18/12/13

Notas sobre el arte de escribir cuentos fantásticos



La razón por la cual escribo cuentos fantásticos es porque me producen una satisfacción personal y me acercan a la vaga, escurridiza, fragmentaria sensación de lo maravilloso, de lo bello y de las visiones que me llenan con ciertas perspectivas (escenas, arquitecturas, paisajes, atmósfera, etc.), ideas, ocurrencias e imágenes. Mi predilección por los relatos sobrenaturales se debe a que encajan perfectamente con mis inclinaciones personales; uno de mis anhelos más fuertes es el de lograr la suspensión o violación momentánea de las irritantes limitaciones del tiempo, del espacio y de las leyes naturales que nos rigen y frustran nuestros deseos de indagar en las infinitas regiones del cosmos, que por ahora se hallan más allá de nuestro alcance, más allá de nuestro punto de vista. Estos cuentos tratan de incrementar la sensación de miedo, ya que el miedo es nuestra más fuerte y profunda emoción y una de las que mejor se presta a desafiar los cánones de las leyes naturales. El terror y lo desconocido están siempre relacionados, tan íntimamente unidos que es difícil crear una imagen convincente de la destrucción de las leyes naturales, de la alienación cósmica y de las presencias exteriores sin hacer énfasis en el sentimiento de miedo y horror. La razón por la cual el factor tiempo juega un papel tan importante en muchos de mis cuentos es debida a que es un elemento que vive en mi cerebro y al que considero como la cosa más profunda, dramática y terrible del universo. El conflicto con el tiempo es el tema más poderoso y prolífico de toda expresión humana.

Mi forma personal de escribir un cuento es evidentemente una manera particular de expresarme; quizá un poco limitada, pero tan antigua y permanente como la literatura en sí misma. Siempre existirá un número determinado de personas que tenga gran curiosidad por el desconocido espacio exterior, y un deseo ardiente por escapar de la morada-prisión de lo conocido y lo real, para deambular por las regiones encantadas llenas de aventuras y posibilidades infinitas a las que sólo los sueños pueden acercarse: las profundidades de los bosques añosos, la maravilla de fantásticas torres y las llameantes y asombrosas puestas de sol. Entre esta clase de personas apasionadas por los cuentos fantásticos se encuentran los grandes maestros -Poe, Dunsany, Arthur Machen, M. R. James, Algernon Blackwood, Walter de la Mare; verdaderos clásicos- e insignificantes aficionados, como yo mismo.

Sólo hay una forma de escribir un relato tal y como yo lo hago. Cada uno de mis cuentos tiene una trama diferente. Una o dos veces he escrito un sueño literalmente, pero por lo general me inspiro en un paisaje, idea o imagen que deseo expresar, y busco en mi cerebro una vía adecuada de crear una cadena de acontecimientos dramáticos capaces de ser expresados en términos concretos. Intento crear una lista mental de las situaciones mejor adaptadas al paisaje, idea, o imagen, y luego comienzo a conjeturar con las situaciones lógicas que pueden ser motivadas por la forma, imagen o idea elegida.

Mi actual proceso de composición es tan variable como la elección del tema o el desarrollo de la historia; pero si la estructura de mis cuentos fuese analizada, es posible que pudiesen descubrirse ciertas reglas que a continuación enumero:

1) Preparar una sinopsis o escenario de acontecimientos en orden de su aparición; no en el de la narración. Describir con vigor los hechos como para hacer creíbles los incidentes que van a tener lugar. Los detalles, comentarios y descripciones son de gran importancia en este boceto inicial.

2) Preparar una segunda sinopsis o escenario de acontecimientos; esta vez en el orden de su narración, con descripciones detalladas y amplias, y con anotaciones a un posible cambio de perspectiva, o a un incremento del clímax. Cambiar la sinopsis inicial si fuera necesario, siempre y cuando se logre un mayor interés dramático. Interpolar o suprimir incidentes donde se requiera, sin ceñirse a la idea original aunque el resultado sea una historia completamente diferente a la que se pensó en un principio. Permitir adiciones y alteraciones siempre y cuando estén lo suficientemente relacionadas con la formulación de los acontecimientos.

3) Escribir la historia rápidamente y con fluidez, sin ser demasiado crítico, siguiendo el punto (2), es decir, de acuerdo al orden narrativo en la sinopsis. Cambiar los incidentes o el argumento siempre que el desarrollo del proceso tienda a tal cambio, sin dejarse influir por el boceto previo. Si el desarrollo de la historia revela nuevos efectos dramáticos, añadir todo lo que pueda ser positivo, repasando y reconciliando todas y cada una de las adiciones del nuevo plan. Insertar o suprimir todo aquello que sea necesario o aconsejable; probar con diferentes comienzos y diferentes finales, hasta encontrar el que más se adapte al argumento. Asegurarse de que ensamblan todas las partes de la historia desde el comienzo hasta el final del relato. Corregir toda posible superficialidad -palabras, párrafos, incluso episodios completos-, conservando el orden preestablecido.

4) Revisar por completo el texto, poniendo especial atención en el vocabulario, sintaxis, ritmo de la prosa, proporción de las partes, sutilezas del tono, gracia e interés de las composiciones (de escena a escena de una acción lenta a otra rápida, de un acontecimiento que tenga que ver con el tiempo, etc.), la efectividad del comienzo, del final, del clímax, el suspenso y el interés dramático, la captación de la atmósfera y otros elementos diversos.

5) Preparar una copia esmerada a máquina; sin vacilar por ello en acometer una revisión final allí donde sea necesario.

El primero de estos puntos es por lo general una mera idea mental, una puesta en escena de condiciones y acontecimientos que rondan en nuestra cabeza, jamás puestas sobre papel hasta que preparo una detallada sinopsis de estos acontecimientos en orden a su narración. De forma que a veces comienzo el bosquejo antes de saber cómo voy más tarde a desarrollarlo.

Considero cuatro tipos diferentes de cuentos sobrenaturales: uno expresa una aptitud o sentimiento, otro un concepto plástico, un tercer tipo comunica una situación general, condición, leyenda o concepto intelectual, y un cuarto muestra una imagen definitiva, o una situación específica de índole dramática. Por otra parte, las historias fantásticas pueden estar clasificadas en dos amplias categorías: aquellas en las que lo maravilloso o terrible está relacionado con algún tipo de condición o fenómeno, y aquéllas en las que esto concierne a la acción del personaje con un suceso o fenómeno grotesco.

Cada relato fantástico -hablando en particular de los cuentos de miedo- puede desarrollar cinco elementos críticos: a) lo que sirve de núcleo a un horror o anormalidad (condición, entidad, etc,); b) efectos o desarrollos típicos del horror, c) el modo de la manifestación de ese horror; d) la forma de reaccionar ante ese horror; e) los efectos específicos del horror en relación a lo condiciones dadas.

Al escribir un cuento sobrenatural, siempre pongo especial atención en la forma de crear una atmósfera idónea, aplicando el énfasis necesario en el momento adecuado. Nadie puede, excepto en las revistas populares, presentar un fenómeno imposible, improbable o inconcebible, como si fuera una narración de actos objetivos. Los cuentos sobre eventos extraordinarios tienen ciertas complejidades que deben ser superadas para lograr su credibilidad, y esto sólo puede conseguirse tratando el tema con cuidadoso realismo, excepto a la hora de abordar el hecho sobrenatural. Este elemento fantástico debe causar impresión y hay que poner gran cuidado en la construcción emocional; su aparición apenas debe sentirse, pero tiene que notarse. Si fuese la esencia primordial del cuento, eclipsaría todos los demás caracteres y acontecimientos, los cuales deben ser consistentes y naturales, excepto cuando se refieren al hecho extraordinario. Los acontecimientos espectrales deben ser narrados con la misma emoción con la que se narraría un suceso extraño en la vida real. Nunca debe darse por supuesto este suceso sobrenatural. Incluso cuando los personajes están acostumbrados a ello, hay que crear un ambiente de terror y angustia que se corresponda con el estado de ánimo del lector. Un descuidado estilo arruinaría cualquier intento de escribir fantasía seria.

La atmósfera y no la acción, es el gran desiderátum de la literatura fantástica. En realidad, todo relato fantástico debe ser una nítida pincelada de un cierto tipo de comportamiento humano. Si le damos cualquier otro tipo de prioridad, podría llegar a convertirse en una obra mediocre, pueril y poco convincente. El énfasis debe comunicarse con sutileza; indicaciones, sugerencias vagas que se asocien entre sí, creando una ilusión brumosa de la extraña realidad de lo irreal. Hay que evitar descripciones inútiles de sucesos increíbles que no sean significativos.

Éstas han sido las reglas o moldes que he seguido -consciente o inconscientemente- ya que siempre he considerado con bastante seriedad la creación fantástica. Que mis resultados puedan llegar a tener éxito es algo bastante discutible; pero de lo que sí estoy seguro es que, si hubiese ignorado las normas aquí arriba mencionadas, mis relatos habrían sido mucho peores de lo que son ahora.

FIN

20/11/13

Minúsculo suplemento al libro egipcio de los muertos



 

Me gusta imaginar que emprendo el camino antes que tú
(es probable y justo que así sea)
me gusta poder imaginar que se trata en efecto
de emprender un viaje a bordo de la barca egipcia
a lo largo de las aguas privadas de cielo
luego por la comarca al envés del espejo

Y si los pesadores de almas y los guardianes del umbral
me dejasen pasar
llegaría el primero a una casa parecida
a esta en la que vivimos
Lo prepararía todo mientras espero tu llegada
La cama estaría hecha las provisiones preparadas
el fuego encendido apenas una cerilla

Una tarde llaman a la puerta Abro Eres tú
«¿Te ha parecido mucho tiempo?»

Pero ya al hacer la pregunta
no comprendes más el sentido de tus palabras
pues tú semejante aquí a en quien yo me he convertido
no sabemos ya que quiere decir
la palabra tiempo.

11/11/13

-Arthur Rimbaud-







Cuando el mundo sea reducido a un solo bosque negro para nuestros cuatro ojos atónitos,
- a una playa para dos niños fieles, - a una casa musical para nuestra clara simpatía, 
- yo te encontraré.





1/11/13

Perfect Day - Lou Reed










Just a perfect day,
Drink Sangria in the park,
And then later, when it gets dark,
We go home.
Just a perfect day,
Feed animals in the zoo
Then later, a movie, too,
And then home.

Oh it's such a perfect day,
I'm glad I spent it with you.
Oh such a perfect day,
You just keep me hanging on,
You just keep me hanging on.

