de José A. Rodríguez,
Fracturándome un ala y arañado por las ramas, caí al piso, e inmediatamente intenté recuperar una posición mas decente; mientras las otras estatuas del cementerio cuchicheaban de historia y de política. Ni hablar de mi rostro, la naríz que tanto trabajo le costó perfeccionar al maestro escultor y uno de mis pómulos tambien quedaron fracturados. Los tallos y brotes de plantas invasoras, al poco tiempo, asomaron por los orificios de mis miembros amputados, convirtiéndose en una especie de prótesis vegetal y perfumando asi mis restos de yeso. Los años pasaron, y de mi cuerpo que antes aún podía reconocerse, quedaba ya muy poco.
Un buen día a lo lejos en el cielo, similar a una nota musical en el vacío, un ave que volaba acercándose entre las nubes enormes, llegó, y se posó al borde de uno de mis muñones, dando silbidos y brincos, picoteando entre los brotes secos. Y asi decidió anidar dentro de mi tórax, el cual, al no encontrarse tan deteriorado por la caída, servía muy bien como guarida para insectos y alimañas. Y me llene de alegría, alegóricamente tenía un ave como corazón, y no tardó mucho , luego de presenciar una graciosa danza de cortejo, y observar el nido adornado con piedras multicolores -que colocadas alrededor semejaban un collar- en llegar una hembra de la misma especie.
Mi pecho entonces se lleno de música, diríase que mi corazón cantaba, y luego de unos meses unos pichones feos pero simpáticos, piaban hasta volverme loco. Taladrábanme la cabeza con sus agudos reclamos, que parecían subir en infernales circulos hasta el fierro desnudo que sirvió de base para esculpir mi aureola, de la que había solo un minimo rastro.Pero a pesar de todo, llegué a acostumbrarme a ellos. Además las otras esculturas, entre cristos dolientes, virgenes piadosas, y celebres difuntos de piedra, me observaban con envidia. Pensaban seguramente:"... la estatua que cayó por los suelos de pura ebria, aunque esta rota y desecha, ahora tiene un pecho musical." Y despertaba cantando todas las mañanas.
Fué una noche tranquila, los pichones ya habían volado y abandonado el nido, solo sus padres se abrigaban aún en la grieta que se abria en mi pecho. Las estrellas, con sus guiños resplandecientes, los grillos, con su monocorde cascabel, arrullaban el sueño de las dos aves que plácidamente dormían dentro de mi torso como si soñaran ser los personajes de alguna plegaria. Cuando a lo lejos observe una sombra. No era un fantasma como las otras veces, era una silueta esbelta, grácil, que a veces se perdía tras un arbusto o alguna cruz, de la que se veían solamente dos ojos brillantes, y de pronto, como un ruido de vidrio que se rompe y veloz como un relámpago, dando un elástico salto, una gata hambrienta arrancó a uno de los miembros de la pareja de aves que se alojaba en mi interior, y alejóse llevando en el hocico los silbidos de dolor de su presa. El pájaro macho, en un arrebato de coraje y en un torbellino de plumas, voló ciegamente, fracturando su frágil cráneo contra la cruz de una lápida, cayendo al piso y agonizando tristemente hasta el amanecer.
Entonces todo quedó mudo dentro de mi, el sol salió iluminando mis fragmentos, despues de mucho tiempo, en total y árido silencio. Mis restos estaban oscuros como un túnel o como los tuétanos expuestos de un solitario esqueleto.
Pero la noche siguiente, en el mismo forado que el golpe de la caída abrió en mi pecho, la gata parió cinco cachorros, y la musica nació en mi nuevamente.
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