26/4/15

Marian




I hear you calling Marian
Across the water, across the wave
I hear you calling Marian
Can you hear me calling you to
Save me,
save me,
save me
from the
Grave...

Anna Ajmátova


“Veintiuno. Noche. Lunes.
El contorno de la capital en la bruma.
Un vago inventó
que el amor existe sobre la tierra.
Por aburrimiento o por cansancio
todos le creyeron y así viven:
aguardan los encuentros, temen las despedidas
y cantan canciones de amor.
Para otros se revela el misterio
y los invade el silencio…
Yo di con esto por casualidad
y desde entonces ando como enferma.”

Egon Schiele







































Cardinal and Nun (1912)

Opium Tea






Daidō Moriyama


Germaine Krull
























Germaine Krull - Etude de Nu, années 1930

Carl Jung



“There is no coming to consciousness without pain. People will do anything, no matter how absurd, in order to avoid facing their own soul. One does not become enlightened by imagining figures of light, but by making the darkness conscious”


— Carl Jung

7/9/14

De todos cuantos anhelan tu presencia







De todos cuantos anhelan tu presencia
como una mañana,
De todos cuantos padecen tu ausencia
como una noche,
Como el destierro inapelable del sol sagrado
Allende el firmamento; de todos los dolientes que a cada instante
Te bendicen por la esperanza, por la vida, ah,
y sobre todo,
Por haberles devuelto la fe extraviada, enterrada
En la verdad, en la virtud, en la raza del hombre…

De todos aquellos que, cuando agonizaban
en el lecho impío
De la desesperanza, se han incorporado de pronto
Al oírte susurrar con dulzura: “¡Que haya luz!”,
Al oírte susurrar esas palabras acentuadas
Por el sereno brillo de tus ojos…

De todos tus numerosos deudores,
cuya gratitud
Raya la veneración, recuerda, oh,
no olvides nunca
A tu devoto más ferviente, al más incondicional,
Y piensa que estas líneas vacilantes
las habrá escrito él,
Ese que ahora, al escribirlas,
se emociona pensando
Que su espíritu comulga con el espíritu
de un ángel.



Good Morning Heartache



25/7/14

Trabajar Cansa (1.°)


 


Los dos, tendidos sobre la hierba, vestidos, se miran a la cara
Entre los tallos delgados: la mujer le muerde los cabellos
Y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe turbada.
Coge el hombre su mano delgada y la muerde
Y se apoya en su cuerpo. Ella le echa, haciéndola dar tumbos.
La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada.
La muchacha, sentada, se acicala el peinado
Y no mira al compañero, tendido, con los ojos abiertos.

Los dos, ante una mesita, se miran a la cara
Por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar.
De vez en cuando, les distrae un color más alegre.
De vez en cuando, él piensa en el inútil día
de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer
que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos.
Si con su piel le toca la pierna, bien sabe
que mutuamente se envían miradas de sorpresa
y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres que pasan
no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos
se desnudarán con un hombre. O es que acaso las mujeres
sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada.

Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún las mejillas
enrojecidas por el sol. En su corazón le guarda gratitud.
Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado en un bosque,
interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía le quema.
Estrecha consigo el verde ramillete –recogido de la roca de una cueva-
De hermoso adianto y envuelve al compañero
con una mirada embelesada. Él mira fijamente la maraña
de tallos negruzcos entre el verde tembloroso
y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña
-presentida en el regazo del vestido claro-
y la mujer no lo advierte. Ni siquiera la violencia
le sirve, porque la muchacha, que le ama, contiene
cada asalto con un beso y le coge las manos.

Pero esta noche, una vez la haya dejado, sabe dónde irá:
volverá a casa, atolondrado y derrengado,
pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado
la dulzura del sueño sobre el lecho desierto.
Solamente –y ésta será su venganza- se imaginará
que aquel cuerpo de mujer que hará suyo
Será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella.



de: Historia abreviada de la literatura Portatil.





“En otros tiempos el viento era una persona, concretamente una negra espectral. Se convirtió en un ser con plumas y voló porque ya no podía andar como antes; en efecto, voló y habito en la montaña. De modo que voló. En otros tiempos era una negra espectral; por eso en otros tiempos mataba misioneros. Se convirtió en un ser con plumas, y entonces voló, habito en una gruta de la montaña. Va a dormir en ella, se despierta temprano y sale; vuela lejos; otra vez vuela lejos. Retorna a su casa porque siente que necesita buscar sustento. Come otra vez, y otra, y otra; retorna a su casa; de nuevo, vuelve a ella para dormir.”


Enrique Vila-Matas. Historia abreviada de la literatura Portatil.