Just a perfect day,
Problems all left alone,
Weekenders on our own.
It's such fun.
Just a perfect day,
You made me forget myself.
I thought I was someone else,
Someone good.

Oh it's such a perfect day,
I'm glad I spent it with you.
Oh such a perfect day,
You just keep me hanging on,

You're going to reap just what you sow,



30/10/13

La relacion de la cosa



Esta cosa es más difícil de lo que cualquiera puede entender. Insista. No se desanime. Parecerá obvio. Pero es extremadamente difícil saber algo de ella. Pues envuelve el tiempo. Nosotros dividimos el tiempo, cuando en realidad no es divisible. Siempre es inmutable. Pero nosotros necesitamos dividirlo. Y por eso surgió una cosa monstruosa: el reloj.

No voy a hablar de relojes. Sino sobre un determinado reloj. Mi juego es claro: digo lo que tengo que decir sin literatura. Esta relación es la antiliteratura de la cosa. El reloj del que hablo es electrónico y tiene despertador. La marca es Sveglia, que quiere decir ‘despierta’. Despierta para qué, Dios mío. Para el tiempo. Para la hora. Para el instante. Ese reloj no es mío. Pero me apoderé de su infernal alma tranquila.

No es de muñeca, está suelto, por tanto. Tiene dos centímetros y está de pie en la superficie de la mesa. Yo quería que se llamara Sveglia, tal cual. Pero la dueña del reloj quiere que se llame Horacio. Poco importa. Pues lo principal es que él es el tiempo. Su mecanismo es muy simple. No tiene la complejidad de una persona, pero es más persona que muchas personas. ¿Es un superhombre? No, viene directamente del planeta Marte, a lo que parece. Si es de allí de donde viene, entonces un día volverá a allí. Es tonto decir que no necesita cuerda, eso ya ocurre con otros relojes, como el mío de muñeca, es antichoque, puede mojarse a placer. Ésos son más que personas. Por lo menos, son de la Tierra. El Sveglia es de Dios. Fueron usados cerebros humanos divinos para captar lo que debía ser este reloj. Estoy escribiendo sobre él pero todavía no lo vi. Va a ser el Encuentro. Sveglia: despierta, mujer, despierta para ver lo que debe ser visto. Es importante estar despierta para ver. Pero también es importante dormir para soñar con la falta de tiempo.

Sveglia es el Objeto, es la Cosa, con letra mayúscula. ¿Será que el Sveglia me ve? Ve, sí, como si yo fuese otro objeto. Él reconoce que a veces hay personas que también vienen de Marte.

Están ocurriéndome cosas, desde que sé la existencia del Sveglia, que parecen un sueño. Despiértame, Sveglia, quiero ver la realidad. Pero es que la realidad parece un sueño. Estoy melancólica porque estoy feliz. No es paradójico. Después del acto del amor, ¿no viene una cierta melancolía? De la plenitud. Estoy con deseos de llorar. Sveglia no llora. Además, él no tiene circunstancias. ¿Será que su energía tiene peso? Duerme, Sveglia, duerme un poco, yo no soporto la vigilia. Tú no paras de ser. Tú no sueñas. No se puede decir que tú «funcionas»: tú no eres funcionamiento, tú sólo eres. Tú eres muy delgado. Y nada te acontece. Eres tú quien hace acontecer las cosas.

Acontéceme, Sveglia, acontéceme. Estoy necesitando un determinado acontecimiento sobre el cual no puedo hablar. Y dame otra vez el deseo, que es el resorte de la vida animal. Yo no te quiero para mí. No me gusta sentirme vigilada. Y tú eres un ojo único abierto siempre como un ojo suelto en el espacio. Tú no me quieres mal, pero tampoco me quieres bien. ¿Será que yo también estoy quedando así, sin sentimiento de amor? ¿Soy una cosa? Sé que estoy con poca capacidad de amar. Mi capacidad de amar fue demasiado pisoteada, Dios mío. Sólo me queda un hilo de deseo. Yo necesito que éste se fortifique. Porque no es como tú piensas, que sólo la muerte importa. Vivir, cosa que tú no conoces, porque es pudrirse, vivir corrompiéndose importa mucho. Un vivir seco: un vivir esencial.

Si él se quebrara, ¿creería que murió? No, sería simplemente fuera de sí mismo. Pero tú tienes flaquezas, Sveglia. Yo supe por tu dueña que necesitas una capa de cuero para protegerte de la humedad. Supe, también, en secreto, que una vez te detuviste. La dueña no se asustó: te dio unos golpecitos muy simples y tú nunca más te paraste. Yo te entiendo, te perdono: tú viniste de Europa y necesitabas un mínimo de tiempo para aclimatarte, ¿no? ¿Quiere decir que tú también eres mortal, Sveglia? ¿Tú eres tiempo que para?

Yo oí al Sveglia, por teléfono, dar la alarma.

Es como en el interior de las personas: uno se despierta de dentro hacia afuera.

Parece que su electrónico-Dios se comunica con nuestro cerebro electrónico-Dios: el sonido es suave, sin la menor estridencia. Sveglia marcha como un caballo blanco suelto y sin silla.

Yo supe de un hombre que poseía un Sveglia y a quien aconteció Sveglia. Él caminaba con el hijo de diez años, de noche, y el hijo dijo: Cuidado, papá, hay macumba1 ahí. El padre retrocedió (¿no es que pisó de lleno en la vela encendida, apagándola?). No pareció haber ocurrido nada, lo que también es mucho de Sveglia. El hombre se fue a dormir. Cuando despertó vio que uno de sus pies estaba hinchado y negro. Llamó a los amigos médicos que no apreciaron ninguna señal de herida: el pie estaba intacto, sólo negro y muy hinchado, de aquella inflamación que deja la piel toda estirada. Los médicos llamaron a otros colegas. Y nueve médicos decidieron que era gangrena. Tenían que amputar el pie. Lo marcaron para el día siguiente, a una hora exacta. El hombre se durmió. Y tuvo un sueño terrible. Un caballo blanco quería agredirle y él huía como un loco. Todo eso pasaba en el Campo de Santana. El caballo blanco era lindo y enjaezado con plata. Pero no tuvo suerte. El caballo le golpeó el pie, pisándolo. En ese momento, el hombre despertó gritando. Pensaron que estaba nervioso, le explicaron que eso sucedía cuando se estaba cerca de una operación, le dieron un sedante, se durmió otra vez. Cuando despertó, miró hacia el pie. Gran sorpresa: el pie estaba blanco y del tamaño normal. Vinieron los nueve médicos y no lo supieron explicar. Ellos no conocían el enigma del Sveglia contra el cual sólo un caballo blanco puede luchar. No había motivo para hacer la operación. Sólo que no podía apoyarse en ese pie: flaqueaba. Era la marca del caballo de arreos de plata, de vela apagada, del Sveglia. Pero Sveglia quiso triunfar y ocurrió una cosa. La esposa de ese hombre, en perfecto estado de salud, en la mesa del comedor, comenzó a sentir fuertes dolores en los intestinos. Interrumpió la comida y se fue a echar a la cama. El marido, preocupadísimo, fue a verla. Estaba blanca, exangüe. Le tomó el pulso: no había. La única señal de vida era que su frente se perlaba de sudor. Llamaron al médico que dijo que podía ser un caso de catalepsia. El marido no se conformó. Le descubrió el vientre e hizo sobre él movimientos simples, como él mismo los había hecho cuando el Sveglia se paró, movimientos que no sabía explicar.

La mujer abrió los ojos. Estaba perfectamente bien de salud. Y continúa viva, que Dios la guarde. Eso tiene que ver con el Sveglia. No sé cómo. Pero que tiene que ver, tiene. ¿Y el caballo blanco del Campo de Santana, que es plaza de pájaros, palomas y quatis?2 Muy enjaezado, con adornos de plata, de crines altivas y erizadas. Corriendo rítmicamente contra el ritmo del Sveglia. Corriendo sin prisa.

Estoy en perfecta salud física y mental. Pero una noche estaba durmiendo profundamente y me oyeron decir en voz alta: ¡quiero tener un hijo con Sveglia!

Yo creo en el Sveglia. Él no cree en mí. Piensa que miento mucho. Y miento. En la Tierra se miente mucho.

Yo pasé cinco años sin engriparme: eso fué por el Sveglia. Y cuando me engripé, duró tres días. Después me quedó una tos seca. Pero el médico me recetó un antibiótico y me curé. El antibiótico es el Sveglia.

Ésta es una relación. El Sveglia no admite cuento o novela u otra cosa. Sólo permite transmisión. Mal admite que yo llame a esto relación. Lo llamo relato de misterio. Y hago lo posible porque sea un relato seco como el champán ultraseco. Pero a veces —pido disculpas— se moja. ¿Podría hablar con más dureza con relación al Sveglia? No, él sólo es. Y en verdad, Sveglia no tiene nombre íntimo: conserva el anonimato. Además, Dios no tiene nombre: conserva el anonimato perfecto: no hay lengua que pronuncie su verdadero nombre.

Sveglia es estúpido: actúa clandestinamente, sin meditar. Voy a decir ahora algo muy grave que parecerá herejía: Dios es burro. Porque Él no entiende, no piensa, sólo es. Ciertamente, su estupidez se ejecuta a sí misma. Pero Él comete muchos errores. Y sabe que los comete. Basta mirarnos a nosotros mismos, que somos un error grave. Basta ver el modo como nos organizamos en sociedad e intrínsecamente, de tú a tú. Pero hay un error que Él no comete: Él no muere. Sveglia tampoco muere. Todavía no vi al Sveglia, como ya dije. Tal vez sea mojado verlo. Sobre todo, con relación a él. Pero la dueña no quiere que yo lo vea. Tiene celos. Los celos llegan a mojar, de tan húmedos. Además, nuestra Tierra corre el riesgo de mojarse de sentimientos. El gallo es Sveglia. El huevo es puro Sveglia. Pero sólo el huevo entero, completo, blanco, de cascara seca, completamente oval. Por dentro de él hay vida; vida mojada. Pero comer la yema cruda es Sveglia.

¿Quieren ver qué es Sveglia? El fútbol. Pero Pelé, en cambio, no es. ¿Por qué? Imposible de explicar. Quizás porque no ha respetado el anonimato.

