TIRIEL
I
El anciano Tiriel se detuvo ante las puertas de su hermoso palacio con Myratana, que fuera la reina de todas las
llanuras occidentales. Pero ahora sus ojos estaban sombríos. Su mujer se desvanecía hacía a la muerte. Se
detuvieron ante lo que antiguamente fuera el delicioso palacio de ambos. Entonces la voz del anciano Tiriel se
elevó para que sus hijos pudiesen escucharle desde sus puertas:
- ¡Maldita raza de Tiriel! Contempla a tu viejo padre; ¡adelante y mira a aquella que te parió! ¡Vengan, hijos
malditos! En mis débiles brazos les he traído a su moribunda madre. ¡Acérquense, hijos de la maldición,
acérquense a presenciar la muerte de Myratana!
Sus hijos dejaron corriendo las puertas y miraron a sus ancianos padres. Entonces el mayor de los hijos de
Tiriel exclamó, alzando su poderosa voz:
-¡Anciano! ¡Eres indigno de ser llamado el procreador de la raza de Tiriel! ¡Cada una de tus arrugas y cada una
de tus crueles canas son como la muerte y tan insensibles como la cripta devoradora! ¿Por qué tus hijos
habrían de inquietarse por tus maldiciones, hombre maldito? ¿Acaso no fuimos tus esclavos, hasta rebelarnos?
¿A quién le importa la maldición de Tiriel? Tu bendición fue cruel maldición. Tu maldición podría ser una
bendición.
Guardó silencio. El anciano elevó a los cielos su diestra.
Con su izquierda sostenía a Myratana que se encogía, presa de los dolores de la Muerte.
Abrió más Tiríel sus enormes ojos y su voz siguió diciendo:
- ¡Son unas serpientes, se retuercen alrededor de los huesos de Tiriel!
¡Gusanos de muerte, se entregan ante la muerte de su anciano padre!
¡Escuchen! ¡Oigan las quejas de su madre! No más hijos condenados en
su vientre; no sufre por el alumbramiento de Heuxos o de Yuva, ¡Estos
son los gemidos de la muerte, serpientes! ¡Son gemidos de muerte! ¡Se
han nutrido con su leche, serpientes! ¡Con lágrimas y con cuidados de
madre! ¡Miren mis ojos, que están tan ciegos como los de un cráneo sin
órbitas entre las piedras! ¡Miren mi cabeza calva! ¡Presten atención!
¡Escuchen, serpientes! ¡Escuchen! ¡Myratana! ¡Esposa mía! ¡Alma!
¡Espíritu! ¡Fuego! ¿Qué? ¿Has muerto...? ¡Miren serpientes...! ¡Miren!
Las serpientes surgidas de sus propias entrañas la han resecado a este
punto. ¡Qué la maldición caiga sobre sus cabezas despiadadas, pues
aquí mismo la sepultaré!
Mientras hablaba comenzó a cavar una tumba con sus envejecidas
manos; pero Heuxos llamó a un hijo de Zazel a fin de que practicara
una sepultura para su madre.
- ¡Desiste, cruel anciano, déjanos preparar la tumba! Has rehusado
nuestra caridad; has rehusado nuestra comida; has rehusado nuestras
ropas, nuestros lechos; negaste habitar en nuestras casas; has preferido
errar, como un hijo de Zazel, a través de las rocas. ¿Por qué maldecir?
¿No ha recaído la maldición sobre tu propia cabeza ya? ¿No
esclavizaste a los hijos de Zazel? Maldijeron y ahora lo resientes. Cava
la fosa, que nosotros enterraremos a nuestra madre.
- Hela aquí. ¡Tomen su cuerpo, hijos maldecidos; y que los cielos
descarguen una lluvia de ira tan densa como la niebla del norte, sobre
sus techos, para que se ahoguen! Quiero que yazcan como ahora su
madre yace, como perros expulsados.
Que la putrefacción de sus despojos inspire asco a hombres y bestias
hasta que sus huesos con el tiempo palidezcan y sirvan como recuerdo.
¡No! Su recuerdo ha de morir.
Cuando sus despojos malolientes yazcan sobre la tierra, los sepultureros vendrán del este y ni un solo hueso de
los hijos de Tiriel quedará. ¡Entierren a su madre, que jamás sepultaran la maldición de Tiriel!
Calló, y cuando oscurecía buscó su rumbo sin senderos a través de las montañas.
