Lo que para una jovencita inició como un interesante juego, en manos equivocadas abre una puerta que no puede ser cerrada. La invocación de las fuerzas tenebrosas del orden natural no es cosa gratis, la misma física nos enseña que todo resultado requiere un trabajo. Así mismo toda ganancia obtenida a través de este medio, define un precio. En verdad va a pasar mucho tiempo, antes de que la ciencia demuestre que todo existe en función del marco de referencia del observador, en alusión a que todo está en la mente y de que por cada una las representaciones angélicas y arcangélicas, que no son otra cosa que un símbolo mental con el que vemos solo lo que podemos entender de esa fuerza; existe la contraparte dimensional que la equilibra en el llamado lado oscuro, para que ambas puedan existir en nuestra mente bipolar, cada una de las cuales en su propio sentido tienen nombres, dominios, niveles y jerarquías que van desde lo humano hasta lo divino, viendo hacia arriba y desde lo humano hasta lo innombrable, viendo hacia abajo, según la representación de algo tan antiguo y misterioso que se pierde en la noche de los tiempos: La Cábala.
A partir de este momento y durante todo el recorrido de esta lectura, el costo de las claves referidas que hicieron posible el descenso del indefinible poder de la sensualidad presumiblemente podría alcanzar incluso al lector de esta obra. Tenga cuidado con lo que siente y con lo que desea, pero sobre todo, con cual personaje se identifica, porque todo existe en el plano del gran inmanifestado, la nada absoluta como dirían los físicos, donde no hay materia tiempo ni espacio y donde todo tuvo su origen, y aún se encuentra en expansión.
Con paso incierto y con la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó puntualmente ante la puerta de aquélla sacristía y llamó. La puerta se abrió y la imponente figura del santo varón apareció en el umbral. A un signo del sacerdote Bella entró mientras este aseguraba la puerta con pasador para evitar cualquier interrupción dirigiéndose de inmediato a su escritorio.
En el interior no había las sillas que normalmente se esperaría que hubiera, era como si el ambiente estuviera preparado para castigar sicológicamente a la chica haciéndola permanecer de pie frente al escritorio del padre en espera de una solución a su problema.
Siguió un embarazoso silencio que se prolongó por algunos segundos en los que el padre Ambrosio con su severo e inexpresivo rostro acomodaba algunos documentos, para luego quedar pensativo y silencioso mientras daba la impresión de que en cualquier momento le comunicaría la peor noticia que ella no quería oír, finalmente rompió el silencio para decir:
— Has hecho bien en acudir tan puntualmente, hija mía. La estricta obediencia del penitente es el primer signo espiritual del arrepentimiento que conduce al perdón divino.
Al oír aquellas bondadosas palabras Bella recobró el aliento y pareció descargarse de un peso que oprimía su corazón. El padre Ambrosio siguió hablando al tiempo que se acercaba a ella.
— He pensado mucho en lo de anoche y también he rogado por una solución hija mía, pero debo informarte que no encontré manera alguna de dejar a mi conciencia libre de culpa, salvo la de acudir a tu protector natural para revelarle el espantoso secreto que involuntariamente llegué a poseer.
Enseguida el sacerdote hizo una pausa y Bella, que sabía muy bien el severo carácter de su tío, de quien además dependía por completo, se echó a temblar al oír tales palabras.
Y tomándola de la mano para atraerla de manera que tuvo que quedar frente él mientras sus manos hacían contacto con el bien torneado dorso de la penitente, continuó diciéndole:
— Pero me dolía pensar en los espantosos resultados que hubieran seguido a tal revelación, así que pedí a la Virgen Santísima que me asistiera en tal tribulación. Ella me señaló un camino que al propio tiempo que sirve a las finalidades de nuestra sagrada madre iglesia, evita las consecuencias que acarrearía el que ese hecho llegase a conocimiento de tu tío. Sin embargo, la primera condición necesaria para que podamos seguir este camino es la obediencia absoluta.