La discusión es Sveglia. Acabo de tener una con la dueña del reloj. Yo dije: ya que tú no quieres dejarme ver el Sveglia, descríbeme sus discos. Entonces ella se puso furiosa — eso es Sveglia— y dijo que tenía muchos problemas —tener problemas no es Sveglia—. Entonces intenté calmarla y todo quedó bien. Mañana no la llamaré. La dejaré descansar.

Me parece que escribiré sobre el electrónico sin verlo jamás. Parece que tendrá que ser así. Es fatal.

Tengo sueño. ¿Estará permitido? Sé que voy a soñar con el Sveglia. El número está permitido. Aunque el seis no lo sea. Rarísimos poemas están permitidos. De novela, ni se puede hablar. Tuve una empleada por siete días, llamada Severina, y que había pasado hambre de niña. Le pregunté si estaba triste. Me dijo que no era alegre ni triste: era así, sólo. Ella era Sveglia. Pero yo no lo era y no pude soportar la ausencia de sentimiento.

Suecia es Sveglia.

Pero ahora me voy a dormir, aunque no debo soñar.

El agua, a pesar de ser mojada por excelencia, es Sveglia. Escribir es. Pero el estilo no es. Tener senos es. El órgano masculino es muy Sveglia. La bondad no es. Pero la nobondad, el darse, es. Bondad no es lo opuesto a maldad.

¿Estaré escribiendo mojado? Me parece que sí. Mi sobrenombre es. Ya el primero es muy dulce, es para el amor. No tener ningún secreto —y, sin embargo, mantener el enigma— es Sveglia. En la puntuación, las reticencias no son. Si alguien llega a entender este mi irrevelado relato, ese alguien es. Parece que yo no soy yo, de tanto yo que soy. El Sol es, la Luna no. Mi cara es. Probablemente la suya también es. El whisky es. Y, por increíble que parezca, la Coca-cola es, pero la Pepsi-cola nunca fue. ¿Estoy haciendo propaganda gratis? Eso está mal, ¿sabes, Coca-cola?

Ser fiel es. El acto del amor contiene en sí una desesperación que es.

Ahora voy a contar una historia. Pero antes quiero decir que quien me contó esta historia fue una persona que, a pesar de ser bondadosísima, es Sveglia.

Ahora me estoy muriendo de cansancio. Sveglia —si uno no se cuida— mata.

La historia es la siguiente: Sucede en una localidad llamada Coelho Neto, en Guanabara. La mujer de la historia era muy desgraciada porque tenía una herida en la pierna y la herida no cerraba. Trabajaba mucho y el marido era cartero. Ser cartero es Sveglia. Tenían muchos hijos. Y casi nada de comer. Pero ese cartero tomó sobre sí la responsabilidad de hacer feliz a su mujer. Ser feliz es Sveglia. Y el cartero resolvió la situación. Le mostró a una vecina que era estéril y sufría mucho por eso. No había modo de tener un hijo. Le enseñó a su mujer cómo era feliz por tener hijos. Y ella se volvió feliz, aun con la poca comida. Le enseñó también el cartero que otra vecina tenía hijos pero el marido bebía mucho y la golpeaba, a ella y también a los hijos. Mientras que él no bebía y nunca había golpeado a su mujer o a sus hijos. Lo que la hizo feliz. Todas las noches ellos tenían pena de la vecina estéril y de la que era golpeada por el marido. Todas las noches ellos eran muy felices. Y ser feliz es Sveglia. Todas las noches.

Yo quería llegar a la página nueve en la máquina de escribir. El número nueve es casi inalcanzable. El número trece es Dios. La máquina de escribir es. El peligro de pasar a no ser más Sveglia es cuando se mezcla un poco con los sentimientos de la persona que está escribiendo.

Yo aborrecí el cigarrillo Cónsul, que es mentolado y dulce. En cambio, el cigarrillo Garitón es seco, es duro, es áspero, y sin complicidad con el fumador. Como cada cosa es y no es, no me molesta hacer propaganda gratis al Garitón. Pero, en cuanto a la Coca-cola, no perdono.

Quiero mandar este relato a la revista Senhor y quiero que me paguen muy bien.

Como usted es Sveglia, juzgue si mi cocinera, que cocina bien y canta el día entero, es.

Me parece que voy a encerrar este relato esencial para explicar los fenómenos enérgicos de la materia. Pero no sé qué hacer. Ah, me voy a vestir.

Hasta nunca más, Sveglia. El cielo es muy azul. Las olas blancas de espuma del mar son más que mar. (Ya me despedí del Sveglia, sólo continuaré hablando por vicio, tengan paciencia.) El olor del mar mezcla masculino y femenino y nace en el aire un hijo que es.

La dueña del reloj me dijo hoy que él es el dueño de ella. Me dijo que él tiene unos agujeritos oscuros por donde sale el sonido suave como una ausencia de palabras, sonido de satén. Tiene un disco interior dorado. El disco exterior es plateado, casi sin color, como una aeronave en el espacio, metal volando. ¿La espera es o no es? No sé responder porque sufro de urgencia y quedo incapacitada de juzgar esta pregunta sin implicarme emocionalmente. No me gusta esperar.

Un cuarteto de música es muchísimo más que una sinfonía. La flauta es. El clave tiene un elemento de terror: los sonidos salen abiertos y quebradizos. Cosa de alma de otro mundo.

Sveglia, ¿cuándo me dejarás en paz? ¿Me vas a perseguir toda la vida, transformando la claridad en insomnio perenne? Ya te odio. Ya querría poder escribir una historia: un cuento o novela o una transmisión. ¿Cuál va a ser mi próximo paso en la literatura? Me parece que no escribiré más. Pero también es cierto que otras veces pensé que no escribiría más, y escribí. ¿Y qué he de escribir, Dios mío? ¿Me contaminé con la matemática del Sveglia y sólo sabré hacer relaciones ?

Ahora voy a terminar este relato de misterio. Ocurre que estoy muy cansada. Voy a tomar un baño antes de salir y me perfumaré con un perfume que es un secreto mío. Sólo digo una cosa de él: es agreste y un poco áspero, con una dulzura escondida. Él es.

Adiós, Sveglia. Adiós para siempre jamás. Hay una parte de mí que tú ya mataste. Ya morí y me estoy pudriendo. Morir es.

Y ahora, ahora adiós.

17/10/13

Leon, the professional.







Cristo en la cruz




Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora.



20/9/13

Good Love, Bad Love







Given' up on your love because
I found out years I've lost.
I finally saw for myself
What's been seen by everyone else -

Oh that your good love, good, good love
Has been a bad, bad love.

Led me on, oh that's what you did,
To believe that you loved me -
When all the time you knew
You just pitied me.
Oh that's all right, guess you win -
Every road must have an end -

When your good love, good love, good love
Has been a bad, bad love.

Am I wrong?
That's what I ask myself,
And I just got to know,
Should I forgive,
And find somebody else?
You know I stood yesterday,
Oh I can't stand it again -

When your good love, good love, good love
Has been a bad, bad love.

(Oh) Good love, good love, good love
Has been a bad, bad love.

19/9/13

de: La historia del ojo







Se desnuda. Deja su ropa por los arbustos y se dirige a los pasillos del manicomio, castillo fortificado, en busca de una virgen caída en la locura. Lo único que tiene encima de su existencia es un revólver. Por las habitaciones oscuras se asoma, con el golpeteo de sus pies desnudos sobre el cemento, asesino, violador, humano…







17/9/13

How does it make you feel








I am feeling very warm right now
Please don't disappear
I am spacing out with you
You are the most beautiful entity that I've ever dreamed of

At night I will protect you in your dreams
I will be your angel
You worry so much about not having enough time together
It makes no difference to me
I would be happy with just one minute in your arms
Let's have an extended play together
You're telling me that we live to far to love each other
But your love can stretch further than you and I can see
So how does it make you feel?

How does it make you feel?

Do you know when you look at me
It is a salvation
I've been waiting for you so long
I can drive on that road forever
I wish you could exist to live on my planet
Well it's very hard for me to say these things in your presence
So how does it make you feel?

How does it make you feel?


So how does it make you feel?
Well,i really think you should quit smoking



16/9/13

Dreams










El mundo según Garp

 
 
 
 
 LA PENSIÓN GRILLPARZER
 
 
 
