerpo de leopardo heráldico proyectaría charcos amarillos en el suelo, el día que la bajaran a descansar con sus mayores. Ella, que descreía de toda inmortalidad, no podía no sentir que su alma estaría siempre con los rojos en los paneles y los verdes en el diván. p. 230
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Estimulada y animada por el presente, sentía asimismo un incomprensible temor, como si cada segundo que se infiltrara por el abierto golfo del tiempo comportase un riesgo desconocido. p. 233
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El espectáculo era tan atroz que sintió como un vahído, pero en esa fugaz oscuridad, cuando parpadearon sus ojos, dejó de oprimirla el presente. Había algo insólito en la sombra que proyectaba el parpadear de sus ojos, algo que (como cualquiera puede comprobarlo mirando, ahora, el cielo) siempre está lejos del presente –de ahí, su terror, su indeterminado carácter–, algo que uno rehúsa fijar con un nombre y llamar belleza, porque no tiene cuerpo, es como una sombra sin sustancia, ni calidad propia, pero con el poder de transformar todo a lo que se agrega. (...) Sí, pensó, exhalando un hondo suspiro de alivio al salir de la carpintería para ascender la colina, otra vez empiezo a vivir. Estoy en la ribera del Sepertine, pensó, el barquito está remontando el arco blanco de mil muertes. Estoy a punto de comprender. p. 234
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¿Escribir versos no era acaso un acto secreto, una voz tratando de contestar a otra voz? De modo que toda esta charla y censura y elogio y ver personas que la admiran a una y ver personas que no la admiran a una, nada tiene que ver con la cosa misma: una voz tratando de contestar a otra voz. p. 236
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El presente se le vino encima otra vez, más suave que antes, ahora que se desvanecía la luz. (...) Ya no necesitaba desmayarse para mirar bien hondo en la oscuridad donde las cosas toman forma y para distinguir en el negro estanque a una muchacha de bombachas rusas, o a Shakespeare, o un buque de juguete en el Serpentine, y después el Océano Atlántico embraveciéndose en las altas olas contra el Cabo de Hornos. Miró en la oscuridad. p. 237
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Todo, ahora, estaba tranquilo. p. 238
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4/1/11

de: El último encuentro



...La soledad también es un estado muy peculiar... a veces se presenta como una selva, llena de peligros y de sorpresas. Conozco todas sus variantes. El aburrimiento que en vano intentas hacer desaparecer con la ayuda de un orden de vida organizado de manera artificial. Las crisis repentinas, inesperadas. La soledad es un lugar lleno de secretos, como la selva —repite con insistencia—. Uno vive bajo un orden severo, y de repente, se vuelve loco, como tus malayos. Nos rodea un montón de habitaciones, de títulos y de rangos, un orden vital meticuloso y exacto. Y un día lo dejamos todo y echamos a correr, como en un ataque de amok, con un arma en la mano o sin ella... y sin arma es quizás más peligroso. Empieza una carrera por el mundo, con los ojos fijos en la nada; los compañeros, los amigos de antes se apartan de nuestro camino. Nos acercamos a la gran ciudad, pagamos a algunas mujeres, todo estalla a nuestro alrededor, buscamos y encontramos pelea en todas partes. Y como te digo, esto no es lo peor. Puede que nos quedemos tirados por el camino, como un perro sarnoso. Puede que nos estrellemos contra un muro, que choquemos con los miles de obstáculos que nos presenta la vida, puede que nos rompamos los huesos. Lo peor es cuando intentamos ahogar dentro de nosotros las emociones que la soledad ha generado en nuestra alma. Cuando no echamos a correr. Cuando no intentamos matar a nadie. ¿Qué hacemos entonces? Vivir, esperar, mantener el orden a nuestro alrededor. Vivir respetando un rito pagano y mundano... como un monje... aunque los monjes lo tienen más fácil, porque tienen fe. Las personas que entregan su alma y su destino a la soledad no tienen fe. Sólo esperan. Esperan el día o la hora en que puedan dilucidar todo lo que les ha conducido a la soledad con las personas que son responsables de ello. Un hombre así se prepara para ese momento durante diez años, durante cuarenta, cuarenta y uno, para ser exactos, como los héroes de un duelo se preparan para el desafío. Dejan todo ordenado en su vida, para no tener deudas con nadie, en caso de que los maten en el duelo. Se entrenan cada día, como si fueran profesionales. Pero ¿con qué se puede entrenar un hombre solitario? Con sus propios recuerdos, para que la soledad y el tiempo transcurrido no le permitan perdonar nada en su alma ni en su corazón. Porque hay un duelo en la vida, librado sin sable ni espada, para el cual merece la pena prepararse bien. El duelo más peligroso. Un día llegará sin que lo llamemos...