Bella, aliviada de su angustia al oír que había un camino de salvación, prometió en el acto obedecer ciegamente las órdenes de su confesor espiritual. Enseguida el padre Ambrosio tomó asiento en un arca de roble acojinada estirando de la mano a bella para que se colocara en la alfombra, la cual nada renuente ante la situación en que se encontraba prácticamente cayó arrodillada a los pies del sacerdote. El padre Ambrosio inclinó su gran cabeza sobre la postrada figura de ella. Un tinte de color enrojecía sus mejillas y un fuego extraño iluminaba sus ojos. Las manos del buen padre temblaban ligeramente cuando se apoyaron sobre los hombros de su bella penitente, oprimiendo con cariñosa suavidad esas increíbles formas. Por sus confesiones, el astuto sacerdote sabía bien que este era uno de esos días en que Bella se excitaba con el mínimo tocamiento de un hombre y esos lindos pezones brincaban como botones de primavera, lo cual en su momento sería aprovechado hasta la infamia, sin embargo Ambrosio no perdió su compostura y con gran suavidad la atrajo con un cariñoso abrazo con el que la cabeza de Bella quedó pegada a su pecho. Indudablemente el espíritu de este sacerdote estaba conturbado por la terrible necesidad de ejecutar en forma inmediata lo que sus instintos naturales le exigían dándole primero paso a los tortuosos pasos con los que debía convencer a su joven penitente de la cruel expiación con la que por fin se libraría de lo que tanto temía.
El santo padre comenzó luego un largo sermón sobre la virtud de la obediencia y de la absoluta sumisión a las normas dictadas por el ministro de la santa iglesia. Bella reiteró la seguridad de que seria muy firme en obedecer todo cuanto se le ordenara.
Resultaba evidente que este sacerdote era poseedor de un espíritu controlado pero rebelde, que a veces asomaba en su persona y se apoderaba totalmente de ella, reflejándose en sus ojos centelleantes y sus apasionadas y ardientes frases. Mientras hablaba, el padre Ambrosio casi inconscientemente atrajo más y más a su hermosa penitente, la cual con gran docilidad respondía a la mínima presión de ese cariñoso abraso hasta que sus lindos brazos descansaron sobre las rodillas del padre y su rostro se posó entre el pecho y el abdomen del sacerdote.
— Y ahora, hija mía —siguió diciendo el santo varón. — Ha llegado el momento de que te revele los medios que me han sido señalados por la Virgen bendita como los únicos que me autorizan a absolverte de la ofensa que pesa en tu alma. Primeramente debes saber que esas necesidades carnales que tiene tu cuerpo también están presentes en quienes servimos a la iglesia, pero estamos resignados a resistir esa tentación con gran sufrimiento de nuestra parte. Sin embargo también debes saber que hay espíritus a quienes se ha confiado el alivio de esas pasiones y exigencias naturales que la mayoría de los siervos de la iglesia tienen y que les está prohibido practicar. Se encuentran entre estos pocos elegidos aquellos que han deshonrado y ofendido nuestras creencias religiosas con el desahogo carnal alcanzado a través de rituales prohibidos. A ellos se les confiere el solemne y sagrado deber de atenuar los deseos terrenales de nuestra comunidad religiosa, dentro del más estricto secreto.
Con voz temblorosa por la emoción, y al tiempo que sus amplias manos descendían de los hombros de la muchacha hasta su cintura, tomándola a modo de abrazo el padre susurró a su oído, como hablando en secreto:
— Para ti, que ya probaste el ilegitimo y prohibido placer de la masturbación a través de uno de esos rituales, está indicado el recurso de este sagrado oficio. De esta manera no sólo te será borrado y perdonado el aberrante pecado que ya cometiste, sino que se te permitirá disfrutar legítimamente de esos deliciosos éxtasis, de esas insuperables sensaciones de dicha arrobadora que solo es correcto que la sientas cuando es provocada por los fieles servidores de la iglesia. Nadarás en un mar de placeres sensuales, sin incurrir en las penalidades resultantes de los amores ilícitos. La absolución seguirá a cada uno de los abandonos de tu dulce cuerpo para recompensar a la iglesia a través de sus ministros, y serás premiada y sostenida en tu piadosa labor a través de la contemplación o mejor dicho, de la participación de las intensas y fervientes emociones que el delicioso disfrute de tu hermoso cuerpo tiene que provocar también en nosotros, nunca más tendrás necesidad de masturbarte hija mía, pues de aquí en adelante debes dejar que esa juvenil necesidad que quema tu cuerpo, quede a cargo de este servidor de Dios, que en esa forma impedirá que caigas en el pecado de hacerlo tu misma.
Bella oyó la insidiosa proposición con sentimientos mezclados de alivio sorpresa y placer.