Mi padre trabajaba para el departamento de turismo austriaco. Fue idea de mi madre el que toda la familia lo acompañara cuando viajaba como espía del departamento de turismo. Mi madre, mi hermano y yo lo acompañábamos en sus misiones secretas destinadas a descubrir la descortesía, el polvo, las comidas mal preparadas, las trampas de los restaurantes, hoteles y pensiones de Austria. Teníamos instrucciones de crear dificultades siempre que pudiéramos, de no pedir nunca exactamente lo que figuraba en el menú, de imitar las extrañas demandas de los extranjeros: las horas en que nos gustaría bañarnos, la necesidad de aspirinas, orientación para visitar el zoológico. Teníamos instrucciones de ser educados pero importunos; cuando la inspección concluía, informábamos a mi padre en el coche. Mi madre decía:
-La peluquería siempre está cerrada por la mañana. Pero fuera informan de ello, como corresponde. Supongo que es correcto siempre que no afirmen que tiene una peluquería «en» el hotel.
-Bueno, eso es lo que afirman -respondía mi padre, mientras tomaba notas en un gigantesco bloc.
Siempre conducía y yo decía, por ejemplo:
-El coche está aparcado en la calle, pero alguien hizo catorce kilómetros entre el momento en que se lo entregamos al portero y el que lo recogimos en el garaje del hotel.
-Ésa es una cuestión que debe ponerse directamente en conocimiento de la dirección -dijo mi padre y tomó nota.
-El inodoro perdía -dije
-Yo no pude abrir la puerta del W.C. -intervino mi hermano Robo.
-Robo -le recriminó mamá-, siempre has tenido problemas con las puertas.
-¿Se supone que eso era clase C? -pregunté.
-Sospecho que no -replicó papá-. Todavía figura como clase B.
Avanzamos un rato en silencio; nuestros juicios más serios se referían al cambio de categoría de un hotel o pensión. No sugeríamos frívolamente las reclasificaciones.
-Creo que esto exige una carta a la dirección -insinuó mamá-. No una carta demasiado amable, pero tampoco muy dura. Sólo con el propósito de establecer los hechos.
-Sí, el hombre me gustó. -Papá siempre se empeñaba en conocer personalmente a los directores.
-No olvides que usaron nuestro coche -apunté-. Eso es realmente imperdonable.
-Y que los huevos estaban malos -agregó Robo, que todavía no había cumplido diez años y cuyos criterios nadie tomaba en serio.
Nos convertimos en un equipo de evaluadores mucho más duros cuando mi abuelo murió y vino a vivir con nosotros la abuela, la madre de mi madre, que a partir de entonces nos acompañó en nuestros viajes. Johanna, regia dama, estaba acostumbrada a los viajes de clase A y las obligaciones de mi padre requerían con más frecuencia investigaciones de alojamientos de clase B y clase C. los hoteles (y pensiones) B y C eran los que más interesaban a los turistas. En los restaurantes nos iba un poco mejor. La gente que no podía permitirse el lujo de dormir en lugares elegante se interesaba, no obstante, por los mejores lugares para comer.
-No permitiré que prueben sus sospechosas comidas conmigo -nos dijo johanna-. Este extraño empleo que puede tener para ti el atractivo de contar con vacaciones gratis, pero el precio que se paga es terrible: la ansiedad de no saber qué tipo de alojamiento tendrás por la noche. A los norteamericanos puede resultarles encantador que todavía tengamos habitaciones sin cuartos de baño privados, pero yo soy una anciana y no me gusta nada tener que recorrer un pasillo para asearme y satisfacer mis necesidades fisiológicas. Y la angustia sólo es la mitad de la cuestión. Es posible contraer todo tipo de enfermedades, y no sólo a partir de la comida. Si la cama es dudosa, te aseguro que no podré pegar un ojo. Además los chicos son jóvenes e impresionables; tendríais que pensar en la clientela de algunos de esos alojamientos y plantearos seriamente las influencias.
-Mi madre y mi padre asintieron con un movimiento de cabeza y no dijeron nada-. ¡Ve más despacio! -me dijo severamente la abuela-. Sólo eres un jovencito al que le gusta exhibirse. -Disminuí la marcha-. Viena -suspiró la abuela-. En Viena siempre fui al Ambassador.
-Johanna, el Ambassador no está sujeto a investigación -dijo papá.
-Me lo imaginaba -comentó la abuela-. Supongo que ni siquiera vamos a un hotel de clase A.
-Bueno, en su mayor parte éste es un viaje B -reconoció mi padre.
-Confío en que eso significa que hay un lugar A en nuestro camino.
-No -admitió papá-. Hay un lugar C.
-Me parece bien -interrumpió Robo-. En la clase C hay riñas.
-Me lo imaginaba -replicó Johanna.
-Se trata de una pensión de clase C, muy pequeña -aclaró mi padre. como si el tamaño disculpara las incomodidades.
-Y solicitaron la clasificación B -explicó mamá.
-Pero hubo quejas -agregué.
-No me extraña -comentó la abuela.
-Y animales -añadí y mi madre me miró con intención.
-¿Animales? -inquirió la abuela.
-Animales -confirmé.
-«Sospechas» de animales -me corrigió mi madre.
-Sí, seamos justos -observó papá.
-¡Fantástico! -gruñó la abuela-. Sospechas de animales. ¿Pelos en las alfombras? ¡Sus espantosos excrementos en los rincones! ¿Sabéis que mi asma reacciona gravemente en cualquier habitación en la que haya estado un gato?
-La queja no se refería a gatos -dije y mi madre me dio un codazo.
-¿Perros? -quiso saber Johanna-. ¡Perros rabiosos! Perros que te muerden cuando vas al cuarto de baño.
-No -dije-. Tampoco se refiere a perros.
-¡Osos! -gritó Robo.
Pero mi madre se apresuró a decir:
-No estamos seguros con respecto al oso, Robo.
-Esto no es serio -dictaminó Johanna.
-¡Claro que no es serio! -condicionó papá-. ¿Cómo puede haber osos en una pensión?
-Según una carta, así era -insistí-. Por supuesto, el departamento de turismo supuso que se trataba de la queja de un maniático. Pero hubo otra inspección... y una segunda carta afirmando que había un oso.
Mi padre me miró con el ceño fruncido por el espejo retrovisor, pero yo pensé que si todos participábamos de la investigación, era justo abrirle los ojos a la abuela.
-Probablemente no se trata de un oso de verdad- Dijo Robo evidentemente desilusionado.
-¡Un hombre vestido de oso! -gritó la abuela-. ¿Qué clase de inaudita perversión es «ésa»? Una bestia de hombre que avanza a hurtadillas y disfrazado. ¿Con qué intención? Sé que se trata de un hombre vestido de oso -afirmó-. Quiero ir «primero» a ese lugar, si en este viaje hemos de soportar una experiencia de clase C, que sea lo antes posible.
-Pero no hemos hecho reservas para esta noche -dijo mamá.
Sí, tendríamos que darles la oportunidad de que estén preparados para recibirnos -opinó papá.
Aunque papá nunca revelaba a sus víctimas que trabajaba para el departamento de turismo, consideraba que las reservas eran sencillamente una forma decente de permitir que el personal estuviera lo mejor preparado posible.
-Estoy segura de que no es necesario pedir reservas en un lugar frecuentado por hombres que se disfrazan de animales -calculó Johanna-. No me cabe la menor duda de que «siempre» hay sitio en semejante lugar. Estoy segura de que los huéspedes acostumbran a agonizar en sus lechos... de miedo, o de cualquier daño ignominioso que les produce ese demonio vestido de oso.
-Probablemente es un oso «de verdad» -se retractó Robo, esperanzado, porque, con el giro que adoptaba la conversación, estaba seguro de que para la abuela sería preferible un verdadero oso al fantasma imaginario. Creo que Robo no le tenía miedo a un oso auténtico.
Conduje lo menos llamativamente posible hasta la pequeña esquina de Planken y Seilergasse. Buscábamos una pensión de clase C que quería ser B.
-No hay sitio para aparcar -le informé a papá que ya estaba tomando nota del fallo en su bloc.
Aparqué en doble fila, permanecimos en el interior del coche y escrutamos la pensión Grillparzer; sólo tenía cuatro reducidos pisos y se encontraba entre una pastelería y un Tabak Trafik.
-¿Ves? No hay osos -informó papá.
-Ni «hombres» espero -comentó la abuela.
-Vienen por la noche -intervino Robo, mientras escudriñaba cautelosamente ambos lados de la calle.
Entramos y nos presentamos al director, un tal Herr Theobald, que instantáneamente puso en guardia a Johanna.
-¡Tres generaciones que viajan juntas! -gritó-. Como en los viejos tiempos -agregó, especialmente para la abuela-, antes de los divorcios y de que los jóvenes quisieran apartamentos para ellos solos. ¡Ésta es una pensión «familiar»! Lamento que no hayan hecho reserva, en cuyo caso habría podido ponerlos más juntos.
-No estamos acostumbrados a dormir en la misma habitación -le informó la abuela.
-¡Por supuesto! -exclamó Theobald-. Sólo quise decir que lamentablemente «sus» habitaciones no estarán juntas.
Evidentemente, el hecho preocupó a la abuela:
-¿A qué distancia nos pondrá?
-Bien, sólo me quedan dos habitaciones -dijo Herr Theobald-. Y una sola de ellas tiene espacio suficiente para que los dos chicos la compartan con sus padres.
-¿Y a qué distancia está mi habitación de la de ellos? -preguntó Johanna fríamente.
-¡Usted estará exactamente en frente del W.C.! -dijo Theobald, como si fuera una ventaja.
Pero cuando nos llevaron a ver nuestras habitaciones, la abuela permaneció al lado de papá, desdeñosamente, y al final de la procesión la oí murmurar:
-No es así como concebía mi retiro. Frente al W.C., escuchando los ruidos de todos los visitantes.
-Todas mis habitaciones son distintas -comentó Theobald-. Los muebles pertenecieron a mi familia.
Le creímos. La habitación grande, espaciosa como un vestíbulo, que Robo y yo compartiríamos con mis padres, era un museo de baratijas, en que los pomos de los armarios eran todos de distintos estilos. Por otro lado, el lavabo tenía grifos de bronce y la cabecera de la cama era de madera tallada. Observé que mi padre contrapesaba estas cuestiones para sus futuras anotaciones en el bloc.
-Puedes hacer eso más tarde -propuso Johanna-. ¿Dónde está «mi» habitación?
Toda la familia siguió sumisamente a Theobald y a la abuela por el largo y serpenteante vestíbulo; mi padre conto los pasos que había hasta el W.C. La alfombra era delgada y de color ceniciento. Las paredes estaban cubiertas de viejas fotografías de equipos de carreras de patinaje, con los pies calzados con extrañas paletas curvadas en las puntas, similares a zapatos de bufones de la corte o de corredores de antiguos trineos.
Robo, que corría adelantado, anunció su descubrimiento del W.C.
La habitación de la abuela estaba atestada de porcelanas, madera ilustrada e indicios de moho. Las cortinas estaban húmedas. La cama tenía una perturbadora cresta en el centro, como la piel levantada de la columna vertebral de un perro, casi parecía un cuerpo muy delgado extendido bajo la colcha.
La abuela no dijo nada, y cuando Theobald abandonó la habitación como un hombre herido al que le han dicho que vivirá, le pregunto a mi padre:
-¿En qué se basa la Pensión Grillparzer para intentar obtener la clasificación B?
-Decididamente es C -afirmó papá.
-Nació C y morirá C -opiné.
-Yo diría que es E o F -sentenció la abuela.