11
Noche y día vagó. Para él día y noche eran oscuros. Sentía el sol, pero la resplandeciente luna sólo era para él
un círculo inútil. Por las montañas y valles de dolor, el anciano ciego erró, hasta que aquel que todo lo guía lo
dirigió al valle de Har.
Har y Heva, como niños, tomaron asiento bajo el roble. Mnetha, ya anciana, los cuidaba. Les daba ropas y
alimentos. Pero eran como la sombra de Har y, como los años, olvido. Jugando con las flores y correteando tras
los pájaros pasaron la jornada y por la noche como pequeños durmieron, deleitados por sueños infantiles.
Pronto el ciego vagabundo penetró en los gratos jardines de Har. Le vieron cuando se disponían a jugar, ambos
corrieron, llorosos como chiquillos asustados, a refugiarse en los brazos de Mnetha.
El ciego exclamó, buscando a tientas su camino: ¡La paz sea con quienes, abran estas puertas! Que nadie me
tema, pues el pobre y ciego Tiríel sólo se daña a si mismo. Díganme, amigos, ¿dónde estoy? ¿En qué ameno
lugar?
-Este es el valle de Har -, dijo Mnetha, -y esta es la tienda de Har. ¿Quién eres tú, pobre ciego, que dices
llamarte Tiriel? Tiriel es el rey de todo occidente. ¿Quién eres? Yo soy Mnetha y quienes tiemblan a mi lado son
Har y Heva.
-Sé que Tiriel es rey de occidente y que allá vive dichoso. Poco importa mi nombre, Mnetha; dame algún
alimento porque muero. He viajado demasiado para llegar hasta aquí.
Entonces dijo Har: Mnetha, madre, no te acerques mucho a él, que es el
rey del bosque putrefacto y de los huesos de la muerte. Vaga sin ver
pero puede atravesar gruesos muros y fuertes puertas. ¡No golpearás a
mi madre Mnetha, hombre sin ojos!
-Soy un vagabundo que pide de comer. Ya lo ven: no puedo llorar.
Arrojó lejos de mí el cayado que ha sido mi afectuoso compañero de
viaje y me dejo caer de rodillas para que vean que soy inofensivo.
Se posternó y Mnetha dijo: Har y Heva, pónganse de pie. ¡Es un
anciano inocente y esta hambriento después de tanto viajar! Har se
incorporó y fue a posar su mano sobre la cabeza del viejo Tiriel.
-¡Qué Dios bendiga tu pobre cabeza calva! ¡Qué bendiga tus ojos
huecos! ¡Qué Dios bendiga tu barba ensortijada! ¡Qué bendiga tu frente
cubierta de arrugas! No tienes dientes, anciano. Beso tu cabeza bruñida
y calva. Ven, Heva, a besar su calva cabeza. No nos hará daño.
Heva fue hacia ellos y llevaron a Tiriel hasta la madre, que les esperaba con los brazos abiertos.
-¡Benditos sean tus pobres ojos anciano, y bendito el viejo padre de
Tiriel!
Eres el viejo padre Tiriel; te reconozco por tus arrugas, porque hueles
como la higuera, porque hueles como el higo maduro. ¿Cómo fue que
perdiste tus ojos, viejo Tiriel? ¡Bendito sea tu rostro arrugado!
El anciano Tiriel no lograba a hablar. Su corazón rebosaba dolor.
Luchó contra la pasión que crecía en él, pero siguió sintiéndose incapaz
de hablar.
Dijo Mnetha: ¡Entra, anciano errabundo! ¿Por qué habrías de ocultarte de quienes son de tu misma sangre? -No
soy de estos parajes-, dijo Tiriel. -Soy un viejo vagabundo, padre de una raza asentada lejos, hacia el norte;
pero mis hijos fueron perversos y fueron destruidos y yo, padre de ellos, fui desterrado. Les he contado todo;
no me pregunten nada más, se los suplico. El dolor ha sellado mi preciada visión.
- ¡Señor! -, dijo Mnetha. - ¡Cómo me estremezco! ¿De modo que hay más personas, más criaturas humanas en
esta tierra, fuera de los hijos de Har?
- Ya no las hay -, dijo Tiriel. -Pero yo permanezco en todo este orbe y sigo siendo un paria. ¿Tendrás algo de
beber?
Mnetha le dio leche y frutas.