Los poderosos y lascivos impulsos de su ardiente naturaleza despertaron en el acto ante la descripción ofrecida a su fértil imaginación. ¿Cómo dudar ante ésas clarísimas afirmaciones? ¿Una masturbación?, pero hecha por el propio padre Ambrosio, la mente de Bella en ese momento estaba convertida un torbellino de imágenes y de preguntas que no se atrevía a hacer.
El piadoso sacerdote acercó el complaciente cuerpo de su penitente hacia él y depositó un beso en cada mejilla muy cerca de su boca, luego contempló el hermoso rostro de Bella enrojecido por la excitación que esos besos la habían provocado y de inmediato el abusivo sacerdote estampó un largo y cálido beso en los rosados labios de Bella quien con los ojos desorbitados por la sorpresa se mantenía boquiabierta embonando sus labios con los del sacerdote.
— Madre Santa —murmuró Bella, sintiendo cada vez más excitados sus instintos sexuales—. ¡Esto!... Yo quisiera... me pregunto... ¡no sé qué decir!
— Inocente y dulce criatura. Es misión mía la de instruirte. En mi persona encontrarás el mejor y más apto preceptor para la realización de los ejercicios que de hoy en adelante tendrás que llevar a cabo.
El padre Ambrosio cambió de postura. En aquel momento Bella advirtió por vez primera su ardiente mirada de sensualidad, y casi le causó temor descubrirla. También fue en aquel instante cuando se dio cuenta de la enorme protuberancia que descollaba haciendo presión en la parte frontal de la sotana del santo padre, algo que ella siempre había visto en cuanto un caballero hacía contacto con su cuerpo y que en más de una ocasión los veía hacer esfuerzos por disimular esa embarazosa situación, pero a diferencia de ellos, el excitado sacerdote apenas se tomaba el trabajo de disimular su estado y sus intenciones.
Es hora de que descorramos el velo que cubre el verdadero carácter de este hombre. Lo hago respetuosamente, pero la verdad debe ser dicha. El padre Ambrosio era la personificación viviente de la lujuria. Su mente estaba en realidad entregada a satisfacerla y sus fuertes instintos animales, su ardiente y vigorosa constitución, al igual que su indomable naturaleza, lo identificaban con la imagen física y mental del sátiro de la antigüedad. El padre Ambrosio era de los contados hombres capaces de controlar sus instintos pasionales en circunstancias como las presentes. Continuos hábitos de paciencia en espera de alcanzar los objetos propuestos, el empleo de la tenacidad en todos sus actos y la cautela convencional propia de la orden a la que pertenecía, no se habían borrado por completo no obstante su temperamento fogoso y aunque de natural incompatible con la vocación sacerdotal y de deseos tan violentos que caían fuera de lo común, había aprendido a controlar sus pasiones hasta la mortificación. Pero Bella sólo lo conocía como el padre santo que no sólo le había perdonado su grave delito, sino que le habla también abierto el camino por el que podía dirigirse, sin pecado a gozar de los placeres que tan firmemente tenía fijos en su juvenil imaginación.
Pronto atrajo hacia él a la hermosa muchacha y la estrechó entre sus brazos, luego la besó larga y apasionadamente. Apretó el suave cuerpo de ella contra su robusto cuerpo y apretó su dorso para entrar en contacto cada vez más íntimo con su grácil figura haciéndola que levantara la cara y echara la cabeza hacia atrás para dejar expuesto su hermoso y largo cuello al libidinoso y desenfrenado besuqueo que el santo varón aplicaba con el ansia de un presidiario mientras la joven se mantenía inmóvil y con los brazos caídos, sin embargo el buen padre quería probar el aguante de su víctima en una forma que no dejara duda de su completa obediencia, para esto la soltó y la hizo girar su cuerpo hasta quedar de espaldas a ella y de nuevo la volvió a abrazar rodeando la breve cintura de su rendida penitente para hacerla sentir la presión de su potencia en esas redondeces por las que tanta atracción sentía. El Padre continuó apretándola, cargándola, tallándola, haciéndola inclinarse para luego estirarle los brazos como si fueran riendas, manteniendo en todo momento ese increíble nalgatorio en contacto continuo con su incontrolable protuberancia masculina sin que la joven opusiera la menor resistencia o emitiera la mínima protesta, ni siquiera cuando pasó sus velludas manos bajo su blusa para tomarla por los senos haciéndola retorcerse de placer con los ojos cerrados cuando inició una impúdica exploración en la que sus regordetes dedos comprobaban el severo endurecimiento de los pezones provocado por la excitación de todas esas libidinosas acciones. Todas esas posiciones en que la agasajaba no eran otra cosa que emulaciones de las formas en que llegado el momento tendría que rendirle servicio a los degenerados e incontrolables apetitos del lujurioso sacerdote.