En el sombrío salón de té, un hombre sin corbata cantaba una canción húngara.
-Eso no significa que sea húngaro -tranquilizó papá a Johanna, aunque en tono escéptico.
-Yo diría que las probabilidades no están a su favor -sugirió la abuela.
Johanna no quiso tomar té ni café. Robo comió un poco de pastel y, según dijo, le gustó. Mi madre y yo fumamos un cigarrillo: ella estaba tratando de abandonar aquel vicio y yo de iniciarme en él; en consecuencia, compartimos un cigarrillo entre los dos (nos habíamos hecho la promesa de que ninguno de los dos fumaría nunca un cigarrillo entero).
-Es un huésped estupendo -le susurró Herr Theobald a mi padre, señalando al cantante-. Conoce canciones del mundo entero.
-Al menos de Hungría -apuntó la abuela, que esta vez sonrió.
Un hombre menudo y afeitado, aunque con la permanente sombra azulada de una barba en su rostro enjuto, se dirigió a mi abuela. Llevaba una camisa blanca y limpia (si bien amarilleada por el uso y los lavados), pantalones y una chaqueta que no hacía juego.
-¿Cómo ha dicho? -preguntó la abuela.
-He dicho que cuento sueños -le informó el hombre.
-«Cuenta» sueños- repitió la abuela-. ¿Significa eso que «tiene» sueños?
-Los tengo y los cuento -respondió el hombre en un tono misterioso.
El cantante dejó de cantar.
-Si usted quiere conocer algún sueño -dijo el cantante-, él puede contárselo.
-Tengo la plena seguridad de que no quiero conocer ninguno. -La abuela vislumbró con disgusto la mata de vello oscuro que asomaba por el cuello abierto de la camisa del cantante: no quería ni reconocer la presencia del hombre que «contaba» sueños.
-Veo que usted es una dama -dijo el hombre de los sueños a la abuela-. No responde a cualquier sueño que se presenta.
-Por supuesto. -Johanna lanzó a mi padre una de sus miradas de «¿cómo-puedes-permitir-que-me-ocurra-esto?».
-Pero yo conozco uno -dijo el hombre de los sueños y cerró los ojos.
El cantante acercó una silla y repentinamente nos dimos cuenta de que estaba sentado muy próximo a nosotros. Robo, aunque era demasiado mayor, estaba en el regazo de papá.
-En un gran castillo, una mujer duerme junto a su marido. De pronto se despierta completamente, a altas horas de la noche. Se despertó sin tener la menor idea de qué la había despertado y se sintió tan lúcida como si llevara horas despierta. También tomó conciencia, sin echar una mirada ni decir una palabra, ni tocarle, de que su marido estaba del todo despierto, y tan súbitamente como ella.
-Espero que esto sea adecuado para los oídos del niño, ja, ja -insinuó Herr Theobald, pero nadie lo miró.
Mi abuela cruzó las manos sobre el regazo y los contempló: las rodillas juntas, los tobillos cruzados bajo la silla de respaldo recto. Mi madre sostenía la mano de mi padre. Yo estaba junto al hombre de los sueños, cuya chaqueta olía a jardín zoológico. Prosiguió:
-La mujer y su marido permanecieron despiertos, atentos a los ruidos del castillo que alquilaban y no conocían a fondo. Esperaban oír ruidos en el patio, que jamás se molestaban en cerrar con llave. Los habitantes de aquel lugar siempre paseaban cerca al castillo; a los niños de la aldea se les permitía columpiarse sobre la gran puerta del patio. ¿Qué era lo que les había despertado?
-¿Osos? -inquirió Robo, pero papá acercó las yemas de los dedos a la boca de mi hermano.
-Oyeron caballos -dijo el hombre de los sueños. La anciana Johanna, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada pareció estremecerse-. Oyeron la respiración y las coces de unos caballos que trataban de estarse quietos. El marido alargó la mano y tocó a su esposa. «¿Caballos?», preguntó . La mujer se levantó y se acercó a la ventana que daba al patio. Desde aquel día juraría que el patio estaba lleno de soldados montados, ¡y qué soldados! ¡llevaban armaduras! Las mirillas de sus cascos estaban cerradas y sus murmullos eran tan difíciles de oír como las voces de una emisora de radio cuando se esfuman. Las armaduras rechinaban cuando sus caballos se movían inquietos. En el patio del castillo se encontraba el viejo tazón seco de una antigua fuente, pero la mujer observó que la fuente chorreaba; el agua desbordaba el gastado tazón y los caballos bebían. Los caballeros eran prudentes y no desmontaron; levantaron la vista en dirección a las oscuras ventanas del castillo, como si supieran que no eran bien venidos en ese bebedero, su posada de descanso en el camino. A la luz de la luna, la mujer divisó el brillo de sus grandes escudos. Volvió arrastrándose a la cama y se tendió rígida junto a su marido. «¿Qué son?», preguntó el. «Caballos», respondió la mujer. «Eso pensaba. Se comerán las flores.» «¿Quién construyó este castillo?», quiso saber ella. Era un castillo muy viejo y ambos lo sabían. «Carlomagno», replicó el marido y volvió a dormirse. Pero la mujer siguió despierta, escuchando el murmullo del agua que ahora parecía correr por todo el castillo, gorgoteando en las cañerías, como si el antiguo manantial extrajera el líquido de todas las fuentes disponibles. Y allí seguían las voces distorcionadas de los cuchicheantes jinetes..., los soldados de Carlomagno que hablaban en su lengua muerta. Para aquella mujer, las voces de los soldados eran tan malsanas como el siglo XX y los hombres llamados Frank. Los caballos seguían bebiendo. La mujer permaneció despierta mucho tiempo, aguardando a que los soldados se marcharan; no temía un ataque por parte de ellos: tenía la certeza de que estaban de paso y sólo se habían de tenido para descansar en un lugar que ya conocían. Pero mientras el agua corría, la mujer sintió que n debía alterar el silencio ni la oscuridad del castillo. Cuando se durmió, pensó que los hombres de Carlomagno seguían allí. Por la mañana, su marido le preguntó: «¿Tú también oíste correr el agua?». Sí, también ella la había oído, naturalmente. Pero la fuente estaba seca, por supuesto, y por la ventana vieron que las flores estaban intactas, y todo el mundo sabe que los caballos comen flores. «Mira», dijo la mujer a su marido. Él fue al patio con ella. «No hay huellas de cascos ni de botas. Debemos de haber "soñado" que oímos caballos.» Ella no sugirió que también había soldados ni que, a su entender, no era probable que dos personas soñaran lo mismo. No le recordó que era un fumador empedernido, incapaz de oler un caldo hirviente y que el aroma de los caballos en el aire fresco era demasiado sutil para él. La mujer vio a los soldados, o soñó con ellos otras dos veces mientras estuvieron en el castillo, pero su marido jamás volvió a despertarse al mismo tiempo que ella. Siempre ocurría repentinamente. En cierta ocasión despertó con sabor a metal en la lengua, como si se hubiera llevado un hierro viejo oxidado a la boca, una espada, una coraza, una cota de malla, un escudo. Otra vez estaban en el patio y hacía frío. La densa bruma que surgía del agua de la fuente los envolvía; sus caballos estaban cubiertos de escarcha. Y no había tantos la vez siguiente, como si el invierno o las escaramuzas fueran reduciendo su número. La última vez, los caballos parecieron flacos y los hombres una especie de armaduras desocupadas que se balanceaban delicadamente en sus sillas. Los caballos tenían largas máscaras de hielo en los hocicos. Su respiración (o la respiración de los jinetes) era congestionada. El marido -concluyó el hombre de los sueños- moriría de una enfermedad respiratoria. Pero la mujer lo ignoraba cuando tuvo este sueño.
Mi abuela se levantó y abofeteó el rostro con barba gris del hombre de los sueños. Robo se acomodó en el regazo de mi padre; mi madre cogió la mano de su madre. El cantante echó su silla atrás y de un salto se puso de pie, asustado o dispuesto a pelear con alguien, pero el hombre de los sueños se limitó a inclinarse ante la abuela y abandonó el sombrío salón de té. Daba la impresión de que había sellado un pacto con Johanna, pacto que no producía ningún placer a ninguno de los dos. Mi padre escribió algo en su gigantesco bloc.
-¿Qué les ha parecido «esa» historia? -preguntó Herr Theobald-. Ja, ja. -Revolvió el pelo de Robo, algo que siempre fastidiaba a mi hermano.
-Herr Theobald -dijo mi madre sin soltar la mano de Johanna-, mi padre murió de una enfermedad respiratoria.
-¡Caray! -exclamó Herr Theobald-. Lo siento, meine Frau -dijo a la abuela, pero la anciana no respondió.
Llevamos a la abuela a comer a un restaurante de clase A, pero apenas probó bocado.
-Ese hombre es un gitano, un ser satánico y un húngaro -nos dijo.
-Por favor, mamá, no podía saber lo de papá -dijo mi madre.
-Sabía más que «tú» -espetó la abuela.
-La Schnitzel es excelente -observó papá mientras escribía en el bloc-. el Gumpoldskirchner le va muy bien.
-Los kalbsnieren están muy buenos -opiné.
-Los huevos son fantásticos -agregó Robo.
La abuela no pronunció palabra hasta que volvimos a la pensión Grillparzer, donde notamos que la puerta del W.C. estaba a una distancia de unos treinta centímetros del suelo, de modo que parecía la mitad inferior de la puerta de un servicio público norteamericano, o de unsaloon de las películas del Oeste.
-Me alegro de haber usado el W.C. en el restaurante -comentó Johanna-. ¡Qué asco! Trataré de pasar la noche sin exponerme en un lugar en que todos los que pasan pueden espiarme los tobillos.
Una vez en nuestro dormitorio familiar, papá preguntó:
-¿No vivió en un castillo Johanna? Me parece que, en otros tiempos, ella y el abuelo alquilaron un castillo.
-Sí -confirmó mamá-, antes de que yo naciera. Arrendaron el Schloss Katzelsdorf. Vi las fotografías.
-Entonces por eso se puso tan furiosa con el sueño del húngaro -aventuró papá.
-Alguien anda en bicicleta por el vestíbulo -informó Robo-. He visto pasar una rueda bajo nuestra puerta.
-Duérmete, Robo -ordenó mamá.
-Chirriaba y chirriaba -insistió Robo.
-buenas noches, chicos -nos despidió papá.
-Si vosotros podéis hablar, nosotros también -afirmé.
-Entonces hablad entre vosotros -sugirió papá-. Yo estoy hablando con mamá.
-Yo quiero dormir y espero que nadie hable -dijo mamá.
Lo intentamos. Quizá dormimos. Más tarde, Robo me susurró que quería ir al W.C.
-Ya sabes dónde está -respondí.
Robo salió y dejó la puerta levemente entreabierta; le oí alejarse por el pasillo, rozando la pared con la mano. Volvió inmediatamente.
-Hay alguien en el W.C. -dijo.