III
Se sentaron a comer. Har y Heva sonrieron a Tiriel.
-Eres muy viejo, pero yo lo soy más. ¿Cómo fue que perdiste el cabello de tu cabeza? ¿Por qué está tan oscuro tu rostro? Mis cabellos son larguísimos y la barba me cubre todo el pecho. ¡Que bendiga Dios tu rostro que inspira a la compasión! Contar sus arrugas sería difícil, aun para Mnetha. ¡Bendito sea tu rostro, porque tu eres Tiriel!
Tiriel apenas y podía disimular y contener la lengua; pero seguía temiendo que Har y Heva muriesen de dicha y dolor. -Sólo una vez vi a Tiriel. Comimos juntos. Estaba lleno de alegría como un príncipe y me divirtió, pero no permanecí mucho tiempo en su palacio, ya que estoy obligado a errar.
-¿Cómo? ¿También nos abandonarás?-, dijo Heva, -no nos abandonarás como a los demás; te enseñaremos a jugar y a cantar muchas canciones y después de cenar penetraremos en la jaula de Har.
Nos ayudaras a atrapar pájaros y a recoger cerezas maduras. Te llamaremos Tiriel. Nunca nos dejarás.
-Si te marchas-, dijo Har, -quisiera que tuvieses ojos que vieran tu
insensatez. Mis hijos me abandonaron; ¿no te abandonaron los tuyos?
¡Cuánta crueldad!
- No, hombre venerable!- Exclamó Tiriel, - no me pidas eso, que harás
sangrar a mi corazón. Mis hijos no eran como los tuyos, sino peores.
¡No me preguntes eso otra vez, o tendré que huir!
-No te marcharás-, dijo Heva. -Hasta haber visto nuestros pájaros
cantores, oído cantar a Har en la gran jaula y haber dormido sobre
nuestros vellones. ¡No te vayas! Tanto te asemejas a Tiriel que amo tu
cabeza, aunque arrugada la veo como la tierra resecada
por el calor del estío.
Tiriel dijo, poniéndose de pie: ¡Que Dios bendiga estas tiendas! ¡Qué
Dios bendiga a mis benefactores; pero no puedo retrasarme más! Viajó
por desiertos y montañas, no por agradables valles. No puedo dormir ni
descansar. Me acechan la locura y el desaliento.
Entonces Mnetha le acompañó hasta la puerta y le dio su cayado. Har y
Heva, de pie, le vieron penetrar en el bosque y fueron enseguida a llorar
con Mnetha; pero no tardaron en olvidar sus lágrimas.
Mnetha dijo: No debes errar solo en la oscuridad. Quédate con
nosotros y deja que seamos tus ojos. Te serviré alimentos, anciano,
hasta que la Muerte te encuentre.
Tiriel frunció el ceño.
- ¿No te he dicho-, repuso, -que la locura y el hondo desanimo poseen
el corazón del ciego? ¿Del vagabundo que busca los bosques
apoyado en su bastón?
Entonces Mnetha, estremeciéndose ante su mirada, le acompañó hasta la puerta de la tienda y le dio su cayado
y le bendijo. Tiriel siguió su camino.
Har y Heva, de pie, le vieron penetrar en el bosque
y fueron en seguida a llorar con Mnetha; pero no tardaron en olvidar sus lagrimas.
IV
Por las fatigosas colinas el ciego labró su solitaria senda, día y noche eran por igual oscuros y desolados. No
había ido lejos cuando Ijim salió de su bosque yendo a su encuentro, en un camino sombrío y solitario, a la
entrada del follaje.
-¿Quién eres, miserable ciego, que así obstruyes la senda del león? ¡Ijim desarticulará tu débil ensambladura,
provocador del oscuro Ijim! Tienes la apariencia de Tiriel, pero te conozco muy bien. ¡Fuera de mi camino,
asqueroso demonio! ¿Esto constituye tu ultimo engaño, hipócrita, tomar la forma de un ciego mendigo?
El anciano oyó la voz de su hermano y se postro de hinojos.
- Hermano Ijim, si es tuya la voz que me habla, no golpees a tu hermano Tiriel, agotado de vivir. Ya mis hijos
me han golpeado. Si también tú lo hicieras, la maldición que sobre sus cabezas pesa, también recaerá sobre la
tuya. Han pasado siete años desde que en mi palacio contemplé tu rostro... Siete años de dolor.