Levantándose rápidamente alzó el ligero cuerpo de la joven Bella y colocándola sobre el cojín en el que estuvo sentado él momentos antes, la colocó de espaldas y desató su ropa como si fuera un regalo que urge ver y cuando la femenina ropa estuvo lo suficientemente desatada, contempló por un instante el increíble cuerpo de Bella, era una combinación de frágil modelo con el radiante tono muscular de una aguerrida gimnasta, la perfección de los senos, el exquisito talle y el lampiño blanco y plano vientre, eran en conjunto una invitación al placer. Aquello era demasiado para nuestro buen padre Ambrosio que en ese momento estaba absorto con la contemplación de ese cuerpo perfecto que ahora estaba en su poder, no dejaba de felicitarse a si mismo por el éxito de su infame treta. En efecto, él lo había planeado todo, puesto que facilitó los sucesos con los que la atrapó entregándose a sus ardorosos juegos sexuales, a escondidas se agazapó cerca del lugar para contemplar con centelleantes ojos la masturbación de su bella penitente, ahora ésta inocente y virginal criatura estaba a punto de conocer el único tipo de masturbaciones que serían permitidas para ella, las cuales como bien dijo el buen padre, tendrían que ser aplicadas por él mismo. Ahora el buen padre se disponía a cosechar los frutos de su superchería.
Sin decir palabra, el santo padre montó sobre el improvisado camastro e inclinó su rostro hasta tocar el abdomen de la chica, succionando la parte baja de las costillas en un meticuloso e interminable agasajo que provocaba contracciones y espasmos en el cuerpo de Bella que en ese momento gemía de placer tocando a modo de defensa con sus manos la rapada y picante cabeza del padre Ambrosio mientras sentía como el agasajo se dirigía lenta pero inexorablemente hacia su excitada vulva vaginal, y una vez ahí pudo sentir como el lujurioso sacerdote hundía esa rasurada cara en su regazo y lamía con impudicia tan adentro como le era posible entrar en su húmeda vaina, y en breve, el lujurioso sacerdote dióse a succionar tan deliciosamente el turgente clítoris, que Bella, en un arrebato de éxtasis pasional, sacudido su joven cuerpo con espasmódicas contracciones de placer, de nuevo la chica sentía aproximarse la sensación que ya había experimentado en el jardín de su casa, pero esta vez era provocada por la laboriosa lengua que momentos antes la convenciera de su total entrega, y entre gritos de placer y sacudidas de su dorso que parecían estertores de muerte, derramó la dulce emisión femenina de su sexo, misma que el santo padre engulló cual si fuera un flan. Para el indisoluto sacerdote era un manjar de dioses paladear el primer néctar de esa chiquilla, arrancado de su cuerpo a través de la terrible emoción que le provocó con esa santificada masturbación, emulando la perversa caricia que una laboriosa abeja hace a la más bella flor, la cual no tiene otra opción que permanecer inmóvil.
Una vez que pasó la explosión emocional que había sacudido su cuerpo, Bella cayó hacía atrás, derrumbándose sobre su espalda, totalmente desfallecida y sin fuerzas, mientras sentía al lujurioso sacerdote gruñir y forcejear para seguir unido a ella con la misma terquedad con la que un fiero can reclama su alimento, el impacto emocional había sido de tal magnitud que Bella no podía mover ni un solo dedo y solo se estremecía mordiéndose su labio inferior mientras seguía sintiendo el bárbaro agasajo que el fiero sacerdote daba a sus partes intimas, haciéndola sentir como si la más tenaz y despiadada de las fieras estuviera comiéndosela viva, situación que el sádico sacerdote prolongó el mayor tiempo posible.
Pero todo lo que empieza tiene que terminar y el bestial agasajo por fin terminó. Siguieron unos instantes de tranquila inmovilidad, Bella reposaba sobre su espalda. Con los brazos extendidos a ambos lados y la cabeza caída hacia atrás, en actitud de delicioso agotamiento tras las violentas emociones provocas por el canino proceder del reverendo padre.