-Espera a que salga -propuse.
-La luz estaba apagada -explicó Robo-, pero se veía bien por el hueco de la puerta. Alguien está dentro, en la oscuridad.
-Yo también prefiero usar el W.C. a oscuras -dije.
Pero Robo insistió en contarme exactamente lo que había visto. Afirmó que debajo de la puerta se veía un par de «manos».
-¿Manos?
-Sí, en el lugar donde tendrían que estar los pies. -Robo aseguró que había una mano a cada lado del inodoro, en lugar de un pie.
-¡Vete de aquí, Robo! -me harté.
-Por favor, ven a comprobarlo -me rogó.
Lo acompañé al vestíbulo pero no había nadie en el W.C.
-Se ha ido -afirmó Robo.
-Caminando con las manos, sin duda -me burlé-. Mea, te esperaré.
Robo entró en el W.C. y orinó tristemente, a oscuras. Cuando volvíamos a nuestra habitación, se nos adelantó un hombre menudo y moreno, con el mismo tipo de cutis y ropa que el hombre de los sueños que había hecho enojar a la abuela. Nos guiñó un ojo y sonrió. no pude dejar de notar que caminaba con las manos.
-¿Lo ves? -susurró Robo.
Entramos en nuestro cuarto y cerramos la puerta.
-¿Qué ocurre? -quiso saber mamá.
-Hemos tropezado con un hombre que caminaba con las manos -dije.
-Un hombre que «mea» patas arriba -aclaró Robo.
-Clase C -murmuró papá en sueños: a menudo soñaba que tomaba notas en su bloc.
-Hablaremos de ello por la mañana -agregó mamá.
-Probablemente era un acróbata que quiso exhibirse delante de ti porque eres un niño -expliqué a Robo.
-¿Cómo sabía que yo era un niño cuando estaba en el W.C.? -preguntó Robo.
-Dormid -decreto mamá.
Entonces oímos que la abuela gritaba en el vestíbulo.
Mamá se puso su bonito salto de cama verde; papá, su bata y las gafas; yo me abrigué con un par de pantalones encima del pijama. Robo fue el primero en llegar al vestíbulo. Por el hueco de la puerta vimos que había luz en el W.C. La abuela gritaba rítmicamente en el interior.
-¡Aquí estamos! -le dije.
-¿Qué ocurre, mamá? -preguntó mi madre.
Nos congregamos junto a la amplia hendidura de luz. Vimos las zapatillas color malva de la abuela y sus tobillos blancos como la porcelana debajo de la puerta. Dejó de gritar.
-Oí murmullos cuando estaba en la cama -dijo.
-Éramos Robo y yo -la tranquilicé.
-Después, cuando parecía que ya no había nadie, entré en el W.C. -nos contó Johanna-. Dejé la luz «apagada». No hice ruido. Luego vi y oí la rueda.
-¿La «rueda»? -preguntó papá.
-Pasó varias veces una rueda frente a la puerta. Iba y venía.
Papá giró un dedo como si fueran una rueda al costado de la cabeza y le hizo una mueca a mamá.
-Alguien necesita un nuevo juego de ruedas -susurró, pero mamá le miró con expresión malhumorada.
-Encendí la luz y la rueda se alejó -concluyó Johanna.
-Te dije que había una bicicleta en el vestíbulo -apuntó Robo.
-Cierra la boca, Robo -ordenó papá.
-No, no era una bicicleta -explicó la abuela-. Sólo había «una» rueda.
Papá se llevó un dedo a la frente y lo movió en señal de que alguien estaba desvariando:
-A ella le faltan una o dos ruedas -le dijo a mi madre al oído, pero ella le dio un manotazo y le torció las gafas.
-Entonces llegó alguien, espió «por debajo» de la puerta y en ese momento empecé a gritar.
-¿Alguien? -inquirió papá.
-Vi sus manos, manos de hombre, tenía los nudillos peludos. Apoyaba las manos en el felpudo, al otro lado de la puerta. Debió de «levantar» la vista para mirarme.
-No, abuela -intervine-. Creo que estaba aquí apoyado en las manos.
-No te hagas el gracioso -me reprendió mamá.
-Pero vimos a un hombre que caminaba con las manos -insistió Robo.
-No visteis nada de eso -declaró papá.
-Sí, lo vimos -confirmé.
-Despertaremos a todo el mundo -nos advirtió mamá.
La abuela tiró de la cadena y salió arrastrando los pies, con muy poca entereza. Llevaba una bata encima de una bata encima de otra bata; tenía el cuello muy largo y la cara cubierta de crema blanca. Parecía una oca que se encuentra en apuros.
-Era maligno e indigno -nos dijo-. Conocía una magia espantosa.
-¿El hombre que te vio? -le preguntó mamá.
-El hombre que contó «mi sueño» -aclaró la abuela y una lágrima atravesó los surcos de su crema facial-. Ese sueño era mío y él se lo contó a todos. Es horrible que lo conociera. Mi sueño de los caballos y los soldados de Carlomagno; yo soy la única que debe saberlo. Tuve ese sueño antes que nacieras -le dijo a mamá-. Y ese mago maligno e indigno contó mi sueño como si fuera una noticia. Yo ni siquiera le hablé a tu padre de todo lo que contenía ese sueño. Además, nunca estuve segura de que fuera un sueño. Y ahora aparecen hombres de nudillos velludos que caminan con las manos y hay ruedas mágicas. Quiero que los chicos duerman conmigo.
Por tanto, Robo y yo compartimos el enorme dormitorio familiar -alejado del W.C.- con la abuela, que se tendió sobre las almohadas de mi madre y de mi padre, con su rostro lleno de crema y brillante como la cara de un fantasma húmedo. Robo permaneció despierto, observándola. No creo que Johanna durmiera muy bien; imagino que tenía otra vez su sueño de muerte y revivía el último invierno de los soldados de Carlomagno con sus extraños ropajes de metal cubiertos de escarcha y sus celadas inmovilizadas por el hielo.
Cuando fue evidente que yo tenía que ir al W.C., los brillantes y redondos ojos de Robo me siguieron hasta la puerta.
Había alguien en el W.C. No asomaba luz bajo la puerta, pero vi una bicicleta de una sola rueda aparcada contra la pared exterior. Su usuario estaba sentado en el W.C. a oscuras; tiró varias veces de la cadena: al igual que un niño, aquel ciclista no esperaba a que el depósito se llenara.
Me acerqué a la abertura que separaba la puerta del suelo, pero el ocupante no estaba apoyado en las manos. Vi algo que eran claramente pies, casi en la posición esperada, pero esos pies no tocaban el suelo; las plantas estaban inclinadas en mi dirección y parecían almohadillas oscuras, de color morado. Se trataba de unos pies enormes, adheridos a espinillas cortas peludas. eran pies de oso, aunque no tenían garras. Las garras de los osos no son retráctiles como las de los gatos; si un oso tiene garras, son visibles. Allí había, entonces, un impostor disfrazado de oso, o un oso desgarrado. Un oso doméstico, quizás. Al menos -si tenemos en cuenta su presencia en el W.C.- un oso «domesticado». Por el olor supe que no se trataba de un hombre vestido de oso: era un oso. Un auténtico oso.
Retrocedí hasta la puerta de la ex habitación de la abuela, detrás de la cual aguardaba mi padre, en espera de nuevas perturbaciones. Abrió la puerta de golpe y caí en el interior. Ambos nos asustamos. Mamá se sentó en la cama y se tapó la cabeza con la colcha de plumas.
-¡Lo tengo! -gritó papá y cayó sobre mí.
El suelo tembló; el extraño vehículo del oso se deslizó contra la pared y cayó sobre la puerta del W.C., por la que repentinamente salió el oso arrastrando los pies. Tropezó con su bicicleta y se tambaleó hasta recuperar el equilibrio. Con mirada preocupada recorrió el vestíbulo y observó hacia más allá de la puerta abierta, para ver a papá sentado sobre mi pecho. Levantó el vehículo con sus patas delanteras.
-¿Grauf? -dijo el oso.
Papá cerró de un portazo. Oímos una voz de mujer que llegaba desde el otro lado del vestíbulo.
-¿Dónde estás, Duna?
-¡Harf! -respondió el oso.
Papá y yo oímos que la mujer se acercaba murmurando:
-Oh, Duna, ¿otra vez practicando? ¡Siempre estás practicando! Pero es mejor hacerlo durante el día. -El oso no respondió.
Papá abrió la puerta y mamá, todavía debajo del edredón, le dijo:
-No dejes entrar a nadie.
Una bonita mujer madura se encontraba en el vestíbulo, junto al oso, que ahora hacía equilibrios con su vehículo y apoyaba una enorme pata en el hombro de la mujer, que llevaba un turbante de color rojo intenso y un vestido largo en forma de túnica que parecía una cortina. Sobre su alto pecho lucía un collar de garras de oso; los pendientes tocaban el hombro de su vestido-cortina y el otro hombro desnudo, donde mi padre y yo fijamos la vista en un atractivo lunar.
-Buenas noches -dijo la mujer a papá-. Lamento si les hemos molestado. Duna tiene prohibido practicar por la noche, pero le encanta trabajar.
El oso musitó algo y se alejó de la mujer pedaleando. Sabía mantener muy bien el equilibrio, pero era descuidado; rozó las paredes del vestíbulo y tocó con las patas las fotografías de los equipos de patinaje. La mujer se separó de papá y corrió tras el oso gritando su nombre y enderezando las fotografías mientras lo seguía.
-En húngaro, «Duna» significa Danubio -me explicó papá-. Ese oso llevaba el nombre de nuestro amado Donau. -En ocasiones mi familia se sorprendía al descubrir que los húngaros también pudieran amar un río.
-¿Es auténtico ese oso? -quiso saber mamá, todavía bajo el edredón.
Renuncié a las explicaciones de papá. Sabía que por la mañana Herr Theobald tendría mucho que explicar y pensaba que en ese momento lo escucharía todo convenientemente reseñado.
Crucé el vestíbulo hasta el W.C. Cumplí mi función deprisa a causa del olor a oso y de mis sospechas que había pelos por todas partes; fui demasiado suspicaz, porque el oso lo había dejado todo pulcro, al menos todo lo pulcro que puede dejarlo un oso.
-Vi al oso -le comuniqué a Robo cuando entré en nuestro cuarto, pero mi hermano se había subido a la cama de la abuela y se había dormido a su lado.
Sin embargo Johanna estaba despierta.
-Vi cada vez menos soldados. La última vez sólo había nueve. Todos parecían hambrientos; sin duda ya se habían comido los caballos que faltaban. Hacía mucho frío. ¡Yo quería ayudarles! Pero no estábamos vivos al mismo tiempo. ¿Cómo podía ayudarles si todavía no había nacido? Naturalmente, sabía que morirían. ¡Pero llevó tanto tiempo! La última vez la fuente estaba congelada. Utilizaron las espadas y sus largas picas para romper el hielo a pedazos. Hicieron fuego y derritieron el hielo en un cazo. Sacaron huesos de sus alforjas, huesos de todo tipo, y los echaron al agua. Debió ser un caldo muy flojo porque los huesos ya habían sido roídos tiempo atrás. No sé que huesos eran. De conejo, supongo, y quizá de ciervo o de jabalí. Tal vez de los caballos que faltaban. Preferí no pensar -me confesó la abuela- que eran los huesos de los soldados que no habían regresado.
-Duerme, abuela -le dije.
-No te preocupes por el oso -se despidió la abuela.