Canciones de amor y de lluvia



Que no llorará al nacer fue el primer indicio de una voluntad — entonces sólo embrionaria — de pasar desapercibido. En las semanas posteriores, sin embargo, se dio cuenta de que ser diferente podía perjudicarle y se esforzó en sollozar de vez en cuando, de un modo lo bastante discontinuo para no crear ni alarma ni estrés. Sus padres lo miraban con orgullo. Disfrutaban de las ventajas de tener un hijo sin sufrir los inconvenientes. Comía bien, soportaba los flashes de las cámaras, las onomatopeyas afectuosas y los aludes de diminutivos. Cuando le tocaba dormir, respiraba enfáticamente para que nadie tuviera que molestarse en acercarse a cada rato para comprobar si seguía vivo. Aprendió a hablar y a andar para no defraudar las expectativas de su entorno. La escuela, que tanto suele liberar a los padres negligentes, inauguró un largo paréntesis de calma. Mientras sus compañeros vivían la angustia de los brazos escayolados y de los déficits de atención, él se instaló en una normalidad de crucero. Renunció a tener amigos para no robarles energía que, estaba convencido, les convenía más invertir en cualquier otro.
A la hora del recreo, cuando todos jugaban a preguntarse qué personaje les gustaría ser, él no respondía pero pensaba: el Hombre Invisible. Libre de traumas, cruzó el puente que separa la infancia de la adolescencia. El acné, las poluciones nocturnas y el complejo de Edipo formaban parte de un paisaje que él rechazaba más por prudencia que por espíritu de contradicción. Era consciente de que su actitud podía confundirse con un orgullo malsano pero lo asumía. Cumplir diecisiete años sin haber molestado a nadie fue, además de una proeza, una satisfacción. A diferencia de la mayoría de sus coetáneos, nunca probó las drogas: intuía que los paraísos artificiales acaban siendo tan decepcionantes como los infiernos naturales. Terminó sus estudios con un expediente académico deliberadamente discreto, pensado para ahorrarles a sus padres el disgusto del fracaso o del exceso de brillantez. Si llegó a tener novia fue de entrada por mimetismo y, más adelante, porque le resultaba más fácil continuar que dejarlo. En los momentos de mayor intimidad, procuraba ser intenso, generoso y contorsionista, incluso cuando no entendía el reparto tan poco equitativo de placeres. Cuando ella le dijo que prefería cortar — el verbo estaba de moda —, contuvo el alivio que le producía la ruptura (para no herirla) y reprimió cualquier reacción dramática (para que ella no se sintiera culpable). No tener que enfrentarse a las exigencias del amor le parecía un acto de coherencia y, además, le liberaba del dilema de tener que elegir entre ser infeliz con alguien al que amas demasiado o feliz con alguien a quien no amas lo suficiente. Encontró trabajo en una empresa en la que todos luchaban por competir y en la que nadie reparaba en sus largas ausencias (escondido en el almacén, leyendo libros de historia, preferentemente sobre la "vida inimitable" de Cleopatra y Marco Antonio). Cuando se iba de vacaciones, a lugares siempre diferentes para evitar crear vínculos, le gustaba seguir los itinerarios más convencionales y empaparse de la diversidad de un mundo que, desde la terraza del bus turístico o la cubierta de un crucero, le ofrecía infinitas formas de anonimato. Cuando sus padres murieron, combatió su dolor pensando que ya no tendría que molestarles nunca más. Sin organizar ninguna despedida, dejó su trabajo y aceptó la oferta de, a cambio de alojamiento y un sueldo simbólico, registrar las entradas y salidas de un coto privado de caza. La situación de la cabaña, en la cima de una pista forestal, le permitía contemplar una montaña imponente, un lago sobre cuyas aguas se reflejaban las nubes (sobre todo las tempestuosas) y una vegetación controladamente salvaje.
Cada quince días, un hidroavión le traía provisiones, pilas para la radio y, si alguien se lo hubiera enviado, correo. Quizá fue por el exceso de aislamiento, pero lo cierto es que empezó a tener la impresión de ser un estorbo. Cuando contemplaba el paisaje, advertía que los adjetivos y los sustantivos que le venían a la cabeza no concordaban: bosques transparentes y cielos frondosos en lugar de bosques frondosos y cielos transparentes. Los síntomas eran tan evidentes que no necesitó visitar a ningún especialista para intuir el diagnóstico. Si rechazó la idea del suicidio fue, por un lado, para no tener que importunar a forenses, jueces, notarios y policías, y por otro porque pensaba que las muertes imprevistas siempre dejan un rastro que alguien tiene que limpiar. Si hubiera podido se habría tirado al lago con una piedra atada al cuello, o habría salido a buscar las balas perdidas de los cazadores con peor puntería. Pero se lo impedía su carácter, ni demasiado intrépido ni demasiado cobarde. Envejeció más deprisa de lo que había previsto, sin dar importancia a los cambios de humor (de la euforia a la melancolía, de la cólera a la indolencia), a la caída del pelo y a la expansión de un cuerpo que se desmoronaba a ojos vistas. Un día en que el sol fue especialmente implacable, se concentró en la idea de volverse invisible. No tardó demasiado en notar que, aunque de un modo apenas perceptible, recuperaba parte de la estabilidad anímica perdida. Continuó así durante unas semanas hasta que, lentamente, hallando satisfacción en cada milímetro de mejoría, logró volverse inicialmente borroso, más adelante translúcido y finalmente invisible. De manera que, cuando murió, nadie — ni siquiera él — se enteró.

