30/7/10

La vida humana como poema




Creo que, desde un punto de vista biológico, la vida humana es casi como un poema.
Tiene su ritmo y su cadencia, sus ciclos internos de crecimiento y decaimiento. Comienza con
la inocente niñez, seguida por la torpe adolescencia en la que trata desmañadamente de
adaptarse a la sociedad madura, con sus pasiones y sus locuras juveniles, sus ideales y
ambiciones; luego llega a la virilidad de intensas actividades, aprovechando la experiencia y
aprendiendo más sobre la sociedad y la naturaleza humana; en la edad madura hay un leve
aflojamiento de la tensión, un endulza-miento del carácter como cuando madura la fruta o se
hace más suave el vino bueno, y la adquisición gradual de un criterio de la vida más tolerante,
más cínico y a la vez más bondadoso; entonces, en el ocaso de nuestra vida, las glándulas
endocrinas disminuyen su actividad, y si tenemos una verdadera filosofía de la ancianidad y
hemos ordenado el patrón de nuestra vida conforme a ella, es ésta para nosotros la edad de
paz y seguridad y holganza y contento; finalmente, la vida se apaga y llega uno al sueño
eterno, para no despertar jamás. Deberíamos ser capaces de sentir la belleza de este ritmo de
la vida, de apreciar, como hacemos en las grandes sinfonías, su tema principal, sus acordes de
conflicto y la resolución final. Los movimientos de estos ciclos son casi siempre iguales en la
vida normal, pero la música debe ser dada por el individuo mismo. En algunas almas, la nota
discordante se hace más y más áspera, y finalmente abruma o sumerge a la melodía principal.
A veces la nota discordante gana tanto poder que ya no puede seguir la música, y el individuo
se mata con una pistola o salta a un río. Pero esto es porque su leitmotiv original fue apagado
ya sin esperanza, por falta de una buena autoeducación. De otro modo la vida humana normal
corre a su fin normal en una especie de digno movimiento, de procesión. Hay, a veces, en
muchos de nosotros demasiados ataccatos o impetuosos, y porque el tiempo va mal, la música
no es agradable al oído; podríamos tener algo más del grandioso ritmo y el majestuoso tiempo
del Ganges, que afluye lenta y eternamente al mar.
Nadie puede decir que una vida con niñez, virilidad y ancianidad no es una hermosa
concertación; el día tiene su mañana, mediodía y atardecer, y el año tiene sus estaciones, y
bien está que así sea. No hay bien ni mal en la vida, sino lo que está bien de acuerdo con la
propia estación. Y si asumimos este criterio biológico de la vida y tratamos de vivir de acuerdo
con las temporadas, nadie sino un tonto envanecido o un idealista imposible puede negar que
la vida humana puede ser vivida como un poema. Shakespeare ha expresado esta idea más
gráficamente en su pasaje acerca de las siete etapas de la vida, y un buen número de
escritores chinos han dicho casi lo mismo. Es curioso que Shakespeare no fuese nunca muy
religioso, ni muy interesado en la religión. Creo que ésa fue su grandeza; tomaba la vida
humana casi como era, y se entrometía tan poco en el plan general de las cosas como en los
personajes de sus obras. Shakespeare era como la Naturaleza misma, y este es el mayor
elogio que podemos hacer a un escritor o a un pensador. No hizo más que vivir, observar la
vida y marcharse.

de:  La importancia de vivir
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