Soy una persona tremendamente negativa, siempre lo he sido. ¿Nací así? No lo sé, Estoy constantemente asqueado por la realidad, horrorizado y asustado; me aferro desesperadamente a las pocas cosas que me reconfortan, que me proporcionan algún alivio.
Detesto a la humanidad en su conjunto. Puedo sentir un fuerte cariño por determinados individuos, pero el género humano sólo me infunde desprecio y desesperanza. Odio casi todo lo que pasa por civilización. Odio el mundo actual, entre otras cosas porqué está atiborrado de gente. Odio las hordas, las multitudes de esas inmensas ciudades llenas de vehículos abominables, de estruendo, de ajetreo incesante y absurdo. Odio los coches y la arquitectura moderna.
Aborrezco la música popular moderna. No hay palabras con las que pueda expresar lo mucho que me molesta su actitud pretenciosa, falsa y petulante. Odio los negocios y el contacto con el dinero, uno de los inventos más repulsivos de esta especie humana. Odio la cultura de la mercancía, donde todo se compra y se vende sin excepción. Odio los medios masivos de comunicación y cómo la gente se deja subyugar por ellos.
Odio tener que levantarme cada mañana para encarar otra jornada de demencia. (...) Aborrezco las religiones organizadas y odio a todos los gobiernos. Son puros juegos de poder jugados por gente mezquina que solamente está impulsada por la ambición personal, para engañar a los débiles, los pobres y los niños. La mayoría de los seres humanos son abusadores y matones. Los adultos se meten con los niños y los niños mayores con los más chicos: los hombres avasallan a las mujeres y los ricos a los pobres, todos aman oprimir e imponerse.
Aborrezco el culto humano al poder, uno de los rasgos humanos más abyectos. (...) Odio ver como seres humanos tratan de engañar al semejante, cómo estafan, timan, embaucan y se aprovechan del inocente, el incauto o el ignorante.
Odio las conversaciones huecas, artificiosas y banales que prodigan la gente. A veces me asfixian y sofocan de tal modo que quiero huir lo más lejos posible.
Mi propia condición humana consiste sobre todo en odiar lo que soy. Cuando de pronto advierto que soy uno de ellos, un alarido me viene a la garganta.
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