El escultural pecho de Bella se agitaba todavía bajo la violencia de sus transportes y sus hermosos ojos permanecían cerrados en lánguido reposo, la masturbación que le había practicado el padre Ambrosio la había hecho gozar mil veces más que la inocente masturbación practicada por ella en el jardín de su casa.
El osado sacerdote estaba sumamente complacido por el éxito de una estratagema que había puesto en sus manos una víctima y también por la extraordinaria sensualidad de la naturaleza de la joven que había capturado y el evidente deleite con el que ésta se entregaba a la satisfacción de sus deseos. Tras uno de sus largos y prolongados periodos de abstinencia en espera paciente de sus objetivos, por fin había logrado capturar a la víctima con la que desde hacía mucho quería desfogar su espantosa lujuria, todos los delicados encantos de ese cuerpo perfecto eran suyos y se regodeaba disfrutando lo indecible con la idea de todo lo que tenía planeado hacerle a esta inocente chiquilla. Ahora, una por una de las virginidades de esta jovencita irían cayendo en poder de este degenerado sacerdote.
Y sin más rodeos, el buen padre al comprobar la total y absoluta docilidad de su joven y bella penitente y sin poder soportar por más tiempo la presión de su erección, dejó a Bella parcialmente en libertad para trepar al mueble hasta colocarse frente a su rostro y abrir el frente de su sotana y sin el menor pudor, dejó expuesto a los atónitos ojos de la jovencita un miembro cuyas gigantescas proporciones grado de erección y rigidez la dejaron sorprendida.
Es imposible describir las encontradas sensaciones despertadas en Bella por el repentino descubrimiento de aquel formidable instrumento a escasos centímetros de su rostro. Su mirada se fijó instantáneamente en aquello al tiempo que el padre advirtiendo su asombro pero descubriendo que en él había más señales de curiosidad que de rechazo, lo colocó tranquilamente sobre su blanco pecho, muy cerca de su largo y delicado cuello. Tras las emociones que había experimentado, sentir el caliente contacto con tan tremenda cosa hizo que se apoderara de Bella un terrible estado de excitación.
Tanto la visión como el contacto de tan notable miembro hacían que la jovencita sintiera en su pecho el calido cosquilleo de las sensaciones lascivas que empezaban a despertar en su mente y asiendo el inmenso objeto lo mejor que pudo con sus manecitas lo palpó sintiendo el tremendo calor que esa parte del cuerpo del santo padre le transmitía a sus frescas manos.
— ¡Oh. padre! ¡Qué cosa tan increíble! — Exclamó Bella — ¡Por favor, padre Ambrosio, decidme cómo debo proceder para aliviar de esos sentimientos que según dice usted tanto lo inquietan!
El padre Ambrosio estaba demasiado excitado para poder contestar, tomó la mano de ella con la suya y la hizo sujetar su enorme objeto, jalándolo suavemente hacía arriba y hacía abajo.
— Santo Dios! Padre, ¡Esto es enorme! —murmuró Bella—.
El placer del santo padre era intenso y el que él le había provocado a Bella con su lengua, aún no se apagaba.
La chica siguió presionando el miembro del sacerdote con la suave caricia de su mano, mientras contemplaba con aire inocente la cara de él. Después le preguntó en voz queda si ello le proporcionaba gran placer y si por lo tanto tenía qué seguir actuando tal como lo hacía.
Entretanto, la enorme verga del padre Ambrosio engordaba y crecía todavía más por efecto del excitante cosquilleo al que lo sometía la jovencita.
— Espera un momento. Si sigues frotándolo de esta manera me voy a venir —dijo el padre por lo bajo. — Será mejor retardarlo todavía un poco.
— ¿Se vendrá, padrecito? — inquirió Bella ávidamente —. ¿Qué quiere decir eso?
¡Ah, mi dulce niña, tan adorable por tu belleza como por tu inocencia! ¡Cuán divinamente llevas a cabo tu excelsa misión! —exclamó Ambrosio, encantado de abusar de la evidente inexperiencia de su joven penitente y de poder así envilecerla más. — Venirse significa completar el acto por medio del cual se disfruta en su totalidad del placer venéreo y supone el escape de una gran cantidad de semen, un fluido blanco y espeso del interior de la cosa que sostienes entre tus manos y que al ser expelido proporciona igual placer al que la arroja que a la persona que en el modo que sea la recibe. Tal como lo hacen las mujeres de esos videos que me has contado en tus confesiones.
