El ritmo del Océano mece los transatlánticos,
Y en el aire donde los gases bailan como peonzas,
Mientras silba el rápido heroico que llega a Le Havre,
Avanzan como osos, los marineros atléticos.
¡Nueva York! ¡Nueva York! ¡En ti quisiera vivir!
Allí veo la ciencia casada
Con la industria,
En una audaz modernidad.
Y en los palacios,
Globos,
Deslumbrantes para la retina,
Por sus rayos ultravioletas;
El teléfono americano,
Y la suavidad
De los ascensores...
El navío provocante de la Compañía Inglesa
Me vio tomar asiento a bordo terriblemente excitado,
Y muy feliz del confort del hermoso navío de turbinas
Así como de la instalación eléctrica,
Iluminando a chorros el trepidante camarote.
El camarote incendiado de columnas de cobre,
Sobre las que, unos segundos, gozaron mis manos ebrias
De tiritar bruscamente en el frescor del metal,
Y enfriar mi apetito con esa zambullida vital,
Mientras que la verde impresión del olor del barniz nuevo
Me gritaba la fecha clara, cuando relegando las facturas,
En el verde loco de la hierba, rodaba yo como un huevo.
¡Cómo me embriagaba mi camisa!, y por sentirte estremecer
A la manera de un caballo, ¡sentimiento de la naturaleza!
¡Cómo me habría gustado pacer! ¡Cómo me habría gustado correr!
Y qué bien estaba en el puente, bamboleado por la música;
Y qué potente es el frío como sensación física,
¡Cuando llegamos a respirar!
Por fin, al no poder relinchar y al no poder nadar,
32 Conocí gente entre los pasajeros,
Que miraba bascular la línea de flotación;
Y hasta que vimos juntos los tranvías de la mañana correr
[en el horizonte,
Y blanquear rápidamente las fachadas de las casas,
Bajo la lluvia, y bajo el sol, y bajo el circo estrellado,
¡Bogamos sin contratiempos hasta siete veces veinticuatro
[horas!
El comercio ha favorecido mi joven iniciativa:
Ocho millones de dólares ganados en las conservas
Y la célebre marca con la cabeza de Gladstone
Me han dado diez vapores de cuatro mil toneladas cada uno,
Que enarbolan banderas con mis iniciales bordadas,
E imprimen sobre las olas mi potencia comercial.
Poseo igualmente mi primera locomotora:
Ella sopla su vapor como los caballos bufan,
Y, doblegando su orgullo bajo los dedos profesionales,
Se desliza locamente, rígida sobre sus ocho ruedas.
Acarrea un largo tren en su aventurada marcha,
Por el verde Canadá de bosques inexplotados,
Y atraviesa mis puentes de caravanas de arcos,
Al alba, los campos y los trigos familiares;
O, creyendo distinguir una ciudad en las noches estrelladas,
Silba infinitamente a través de los valles,
Soñando con el oasis: la estación de cielo de cristal,
En las matas de raíles que cruza por miles,
Donde, remolcando su nube, hace rodar su trueno.
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