Pàmies, Sergi. "Canciones de amor y de lluvia". Editorial Anagrama. Barcelona. 2014. p. 23 - 27.


16/7/14

Un muerto Alegre







En una tierra crasa y llena de caracoles

Yo mismo quiero cavar una fosa profunda,

Donde pueda holgadamente tender mis viejos huesos

Y dormir en el olvido como un tiburón en la onda.


Yo odio los testamentos y yo odio las tumbas;

Antes que implorar una lágrima del mundo

Viviente, preferiría invitar a los cuervos

A sangrar todas las puntas de mi osamenta inmunda.


¡Oh, gusanos! negros compañeros sin orejas y sin ojos,

Ved cómo hasta vosotros llega un muerto libre y alegre;

Filosóficos vividores, hijos de la podredumbre,


A través de mi ruina pasad sin remordimientos,

Y decidme si hay aún alguna tortura

Para este viejo cuerpo sin alma ¡y muerto entre los muertos!

de: Historia abreviada de la literatura Portatil.





“En otros tiempos el viento era una persona, concretamente una negra espectral. Se convirtió en un ser con plumas y voló porque ya no podía andar como antes; en efecto, voló y habito en la montaña. De modo que voló. En otros tiempos era una negra espectral; por eso en otros tiempos mataba misioneros. Se convirtió en un ser con plumas, y entonces voló, habito en una gruta de la montaña. Va a dormir en ella, se despierta temprano y sale; vuela lejos; otra vez vuela lejos. Retorna a su casa porque siente que necesita buscar sustento. Come otra vez, y otra, y otra; retorna a su casa; de nuevo, vuelve a ella para dormir.”


2/6/14

POEMA 18




Aquí te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.

Se desciñe la niebla en danzantes figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas estrellas.

O la cruz negra de un barco.
Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto.
Aquí te amo.

Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.
Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos graves,
que corren por el mar hacia donde no llegan.

Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.

Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a cantarme.
La luna hace girar su rodaje de sueño.

Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
Y como yo te amo, los pinos en el viento, quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.

Erik Satie - Piano Works "album"





14/3/14

Vals del Ángelus





Ve lo que has hecho de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala, junto a las letrinas, la de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo.

Ve lo que has hecho de mí, la madre que devora a sus crías, la que se traga sus lágrimas y engorda, la que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los días del año.

Así te he visto, vertiendo plomo derretido en las orejas inocentes, castrando bueyes, arrastrando tu azucena, tu inmaculado miembro, en la sangre de los mataderos. Disfrazado de mago o proxeneta en la plaza de la Bastilla - Jules te llamabas ese día y tus besos hedían a fósforo y cebolla. De general en Bolivia, de tanquista en Vietnam, de eunuco en la puerta de los burdeles de la plaza México.

Formidable pelele frente al tablero de control; grand chef de la desgracia revolviendo catástrofes en la inmensa marmita celeste.

Ve lo que has hecho de mí.

Aquí estoy por tu mano en esta ineludible cámara de tortura, guiándome con sangre y con gemidos, ciega por obra y gracia de tu divina baba.

Mira mi piel de santa envejecida al paso de tu aliento, mira el tambor estéril de mi vientre que sólo conoce el ritmo de la angustia, el golpe sordo de tu vientre que hace silbar al prisionero, al feto, a la mentira.

Escucha las trompetas de tu reino. Noé naufraga cada macana, todo mar es terrible, todo sol es de hielo, todo cielo es de piedra.

¿Qué más quieres de mí?

Quieres que ciega, irremediablemente a oscuras deje de ser el alacrán en su nido, la tortuga desollada, el árbol bajo el hacha, la serpiente sin piel, el que vende a su madre con el primer vagido, el que sólo es espalda y jamás frente, el que siempre tropieza, el que nace de rodillas, el viperino, el potroso, el que enterró sus piernas y está vivo, el dueño de la otra mejilla, el que no sabe amar como a sí mismo porque siempre está solo. Ve lo que has hecho de mí. Predestinado estiércol, cieno de ojos vaciados.

Tu imagen en el espejo de la feria me habla de una terrible semejanza.
 
 
 
 

27/2/14