-¡Basta ya, oscuro demonio. Desafío tu astucia. Has de saber que Ijim desprecia golpearte bajo la forma del
anciano indefenso que simula estar ciego. Levántate, que te conozco y hago a un lado tu persuasiva lengua.
Ven: te mostrare el camino y te usare como burla!
-Hermano Ijim; ante ti tienes al mísero Tiriel. ¡Bésame, hermano mío, y deja que vague desolado!
-¡No, astuto demonio! En cambio te guiaré. ¿Quieres marcharte? No
me respondas, que en tal caso te ataré a las verdes hierbas del arroyo.
Ahora te he desenmascarado y te usare como esclavo.
Al oír las palabras de Ijim, Tiriel no intentó responder. Sabía que era vano: las palabras de Ijim eran como la
voz del Destino.
Y juntos anduvieron por colinas y valles poblados de árboles, ciegos
ante los placeres de la vista y sordos al melodioso canto de los pájaros.
Todo el día caminaron y toda la noche bajo la luna placentera,
dirigiéndose hacia el oeste, hasta que el cansancio fue haciendo presa
de Tiriel.
-¡Ijim, estoy desfalleciendo de cansancio. Mis rodillas se niegan a
llevarme más allá. No te apresures, que podría morir durante el viaje.
Anhelo un poco de descanso y agua de algún arroyo. De otro modo no
tardaré en descubrir que soy hombre mortal y tú perderás a Tiriel, al
que un día amaras. ¡Estoy muy agotado!
-Demonio descarado-, dijo Ijim, -guardate tus lisonjas y domina tu
lengua! Tiriel es el rey y tú el tentador del sombrío Ijim. Bebe de esta
corriente. Te llevare en mis hombros.
Bebió Tiriel e Ijim le alzó, sentándole sobre sus hombros. Durante toda
la jornada le llevó; y al correr la noche su solemne cortinaje llegaron a
las puertas del palacio de Tiriel. Se detuvieron e Ijim gritó:
- ¡Sal. Heuxos, que hasta aquí he traído al demonio que atormenta a Ijim! ¡Mira! ¿No te dice nada esta barba
canosa ni estos cegados ojos?
Heuxos y Lotho corrieron al oír la voz de Ijim y al ver a su anciano padre a horcajadas de los hombros de Ijim.
Sus lenguas persuasivas estaban inmóviles y sudorosos permanecieron, con piernas que temblaban.
Sabían que vano era luchar con Ijim. Se inclinaron sin decir palabra.
-¡Vamos, Heuxos, llama a tu padre que me propongo cazar esta noche! Aquí tienes al hipócrita que a veces
ruge como un terrible león. Pude arrancarle los miembros y dejarle pudrir en el bosque para que le devoraran
los pájaros; pero preferí dejar el lugar. Sin embargo como tigre me siguió. Volví a vencerle. Entonces, como un río quiso ahogarme en sus aguas, pero no tardé en luchar victoriosamente contra las olas. Luego como nube, se cargó con las espadas del relámpago, pero también desafíé la venganza. Entonces reptó como una lustrosa
serpiente, hasta enroscarse en torno a mi cuello mientras dormía. Estruje su venenosa alma. Luego se hizo
sapo y lagartija para susurrarme palabras al oído, o en forma de roca se interpuso en mi camino. Otras veces
tomó forma de planta venenosa. Por fin le atrapé cuando asumía la apariencia de Tiriel, ciego y anciano. ¡Así lo he preservado! ¡Busquen a su padre! ¡Busquen a Myratana!
Los dos hermanos permanecieron donde estaban, sin saber que hacer. Entonces Tiriel alzó su argéntea voz:
- ¡Serpientes, no hijos! ¿Qué hacen ahí, inmóviles? ¡Vengan a buscar a Tiriel! ¡Vengan a buscar a Myratana y a
divertirse con este hazmerreír! Tiriel, el pobre ciego, ha vuelto y su maltratada cabeza se halla a punto de
soportar sus más amargas calumnias ¡vengan, hijos de la maldición!
Mientras Tiriel hablaba, sus hijos corrieron a él, asombrándose por la brutal fortaleza de Ijim. Sabían que la
lanza, escudo y cota de malla eran inútiles.
Cuando Ijim alzaba su vigoroso brazo. su cuerpo devolvía las flechas y la aguda espada se quebraba al
encontrar su carne desnuda.
