Al fin! Tengo tu primer telegrama, esta mañana a las nueve y media... ¡No reemplaza una carta, y además ha pasado por tantas manos (telegrama a ocho manos) que ya nada tuyo contiene, salvo unos rápidos «cariños» a través del espacio!
Perdóname la carta desconsolada que recibirás al mismo tiempo que esta. ¡Fui demasiado infeliz! Y esta noche, incapaz de dormir, con la doble inquietud de no tener noticias tuyas y saberte envuelta en preocupaciones...
Durante esta noche, en que tuve la sincera impresión de que me iba a morir, pensé que sería imposible aceptar en el futuro invitaciones para dirigir conciertos a través de Europa. Solo con pena me atrevo a escribirlo, pero tengo que confesar mi espantoso miedo de perder tu amor. Cada viaje me quita un poco de él; al final terminaré por ser para ti nada más que un extranjero que pasa y al cual no se necesita atarse ya... En mí, produce el efecto contrario: tus más mínimos gestos, los malos como los tiernos, adquieren un valor que duplica mi angustia. No hay que esperar cambiar los actos del destino; sobre todo, no hay que invitarlo a hacer trampa...
Tu pobre Claude tan solo, que necesita de ti, pequeña mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario