"Cuando se encontraba entre aquella gente, hombres que olían menos que sus animales y mujeres que olían más, Felix tenía la sensación de paz que antes experimentara sólo en los museos. Evolucionaba con un humilde histerismo entre los brocados y las blondas ajadas del Carnavalet; amaba aquel viejo y documentado esplendor con un amor parecido al que el león tiene por el domador - ese enigma sudoros y salpicado de lentejuelas que, al imponerse al animal, le muestra un rostro en cierto modo parecido al suyo propio, pero que, aunque curioso y débil, había extraído de su cerebro la furia necesaria."
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