Entonces Ijim dijo: ¡Lotho, Clithyma, Makuth, vengan a buscar a su
padre! ¿Por qué están tan confundidos? ¿Por qué callas, Heuxos?
Entonces Ijim dijo: ¡Lotho, Clithyma, Makuth, vengan a buscar a su padre! ¿Por qué están tan confundidos?
¿Por qué callas, Heuxos?
-¡Noble Ijim, has traído a nuestro padre hasta nuestros ojos para que
nos estremezcamos y hagamos gala de arrepentimiento postrados ante
tus rodillas poderosas. Apenas somos los esclavos de Fortuna y este
hombre tan cruel desea nuestra muerte. ¡Ijim! Este es aquel cuya añosa
lengua engaña al noble. Si la elocuente voz de Tiriel ha labrado nuestra
ruina, no nos rendimos ni luchamos contra la agria suerte.
Así habló, arrodillándose. Entonces Ijim sobre el suelo dejó al anciano
Tiriel, quien dudaba si lo que sucedía era real.
-¿Es cierto, Heuxos, que abandonaste a tu anciano padre al capricho de
los vientos invernales? ¿Es cierto? Es una monstruosidad y soy como el
árbol al que el viento retuerce. ¡Tú, ciego demonio, y ustedes,
simuladores! ¿Es esta la casa de Tiriel?
Eso es tan falso como Matha y tan tenebroso como el vacuo Orcus
¡huyan demonios! Ijim no alzara su mano contra ustedes.
Así hablo Ijim y, con aspecto tenebroso,
se volvió para buscar, en silencio,
la fronda secreta. Toda la noche vagó por las sendas desoladas.
V
El viejo Tiriel dijo, poniéndose de pie: ¿Dónde duerme el rayo? ¿Dónde
oculta su horrible cabeza? ¿Y dónde sus ágiles y fieras hijas amortajan
sus fieros vientos y los terrores de sus cabellos?
¡Tierra, así, con el pie, golpeo tu seno! ¡Despierta al terremoto que en
su antro duerme para que alce su oscuro y ardiente rostro por las
greetas del suelo; para que levante estas torres con sus hombros y
ordene a sus ardientes perros que broten del centro de la tierra
regurgitando llamas, rugidos y humo! ¿Dónde estas, Plaga, que en
nieblas y aguas estancadas te bañabas? ¡Despierta tus indolentes
miembros y permite que el más repugnante de tus venenos caiga de tus
ropas mientras andas, envuelta en amarillentas nubes! Aquí torna
asiento, en este amplio patio. Que sea sembrado de muerte.
¡Siéntate a reír de estos malditos hijos de Tiriel! Rayo, fuego, pestilencia, ¿no oyen la maldición de Tiriel?
Calló. Compactas nubes rodeaban en desorden las altas torres haciendo oír sus enormes voces como el eco a la
maldición paterna. Tembló la tierra. El fuego brotó de las grietas abiertas y al cesar los temblores, la niebla se
apoderó de la región maldecida.
El palacio de Tiriel se pobló de lamentaciones. Sus cinco hijas corrían y le tomaban por las ropas mientras
derramaban lágrimas de amargo dolor.
-¡Ahora que sufren la maldición, lloran! ¡Si todos los oídos fueran sordos como los de Tiriel y todos los ojos tan
ciegos como los suyos a su dolor! ¡Qué nunca más las estrellas titilen sobre sus techos! ¡Qué ni el sol ni la luna
los visiten y que nieblas eternas envuelvan sus muros! Tú, Hela, que eres la menor de mis hijas, me conducirás
lejos de este lugar. ¡Qué la maldición caiga sobre el resto y a todos comprenda!
Calló, Hela guió a su padre, alejándole del bullicioso sitio.
Presurosos huyeron, mientras los hijos e hijas de Tiriel, encadenados en la espesa penumbra, lanzaban
plañideros gritos durante la noche entera. ¡Y al llegar la mañana cien hombres aparecieron, imágenes vivas de
la tétrica muerte!
¡Las cuatro hijas y todos los niños aun en sus lechos estaban tendidos sobre el piso de mármol, callados,
víctimas de la peste! Los demás, atontados, daban vueltas, llenos de temor culpable y las vidas de todos los
niños quedaron para mitigarse en el palacio, desesperados, repulsivos, mudos, perplejos, en espera de la
muerte negra.
VI
Hela guió a su padre a través del silencio de la noche, azorada y muda, hasta que la luz de la mañana apuntó. -
Ahora, I lela, puedo ir con buen animo a vivir con I-lar y 1-leva, ya que la maldición acabará para siempre con
mis hijos culpables. Este es acogedor camino correcto: lo reconozco por el sonido de nuestros pies.
Recuerda, Hela, que te salvé de la muerte. Obedece pues a tu padre,
que te ha librado de la maldición. He morado con Myratana durante
cinco años en el desierto desolado; durante todo ese tiempo hemos
esperado que cayera el fuego del cielo o que los torrentes del mar por
entero los cubrieran. Pero hoy mi esposa está muerta
y el tiempo de la gracia ha pasado.
Ya has visto la consecuencia de la maldición paterna. Condúceme ahora
al lugar que te he señalado.
-¡Cómplice de tus malignos espíritus. Maldito pecador! Cierto que nací
esclava tuya; pero ¿quién te ha pedido que me preservaras de la
muerte? Lo hiciste pensando en ti, hombre cruel:
porque necesitabas ojos.
-Cierto, Hela: este es el desierto de todos los seres desalmados. ¿Es
desalmado Tiriel? Mira: su hija menor ríe del afecto, glorifica la
rebelión, se mofa del amor. No ha comido en estos dos días. Llévame a
la tienda de Har y de Heva o te cubriré de una maldición paterna tan
tremenda que en sentirás reptar los gusanos por tus huesos. Pero no.
¡Me guiarás! ¡Llévame, te lo ordeno, a casa de Har y de Heva!
-¡Cruel! ¡Destructor! ¡Agostador! ¡Vengador!
Hasta Har y Heva de llevaré ¡qué ellos terminen maldiciéndote! ¡Qué te
maldigan como tú has maldecido, aunque ellos no son como tú! Son
santos y perdonan, rebosan amante misericordia y olvidan las ofensas
de sus más rebeldes hijos.
De otro modo no habrás vivido para maldecir a tus hijos indefensos.
- Mírame a los ojos Hela, y advierte, ya que tienes ojos que ven, las
lágrimas que manan de mis pétreos manantiales. ¿Por qué lloro? ¿Por
qué mis órbitas ciegas no te dirigen venenosos dardos? ¡Ríe, serpiente,
tú que eres el más joven de los reptiles venenosos que llevan la sangre
de Tiriel! ¡Ríe, que Tiriel, tu padre, causa te dará para que llores a
menos que le lleves a la tienda de Har! ¡Hija de la maldición!
-¡Silencia tu perversa lengua, asesino de hijos inermes! Te conduzco a la tienda de Har. No porque tema tu
maldición sino porque presiento que te habrán de maldecir y que colgarán de tus huesos caídos, agonías
convulsivas. Entonces, en cada arruga de ese rostro tuyo se darán cita los gusanos de la muerte para hartarse
con la lengua de las tremendas maldiciones.
-Escucha Hela, hija mía. Eres hija de Tiriel. Tu padre clama y eleva su mano al cielo porque te has mofado de
sus lágrimas y le has maldecido, a él, que es un anciano. ¡Qué las serpientes broten de tus firmes rizos y rían
recorriéndolos!
Los oscuros cabellos de Hela se erizaron y las serpientes rodearon su frente, Creyó enloquecer. Sus alaridos
parecieron conmover el alma de Tiriel.
-¿Qué he hecho, Hela, Hija? ¿Tanto temes mi maldición? De no ser así ¿por qué gritas? ¡Miserable! ¡Maldecir a
tu anciano padre! Llévame a casa de Har y Heva y la maldición de Tiriel dejará de, obrar. ¡Si te niegas, quédate
aullando en estas montañas baldías!
VII
Hela gimiendo, le condujo a través de montañas y de siniestros valles hasta que cierto atardecer llegaron a las
cavernas de Zazel. De ellas salieron corriendo el viejo Zazel y sus hijos al ver a su tiránico príncipe ciego y a su
hija que, sin dejar de lamentarse, le servía de lazarillo. Y rieron, burlándose. Algunos les arrojaron basuras y
piedras cuando pasaron cerca de ellos; pero al volverse Tiriel y alzar su terrible voz algunos huyeron y se
ocultaron; pero Zazel permaneció sereno y así comenzó a hablar:
-¡Calvo tirano, arrugado e hipócrita! ¡Escucha a las cadenas de Zazel! ¡Tú fuiste quien encadenó a tu hermano
Zazel! ¿Dónde están ahora tus ojos?
¡Grita, hermosa hija de Tiriel! ¡Hermosa canción la tuya! ¿A dónde
van? Vengan a comer raíces y a beber un poco de agua. Tu cráneo está
despoblado, anciano; el sol secará tus sesos y llegarás a ser tan tonto
como el tonto de tu hermano Zazel.
El ciego al escucharle, se golpeó el pecho y, estremeciéndose,
siguió su camino.
Les arrojaron basuras hasta que la gimiente doncella condujo a su padre
al refugio de un bosque. Moraban en el bestias salvajes y allí esperaba
ella poner fin a su dolor; pero los tigres huyeron al oír sus gritos. Toda
la noche erraron por el bosque y, al despuntar el día, comenzaron a
escalar las montañas de Har. Al mediodía, las jubilosas tiendas se
horrorizaron al oír, provenientes de la montaña,
los lúgubres gritos de Hela.
Pero Har y Heva dormían, libres de temor,
como niños apoyados al amante seno.
Mnetha despertó. Corriendo fue hasta la puerta de la tienda y vio al
anciano vagabundo, que guiaban a su casa. Cogió su arco y escogió sus
flechas tras lo cual fue al encuentro de la terrible pareja.
VIII
Y Mnetha se apresuró a reunirse con ellos
en la puerta del jardín inferior.
-¡No se muevan, o de mi arco recibirán aguda y alada muerte!
Tiriel se detuvo y dijo:
¿Qué dulce voz amenaza con tan amargas frases?
Llévame hasta Har y Heva, que soy Tiriel, rey del occidente.
Entonces Mnetha les guió a la tienda de Har. Har y Heva corrieron a la
puerta. Al palpar Tiriel los tobillos del anciano Har dijo: ¡Débil y
equivocado padre de una raza sin ley. Tus leyes, Har, y la sabiduría de
Tiriel, juntas terminan en maldición.
Tu Dios de Amor, tus firmamentos de dicha.
¿Por qué una misma ley para el león y para el buey paciente?
¿Acaso no ves que todos los hombres no pueden concebirse iguales? Algunos tienen el ancho de las ventanas
de la nariz y exhalan sangre. Otros se encierran en silente engaño, aspirando los venenos de la rosa matutina
con dagas ocultas bajo los labios y el veneno de sus bocas. Otros fueron dotados de ojos que despiden luces
infernales o de infernales teas ardientes de inconformidad y de males que sumen en oscuro desaliento. Otros,
por fin, tienen bocas semejantes a las tumbas y dientes que son las puertas de la muerte eterna. ¿Puede la
sabiduría encerrarse en un cetro de plata o el amor en un cuenco dorado?
¿Se abriga sin lana el hijo de los reyes? ¿Llora con voz sonora? ¿Mira el sol y ríe o tiende sus manos hacia las
profundidades del mar para extraer la maldad mortal del escamoso lisonjero y tenderla a la luz de la mañana?
¿Por qué corretean los hombres bajo los cielos en forma de reptil como gusanos de sesenta inviernos que
reptan sobre el suelo oscuro? El niño surge del seno materno; su padre le espera, dispuesto, para moldear la
cabeza infantil mientras la madre juega indiferente con su perro en el lecho: el joven pecho esta frío por falta
de alimento materno, y se ve privada de leche la llorosa boca. Con dificultad y dolor levantan los pequeños párpados y abren las diminutas ventanas de su nariz; el padre confecciona un látigo para animar a los
indolentes sentidos, aleja a azotes toda fantasía juvenil del recién nacido; luego pasea al débil pequeño en su
dolor, obligado a contar los pasos en la arena. Y cuando el zángano ha alcanzado su mayor longitud, aparecen
las zarzamoras y envenenan todo el entorno. Así era Tiriel, obligado a la plegaria, repugnante, y a humillar el
espíritu inmortal hasta tornarse sutil como la serpiente en un paraíso que todo lo consume: flores y frutos,
insectos y viejos pájaros.
-Ahora mi paraíso ha caído y una terrible planicie arenosa convierte mis sedientos silbidos en una maldición
contra ti, Har, padre equivocado de una raza sin ley. Mi voz se desvanece.
Dejó de hablar y, tendido a los pies de Har y Heva, halló horrenda muerte.
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