En la sala del desayuno de la pensión Grillparzer encontramos a Herr Theobald con latroupe de huéspedes que habían perturbado nuestra noche. Yo sabía que (más que nunca) mi padre pensaba revelar su condición de espía del departamento de turismo.
-Aquí hay hombres que caminan con las manos -afirmó mi padre.
-Y hay hombres que espían por debajo de la puerta del W.C. -dijo la abuela.
-Ese hombre -dije, y señalé al tipo menudo y taciturno de la mesa del rincón, sentado con su cohorte: el hombre de los sueños y el cantante húngaro.
-Lo hace para ganarse la vida -explicó Herr Theobald.
Como si quisiera demostrar que era verdad, el hombre que caminaba con las manos empezó a ponerse patas arriba.
-Dígale que deje de hacer eso -ordenó papá-. Sabemos que puede hacerlo.
-Pero ¿sabían que no puede hacerlo de ninguna otra manera? -inquirió repentinamente el hombre de los sueños-. ¿Sabían que sus piernas son inútiles? No tiene espinillas. ¡Es «maravilloso» que pueda caminar con las manos! De lo contrario, no podría caminar.
El hombre, aunque era evidentemente difícil hacerlo patas arriba, movió la cabeza a modo de afirmación.
-Por favor, siéntese -rogó mamá.
-Es del todo correcto ser mutilado -apuntó enérgicamente la abuela-. Pero usted es un maligno -dijo al hombre de los sueños-. Sabe cosas que no tiene derecho a saber. Conocía mi sueño -comunicó a Herr Theobald, como si le estuviera informando de un robo ocurrido en su habitación.
-Es un «poco» maligno, lo sé -admitió Theobald-. ¡Pero no siempre! Además, cada vez se comporta mejor. No puede evitar saber lo que sabe.
-Sólo estaba tratando de que usted viera claro -dijo el hombre de los sueños a la abuela-. Creí que le haría bien. A fin de cuentas, su marido murió hace mucho tiempo y ya es hora de que deje de estar tan afectada por ese sueño. Usted no es la única persona que lo ha tenido.
-¡Basta! -exclamó la abuela.
-Bueno, tiene que saberlo -insistió el hombre de los sueños.
-No, cállate, por favor -le pidió Herr Theobald.
-Pertenezco al departamento de turismo -anunció papá, probablemente porque no se le ocurrió otra cosa.
-¡Caray! -exclamó Herr Theobald, impresionado.
-Theobald no tiene la culpa -intervino el cantante-. La culpa es nuestra. Es bondadoso con nosotros, aunque le cueste la reputación.
-Se casaron con mi hermana -dijo Theobald-. Son de la familia, ¿comprenden? ¿Qué puedo hacer?
-¿Se casaron con su hermana? -se extrañó mamá.
-Bueno, primero se casó conmigo -dijo el cantante.
-Nunca estuvo casada con el otro -explicó Theobald y todos miraron compasivamente el hombre que sólo podía caminar con las manos.
-En otros tiempos hacían un número de circo, pero la política les creó problemas.
-Éramos los mejores de Hungría -se jactó el cantante-. ¿Oyeron hablar del circo Szolnok?
-No, lo siento pero no lo hemos oído nombrar -respondió papá seriamente.
-Actuamos en Miskolc, en Szeged, en Debrecen -informó el hombre de los sueños.
-Dos veces en Szeged -aclaró el cantante.
-Habríamos llegado a Budapest de no haber sido por los rusos! - agregó el hombre que caminaba con las manos.
-¡Sí, fueron los rusos quienes le extirparon las espinillas! -dijo el hombre de los sueños.
-Di la verdad -sugirió el cantante-. Nació sin espinillas. Pero es cierto que no pudimos entendernos con los rusos.
-Intentaron meter preso al oso -dijo el hombre de los sueños.
-Di la verdad -insistió Theobald.
-Les quitamos a su hermana de las manos -dijo el hombre que caminaba con las manos.
-En consecuencia, tengo que alojarlos -explicó Herr Theobald-, y ellos trabajan todo cuanto pueden. Pero ¿quién se interesa por su espectáculo en este país? Es algo específicamente húngaro. Aquí no hay tradición de osos en bicicletas de una rueda. Además, los sueños no significan nada para nosotros, los vieneses.
-Di la verdad -le interrumpió el hombre de los sueños-. Eso se debe a que he contado los sueños que no debía. Trabajábamos en un club nocturno de la Kärntnerstrasse, pero nos despidieron.
-Nunca tendrías que haber contado aquel sueño -se lamentó el cantante.
-¡También fue responsabilidad de tu mujer! -le acusó el hombre de los sueños.
-Por aquel entonces era tu mujer -aclaró el cantante.
-Por favor, basta -imploró Theobald.
-Nos dedicamos a hacer funciones para niños enfermos -prosiguió el hombre de los sueños-. Visitamos algunos de los hospitales estatales, especialmente en Navidad.
-Si hicierais algo más con el oso... -sugirió Herr Theobald.
-De eso habla con tu hermana -intervino la abuela-. Para mí, todo eso es espantoso.
-Por favor, querida señora -dijo Herr Theobald-, sólo queríamos demostrarles que no teníamos intención de molestarles. Corren tiempos difíciles. Necesito la clasificación B para atraer a más turistas y no puedo, desde el fondo de mi alma, echar a los del circo Szolnok.
-Desde el fondo del alma, su culo -exclamó el hombre de los sueños-. Le tiene miedo a la hermana. Ni sueña con echarnos.
-¡Si lo soñara lo sabrías! -gritó el hombre que caminaba con las manos.
-Le tengo miedo al oso -se quejó Herr Theobald-. Esta bestia hace todo lo que ella dice.
-No le llames bestia, llámalo él -dijo el hombre que caminaba con las manos-. Es un oso muy fino y jamás ha hecho daño a nadie. Sabes perfectamente bien que no tiene garras..., ni muchos de los clientes.
-Al pobrecillo le cuesta comer -reconoció Herr Theobald-. Es bastante viejo y está cansado.
Miré por encima del hombro de papá y vi que escribía en su gigantesco bloc: «Un oso deprimido y un circo en paro. La familia se centra en la hermana».
En ese momento vi que la mujer atendía a su oso en la acera. Era por la mañana temprano, y la calle no estaba demasiado concurrida. En cumplimiento de la ley, tenía al oso sujeto con una correa, pero ése era un control simbólico. Con su deslumbrante turbante rojo, la mujer iba y venía por la acera, siguiendo los apáticos movimientos del oso en su vehículo. El animal pedaleaba de parquímetro en parquímetro y a aveces apoyaba una pata en uno de ellos para dar la vuelta. Evidentemente era muy hábil con aquél vehículo, pero también estaba claro que era un callejón sin salida para él. Obviamente, el oso sabía que no podía ir muy lejos pedaleando.
-Ahora tendría que hacerlo entrar -se impacientó Herr Theobald-. La gente de la pastelería de al laod de la queja -nos dijo-. Dicen que el oso espanta a sus clientes.
-¡Ese oso atrae a los clientes! -intervino el hombre que caminaba con las manos.
-Atrae a algunos y espanta a otros -aclaró el hombre de los sueños y se volvió repentinamente sombrío, como si su profundidad le hubiera deprimido.
Pero estábamos tan absorbidos por las bufonadas de los del circo Szolnok que habíamos descuidado a la vieja Johanna. Cuando mi madre descubrió que la abuela lloraba en silencio, me pidió que fuera a buscar el coche.
-Ha sido demasiado para ella -le susurró mi padre a Herr Theobald.
Los del circo Szolnok parecieron avergonzados de sí mismos.
En la acera, el oso pedaleó en mi dirección y me alcanzó las llaves; el coche estaba aparcado junto al bordillo.
-No a todos les gusta que les den las llaves de esa manera -recriminó Herr Theobald a su hermana.
-Pensé que a él le gustaría -dijo la mujer y me revolvió el pelo.
La hermana de Herr Theobald era atractiva como una camarera de club nocturno, lo que significa que era más atractiva por la noche; a la luz del día vi que era más vieja que su hermano y también que sus maridos, y con el tiempo, supuse, dejaría de ser amante y hermana y se convertiría en madre de todos. Ya lo era del oso.
-Ven aquí -ordenó al oso.
Duna pedaleó indolentemente sin moverse de su lugar, apoyado en un parquímetro. Lamió la superficie del cristal del contador. La mujer tiró de la correa. Él le clavó la mirada. Ella volvió a tirar. Con insolencia, el oso volvió a pedalear, primero hacia atrás y luego hacia delante. parecía interesado al ver que tenía público. Comenzó a exhibirse.
-No intentes nada -le ordenó la mujer.
Pero el oso pedaleó cada vez más rápido, avanzando y retrocediendo, serpenteando y virando entre los parquímetros; la hermana tuvo que soltar la correa.
-¡Duna, basta! -gritó, pero el oso ya estaba fuera de control.
Duna dejó que la rueda pasara demasiado cerca del bordillo y el vehículo le arrojó violentamente contra el parachoques de un auto aparcado. Se sentó en la acera con el vehículo a su lado; era evidente que no estaba herido, pero parecía anonadado y nadie rió.
-¡Oh Duna! -le regañó tiernamente su ama, que se arcercó al bordillo y se agachó junto a él-.Duna, Duna... -repitió su nombre cariñosamente.
El oso sacudió su enorme cabeza y no quiso mirarla. Tenía saliva sobre la piel cercana a la boca y la mujer se la limpió con la mano. Duna apartó la mano con una pata.
-¡Vuelvan! -nos gritó Herr Theobald con tono desdichado mientras subíamos al coche.
Mamá se sentó con los ojos cerrados y empezó a frotarse las cienes con los dedos; de esta forma no parecía oír nada de lo que decíamos. Afirmaba que era su única defensa durante los viajes con tan pendenciera familia.
No quise informar sobre la cuestión habitual respecto al cuentakilómetros del coche, pero vi que papá trataba de mantener el orden y la serenidad; tenía el gigantesco bloc extendido sobre el regazo, como si acabáramos de concluir una investigación de trámite.
-¿Qué nos dice el cuentakilómetros? -me apremió.
-Alguien ha recorrido treinta y cinco kilómetros -informé.
-Ese oso espantoso ha estado aquí -declaró la abuela-. Hay pelos de esa bestia en el asiento trasero, lo huelo.
-Yo no huelo nada -aseguró papá.
-¡Y el perfume de esa gitana del turbante! -insistió la abuela-. Flota cerca del techo del coche.
Papá y yo olfateamos. Mamá continuó frotándose las sienes. En el suelo, junto a los pedales del freno y del embrague, vi algunos mondadientes de color menta, de los que el cantante húngaro tenía la costumbre de llevar como una cicatriz en la comisura de los labios. No los mencioné. Era suficiente imaginarlos a todos... paseando por la ciudad en nuestro coche. El cantante conducía, el hombre que caminaba con las manos iba a su lado, saludando por la ventanilla con los pies. En el asiento de atrás, separando al hombre de los sueños de su ex esposa -frotando con la enorme cabeza el tapizado del techo y las magulladas patas apoyadas en su propio regazo-, iba el viejo oso, desgarbado como un borracho indefenso.
-Esa pobre gente... -comentó mamá, con los ojos todavía cerrados.
-Mentirosos y delincuentes -opinó la abuela-. Visionarios y refugiados con animales agotados.
-Se esforzaron, pero no lograron nada -se apenó papá.
-Estarían mejor en un zoológico -observó Johanna.
-Yo lo he pasado muy bien -dijo Robo.
-Es difícil salir de la clase C -reflexioné.
-Han caído más allá de la Z -dictaminó Johanna-. Han desaparecido del alfabeto humano.
-Opino que esto exige una carta -concluyó mamá.
Papá levantó la mano -como si fuera a impartirnos la bendición- y todos guardamos silencio. Estaba escribiendo en su bloc y no quería que le molestaran. Su expresión era grave. Yo sabía que la abuela confiaba en su veredicto. mamá sabía que era inútil discutir. Robo ya se había aburrido. Conduje a través de las callejuelas; cogí la Spiegelglasse en dirección a la Lobkowitgzplatz. La Spiegelglasse es tan estrecha que es posible ver el reflejo del coche en los escaparates de las tiendas y sentí que nuestros movimientos a través de Viena se superponían en un truco de cámara cinematográfica, como si estuviéramos haciendo un viaje de cuento de hadas por una ciudad de juguete.
Cuando la abuela se quedó dormida en el coche, mamá comentó:
-No creo que en este caso un cambio de categoría importe demasiado, en un sentido u otro.
-No -coincidió papá-, no demasiado.
Tenían razón, pero pasarían muchos años antes de que yo visitara la pensión Grillparzer otra vez.




Cuando la abuela murió -repentinamente, mientras dormía-. mamá anunció que estaba harta de viajar. La verdadera razón, sin embargo, era que había empezado a verse acosada por el sueño de Johanna.
-Los caballos están tan delgados -me dijo una vez-. Siempre supe que tenían que estar delgados, pero no tanto. Y los soldados..., sabía que eran desdichados, pero no tanto.
Papá renuncio a su puesto en el departamento de turismo y encontró un trabajo en una agencia de detectives local, especializada en hoteles y grandes tiendas. Para él era un trabajo satisfactorio, aunque se negaba a trabajar durante las Pascuas: opinaba que a la gente debía permitírsele robar un poco esas fechas.
Me pareció que mis padres se apaciguaban a medida que envejecían y sentí que eran realmente felices cerca del final. Sé que la fuerza del sueño de la abuela se atenuó gracias al mundo real y, concretamente, por lo que le ocurrió a Robo. Iba a una escuela privada, donde le querían mucho, pero le mató una bomba casera en su primera año de universidad. Ni siquiera era un «político». En su última carta a mis padres, escribió: «Se exagera la importancia de las facciones revolucionarias entre los estudiantes. Y la comida es execrable». Al terminar la carta, Robo fue a su clase de historia y el aula voló en pedazos.
Tras la muerte de mis padres, dejé de fumar y empecé a viajar otra vez. Llevé a mi segunda esposa a la pensión Grillparzer. Con la primera nunca llegué a Viena.
La Grillparzer no había mantenido demasiado tiempo la clasificación B de papá, y cuando regresé a ella, estaba fuera de toda categoría. La hermana de Herr Theobald regentaba la pensión. Había desaparecido su atractivo de mujer de bandera y, en su lugar, sólo quedaba el cinismo asexuado propio de algunas tías vírgenes. Tenía un cuerpo informe y se había teñido el pelo de una especie de color bronce, de modo que su cabeza parecía un estropajo de cobre de los que se usan para fregar cacerolas. No me recordaba, y mis preguntas despertaron sus sospechas. Como yo parecía saber tanto acerca de sus antiguos socios, probablemente temía que fuera policía.
El cantante húngaro no estaba allí: otra mujer se había estremecido al oír su voz. Al hombre de los sueños se lo habían llevado... a una institución. Sus propios sueños se habían convertido en pesadillas y todas las noches despertaba a los huéspedes de la pensión con sus horripilantes aullidos. Su retiro del sórdido alojamiento, dijo la hermana de Herr Theobald, fue casi simultáneo a la pérdida de la categoría B.
Herr Theobald había muerto. Tras llevarse las manos al corazón, había caído en el vestíbulo una noche en que se aventuró a investigar lo que creía era un ladrón. Sólo se trataba deDuna, el oso revoltoso, que iba vestido con el traje de rayas del hombre de los sueños. La hermana de Theobald no me explicó por qué había vestido así al oso, pero el impacto producido por el taciturno animal pedaleando en su vehículo con las ropas del lunático fue suficiente para que Herr Theobald muriera de miedo.
El hombre que sólo podía caminar con las manos también había sufrido graves contratiempos. Se había enganchado el reloj de pulsera en el rastrillo de una escalera mecánica y no logró saltar; la corbata- que rara vez usaba porque arrastraba por el suelo cuando andaba- se atascó bajo la parrilla del peldaño del extremo de la escalera y murió estrangulado. Detrás de él se formó una fila de personas que marchaban en su lugar dando un paso atrás, dejando que la escalera los llevara hacia delante y retrocediendo otro paso. Transcurrió un rato hasta que alguien tuvo el valor de pasar por encima de él. El mundo tiene muchos mecanismos crueles, sin propósito deliberado, que no han sido diseñados para personas que caminan con las manos.
Después, me contó la hermana de Theobald, la pensión Grillparzer pasó de la categoría C a otra mucho peor. Como el peso de la dirección cayó sobre ella, tuvo mucho menos tiempo para dedicar a Duna, y el oso se volvió senil e indecente. En una ocasión intimidó a un cartero y lo obligó a bajar una escalera de mármol a un ritmo tan veloz que el hombre cayó y se rompió la cadera; el cartero denunció la agresión y se puso en vigor una antigua ordenanza que prohibía la permanencia de animales sueltos en lugares abiertos al público.Duna fue desterrado de la pensión Grillparzer.
La hermana de Theobald mantuvo al oso durante un tiempo en una jaula del patio del edificio, pero se burlaban de él perros y niños, y desde los apartamentos que daban al patio le arrojaban comida (y cosas peores) a la jaula. Se volvió insoportable y taimado; mientras fingía dormir se comió más de un gato. Luego le envenenaron dos veces y empezó a tener miedo a comer en tan peligroso entorno. No hubo otra posibilidad que regalarlo al Schönbrunn Zoo, pero hubo incluso dudas en cuanto a su aceptación. Estaba desdentado y enfermo -tal vez era contagioso- y el haber sido tratado como un ser humano durante tanto tiempo no le había preparado para el ritmo más apacible de la vida en el zoológico.
El hecho de dormir al aire libre en el patio de la pensión Grillparzer había avivado su reumatismo e incluso su única habilidad, la de pedalear en aquel vehículo, fue irrecuperable. La primera vez que lo intentó en el zoológico se cayó. Alguien rió. Cuando alguien se reía de algo que hacía Duna, me explicó la hermana de Theobald, aquél jamás volvía a hacerlo. Finalmente se convirtió en una especie de caso de caridad en el Schönbrunn, donde murió apenas dos meses después de ingresar. La hermana de Theobald opinaba que Duna había muerto de humillación: como consecuencia de una erupción que se extendió por su pecho, tuvieron que afeitarle. Un oso afeitado, dijo un empleado del zoológico, es humillado a muerte.
en el frío patio del edificio observé la jaula vacía del oso. Los pájaros no habían dejado una sola semilla, pero en un rincón de la jaula asomaba un montículo informe de excrementos petrificados del oso, como un vacío de vida e incluso de olor, como los cadáveres capturados por el holocausto de Pompeya. no pude dejar de pensar en Robo: del oso quedaban más restos.
En el coche me sentí aún más deprimido al comprobar que no había un solo kilómetro de más: nadie lo había conducido en secreto. Ya no había nadie allí que se tomara libertades.
-Cuando estemos a buena distancia de tu preciosa pensión Grillparzer -me dijo mi segunda esposa-, me gustaría que me dijeras por qué me has llevado a un lugar tan sórdido.
-Es una larga historia -repliqué.
Estaba pensando que había notado una curiosa falta de entusiasmo o de amargura en el informe que del mundo hizo la hermana de Theobald. En su relato privava lo chato -que uno relaciona con un cuentista que acepta los finales desdichados-, como si su propia vida y la de sus compañeros nunca hubieran sido exóticas para ella, como si siempre hubieran estado representando una obra absurda y condenada de antemano, en un esfuerzo para la nueva clasificación.
 
 
 
 
 
 

15/9/13

Du monde dans ma tête




fotografia:

Jean-Marc Undriener
























The Ensemble Of Silence









Empyrium - Songs of Moors & Misty Fields




And again the moon is on the wave, gliding gently into me,
on silent wings the night comes from there,
as my heart longs to thee...

..for in my hand I still hold the rose that froze long times ago,
its leafs have withered, it ceased to grow - left in me is woe.

The wine of love, is o so sweet, but bitter is regret,
I knew at sunset I would meet the ascending veils of dread.

Before my eyes nocturnal curtains fall,
The dark and gentle haze of the night, greedily devours all.

[The Night:]
"Woe to him whose heart is filled with bitter rue and who drowns in grief"

In the silence of the night I lose myself,
it makes me drunken with its sweet blue sound.

In the drunk'ness of solitude
I fear no more the solemn realms of death
No single sigh from my lips as I drink the wine of bitterness
My heart is aching nevermore
for I know that all may end
Just I and the poetry of the night
Now forever one....

Just I and the poetry of the night, now forever one,
The ensemble of silence plays so beautiful for me...