Bella recordó entonces haberle confesado al padre lo que veía en los videos pornográficos que a veces recibía de sus amigos y entendió enseguida a lo que el padre Ambrosio se refería, había visto decenas de veces esos videos en los que la cara de la prostituta terminaba bañada en semen tras hacer un artístico servicio oral.
Y viendo que poco a poco, el padre Ambrosio colocaba ese descomunal miembro cada vez más cerca de su cara, Bella preguntó con aire de súplica.
— ¡Padre!... ¡Padrecito!... Entonces, querés decir que yo….
El clásico acento europeo de Bella se quebraba en ese momento, pareciéndose más al de las sensuales hijas del “Rió de la Plata”. Y sin poder soportar por más tiempo la respuesta, el padre Ambrosio exclamó excitado:
— ¡Quiero que la mames! preciosa, quiero que la coloques en tu dulce boca y la succiones como lo haces con esas paletas de dulce.
Sin embargo Bella sabía que había formas recomendadas para hacer eso sin recibir la descarga, por lo que tímidamente volvió a preguntar:
— ¡Padre!, mi buen padrecito, ¿y no se usa un protector para esto?
Bella angustiada esperaba la respuesta mientras seguía pensando en su interior: “Decime que si Padrecito… Plis”. Sin embargo el buen padre Ambrosio respondió decidido:
— ¡De ninguna manera hija mía!, nuestra santa madre iglesia prohíbe terminantemente el uso de condones, así como el desperdicio del semen, razón por la cual deberás recibir los chorros del viscoso y blanco liquido de esta verga muy, pero muy adentro de tu boca.
Bella pregunto inquieta: — ¿Tengo que tragármelos padre?
— ¡Todos hija mía!, hasta la última gota — Respondió Ambrosio.
Sintiéndose obligada y en deuda por el éxtasis paradisíaco al que había sido sometida, comprendió que debía devolver el favor, con la misma ferviente pasión con el que a ella le fue hecho.
Enseguida, Bella inclinó la cabeza. El objeto de su adoración exhalaba un perfume difícil de definir, pero que de alguna forma la excitaba. Lentamente lo acercó a su cara, y pegó su mejilla para frotarlo, luego con mil trabajos logró dominar el rechazo que sentía y depositó sus abultados y sensuales labios sobre el extremo superior, cubrió con su adorable boca la endurecida punta, de la que empezaba a erupcionar la primera gota de lo que sería una copiosa y continua espermatorrea, luego besó ardientemente el reluciente miembro, pronto comprobó que las gotas que exudaban de la dura punta a pesar de que eran tan viscosas y pegajosas como la medula de la sábila, no tenían mal sabor.
— ¿Cuál es el nombre correcto de este fluido? Padre — preguntó Bella, alzando una vez más su lindo rostro.
––Tiene varios nombres —replicó el santo varón —. Depende de la clase social a la que pertenezca la persona que lo menciona. Pero entre nosotros, hija mía, lo llamaremos “leche”, puesto que es blanco y sale de la ubre que ahora acaricias con tu rostro.
Excitado por las inocentes preguntas de su bella penitente, y por la indecisión de la misma para entrar en acción, el padre Ambrosio se adentró por su cuenta en la boca de Bella, pero luego de unos instantes, con el pretexto de hacer otra pregunta, la chica con gran delicadeza, movió su cabeza hacía un lado para librarse aunque fuera por un momento.
— ¡Padre!... ¿Y cómo es una masturbación para usted?
Sin mediar palabra, el padre Ambrosio volvió a introducir su largo miembro en la boca de Bella, esta vez tan adentro que presionaba su fina garganta, para en seguida empuñar el tronco raíz con una de sus manos, y darle tremendas jaladotas a todo el largo que quedaba afuera de la boca de Bella. Luego de la febril demostración, le dijo:
— ¡Lo vez Preciosa!... Así es como se hace una puñeta. Acto criticable que sustituye al principal de los actos del rito venéreo, la copulación permitida de la que ya hemos hablado. Por consiguiente debemos sustituirla por este otro medio, en el que tus labios harán el mismo trabajo que viste hacer a mi puño, hasta que llegue el momento en que se aproximen los espasmos que acompañan a la emisión. Llegado el instante, a una señal mía presionaras para darle entrada en tu garganta a la cabeza de este objeto, hasta que expelida la última gota, me retire satisfecho, por lo menos temporalmente.
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