8/12/10



La flor del frasco de cacahuetes que estaba antes en la cocina está
retorcida en busca de un lugar donde haya luz,
la puerta del armario se abrió, ya que lo utilicé antes, gentilmente
ha permanecido abierta esperándome a mí, su dueño.
Comencé a sentir mi miseria en el jergón sobre el suelo, escuchando
música, mi miseria, es por eso por lo que deseo
cantar.
La habitación se cerró sobre mí, yo esperaba la presencia del Creador,
vi las paredes y el techo pintados de gris, contenían mi
habitación, me contenían a mí
de la misma forma en que el cielo contenía mi jardín,
abrí la puerta
La parra virgen trepaba por el poste del porche, las hojas
en la noche seguían aún en el lugar en el que las había situado el
día, las cabezas de animal de las flores donde habían surgido
para pensar hacia el sol
¿Puedo acaso recuperar las palabras? ¿Acaso el pensamiento
o la transcripción nublarán la visión de mi avizor ojo
mental?
La bondadosa búsqueda de crecimiento, el gracioso deseo
de existir de las flores, mi casi éxtasis por vivir entre ellas.
El privilegio de ser testigo de mi existencia —también tú
debes buscar el sol...
Mis libros apilados ante mi para que los use
esperando en el espacio donde los situé, no han desaparecido,
el tiempo ha dejado atrás sus remanentes y cualidades para que
yo las utilice — mis palabras amontonadas, mis textos, mis manuscritos,
mis amores.
Tuve un instante de clarividencia, presencié el sentimiento
en el corazón de las cosas, salí caminando al jardín con los ojos
anegados en lágrimas.
Vi los rojos capullos a la luz de la noche, el sol se ha ido,
todos habían crecido, en un momento, y estaban esperando inmóviles
en el tiempo esperando a que el sol del día naciera y les otorgara...
Flores que como en un sueño en el ocaso yo regaba
fielmente sin saber cuánto las amaba.
Estoy tan solo en mi gloria — excepto que ellos están
también ahí fuera. Alcé la mirada — esos rojos capullos de arbusto
que me llaman y se asoman a la ventana esperando con ciego amor,
también sus hojas tienen esperanza y están vueltas hacia el cielo para
recibir — toda la creación está abierta para recibir — la propia y
plana tierra.
La música desciende, como lo hace el esbelto tallo
arqueado por el pesado capullo, porque tiene que hacerlo, para
permanecer viva, para continuar hasta la última gota de felicidad.
El mundo conoce el amor que anida en su pecho como en
la flor, el sufriente y solitario mundo.
El Padre es misericordioso.
El enchufe de la luz está toscamente fijado al techo,
después que la casa fuera construida, para recibir un enchufe que
encaja en él y que da ahora servicio a mi fonógrafo...

La puerta del armario está abierta para mí, donde la dejé,
desde que la dejé abierta ha permanecido graciosamente abierta.
La cocina carece de puerta, el hueco que tiene me
admitiría caso de que deseara penetrar en la cocina.
Recuerdo la primera vez que me llevaron a la cama, H.B.
graciosamente se apoderó de mi cereza *, me senté en los muelles de
Provincetown, a los 23 años, gozoso, elevado en mi esperanza con el
Padre, la entrada al útero estaba abierta para darme entrada si es
que así lo deseaba.
Existen enchufes sin utilizar por toda mi casa si es que
alguna vez los necesito.
La ventana de la cocina está abierta para dejar entrar el
aire...
El teléfono — triste es decirlo — reposa en el suelo — no
tengo dinero para que me den línea.
Quiero que la gente haga reverencias al verme y que diga
le ha sido otorgado el don de la poesía, ha sido testigo de la presencia
del Creador.
Y el creador me dio una dosis de su presencia para
gratificar mi deseo, para no defraudar así mi anhelo de él.


Berkeley, 1955





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