24/2/10
LA FLOR DEL CASTAÑO
Se supone, yo no lo afirmaría, pero algunos eruditos nos lo aseguran, que la flor
del castaño posee efectivamente el mismo olor que ese prolífico semen que la
naturaleza tuvo a bien colocar en los riñones del hombre para la reproducción
de sus semejantes.
Una tierna damisela, de unos quince años de edad, que jamás había salido de la
casa paterna, se paseaba un día con su madre y con un presumido clérigo por la
alameda de castaños que con la fragancia de las flores embalsamaban el aire con
el sospechoso aroma que acabamos de tomarnos la libertad de mencionar.
-¡Oh! Dios mío, mamá, ese extraño olor- dice la jovencita a su madre sin darse
cuenta de dónde procedía-. ¿Lo oléis, mamá ... ? Es un olor que conozco.
-Callaos, señorita, no digáis esas cosas, os lo ruego.
-¿Y por qué no, mamá? No veo que haya nada de malo en deciros que ese olor
no me resulta desconocido y de eso ya no me cabe la menor duda.
-Pero, señorita…
-Pero, mamá, os repito que lo conozco: padre, os ruego que me digáis qué mal
hago al asegurarle a mamá que conozco ese olor.
-Señorita -responde el eclesiástico, acariciándose la papada y aflautando la voz-,
no es que haya hecho ningún mal exactamente; pero es que aquí nos hallamos
bajo unos castaños y nosotros los naturalistas admitimos, en botánica, que la
flor del castaño...
-¿Que la flor del castaño ... ?
-Pues bien, señorita, que huele como cuando se eyacula.
de: Cuentos y Fabulas
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