3/4/10
La canción del viejo marino ( Parte cuarta)
El invitado a la boda teme que sea un espíritu quien le habla.
«Miedo me das, viejo marino,
¡miedo me da tu mano flaca!
y eres largo, fino y moreno
como la arena de las playas».
Pero el viejo marino le responde por su vida corporal, prosigue el relato
de su horrible penitencia.
«Miedo me dan tus ojos vivos
y tus resecas manos frías».
-«¡No temas, huésped de la boda!
mi cuerpo vive todavía.
¡Solo, solo, cruelmente solo,
solo en un ancho, un ancho mar!
y de mi alma en agonía
ningún santo tuvo piedad».
Desprecia las criaturas del mar en calma.
¡Y tales hombres, tan hermosos,
yacían muertos a mis pies!
y mil viles criaturas del fango
viven, y yo vivo también.
Y las envidia, pues que pueden vivir cuando tantos han muerto.
Y hacia el podrido mar miré,
y aparté con horror la vista;
al puente podrido miré,
y los muertos allí yacían.
Miré al cielo, quise rezar,
mas, cuando alzaba la oración,
un impío susurro me puso
de polvo seco el corazón.
Fuertemente apreté los párpados:
como arterias mis ojos latían:
porque el cielo y el mar, porque el mar y el
espacio,
eran plomo en mis ojos cansados,
y a mis pies los muertos yacían.
Pero la maldición vive para él en los ojos de los marineros muertos.
Y les corría un sudor frío,
mas no se pudrieron jamás;
la mirada que me lanzaron
no la podré nunca olvidar.
Un huérfano, cuando maldice,
puede un ángel lanzar al infierno;
¡pero es más cruel la maldición
en las pupilas de los muertos!
y a mí, que no pude morir,
siete días me maldijeron.
En su soledad y en su quietud, es consolado por la luna errante y por las estrellas
que la acompañan, y que ahora giran con ella. Y dondequiera el cielo azul les pertenece,
es su natural reposo, su tierra natal, y su propio natural hogar: En el cual entran sin anunciarse,
como señores que se saben esperados; y empero hay un júbilo silencioso a su llegada.
La luna móvil ascendió,
la luna viajó por el cielo;
y suavemente se movían
al lado suyo, dos luceros.
Sus rayos, rocío de abril,
del mar oprimido mofaban;
mas, donde la nave era sombra,
ardían las mágicas olas
en espantables llamaradas.
A la luz de la luna advierte las criaturas de Dios en mar en calma.
Y más allá de la gran sombra
vi las serpientes de los mares:
en su blancura se agitaban,
y al saltar, la luz encantada
partíase en blancos cendales.
Y entre la sombra del navío
miré en sus cuerpos ricos tonos:
verde, azul y velludo negro;
saltaban, y sus movimientos
eran relámpagos de oro.
¡Oh cosas vivas! nadie puede
su belleza feliz explicar:
fuente de mi amor surtió mi pecho;
y las bendije a mi pesar.
Piedad tal vez tuvo mi santo,
y las bendije a mi pesar.
Empieza a romperse el encanto.
En ese instante rezar pude;
y, desprendido de mi cuello,
como un plomo cayó y se hundió
el Albatros en el océano.
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