1/9/13

Libro del desasosiego


EDUCACIÓN SENTIMENTAL (¿)


(...)

Los sentimientos que más duelen, las emociones que más afligen, son los que son absurdos l ansia de cosas imposibles, precisamente porque son imposibles, la añoranza de lo que jamás ha existido, el deseo de lo que podría haber sido, la pena de no ser otro, la insatisfacción de la existencia del mundo. Todos estos mediostonos de la conciencia del alma crean en nosotros un paisaje dolorido, una eterna puesta de sol de lo que somos.

El sentirnos es entonces un campo desierto al oscurecer, triste de juncos al pie de un río sin barcos, negreando claramente entre márgenes alejadas.

No sé si estos sentimientos son una locura lenta del desconsuelo, si son reminiscencias de cualquier otro mundo en que hubiésemos estado -reminiscencias cruzadas y mezcladas, absurdas en la figura que vemos pero no en el origen silo supiésemos. No sé si han existido otros seres que fuimos, cuya mayor plenitud sentimos hoy, en la sombra de ellos que somos, de una manera incompleta- perdida la solidez y figurándonosla nosotros mal en las dos únicas dimensiones de la sombra que vivimos.

Sé que estos pensamientos de la emoción duelen con rabia en el alma. La imposibilidad de figurarnos una cosa a la que correspondan, la imposibilidad de encontrar algo que sustituya a aquella a la que se abrazan en una visión -todo esto pesa como una condena pronunciada no se sabe dónde, o por quién, o por qué.

Pero lo que queda de sentir todo esto es con seguridad un disgusto de la vida y de todos sus gestos, un cansancio anticipado de los deseos y de todas sus maneras, un disgusto anónimo de todos los sentimientos. En estas horas de angustia sutil se nos vuelve imposible, hasta en sueños, ser amante, ser héroe, ser feliz. Todo esto está vacío, hasta de la idea de que existe. Todo esto está dicho en otro lenguaje, para nosotros incomprensible, meros sonidos de sílabas sin forma en el entendimiento. La vida está hueca, el alma está hueca, el mundo está hueco. Todos los dioses mueren de una muerte mayor que la muerte. Todo está más vacío que el vacío. Es todo un caos de cosas ningunas.

Si pienso esto y miro, para ver si la realidad me mata de sed, veo casas inexpresivas, caras inexpresivas, gestos inexpresivos. Piedra, cuerpos, ideas -todo está muerto-. Todos los movimientos son paradas, la misma parada todos ellos. Nada me dice nada. Nada me es conocido, no porque lo extrañe sino porque no sé lo que es. Se ha perdido el mundo. Y en el fondo de mi alma -como única realidad de este momento- hay una congoja intensa e invisible, una tristeza como el ruido de quien llora en un cuarto oscuro.



                                                                                                                                                 3-9-1931.


(...)

La sensación de la convalecencia, sobre todo si se ha hecho sentir /malamente/ en los nervios de la enfermedad que la ha precedido, tiene algo de alegría triste. Hay un otoño en las sensaciones y en los pensamientos o, mejor dicho, uno de esos principios de primavera que, salvo que no caen hojas, parecen, en el aire y en el cielo, el otoño.
El cansancio sabe bien, y lo bien que sabe duele un poco. Nos sentimos un poco aparte de la vida, aunque en ella, como en el balcón de la casa de vivir. Somos contemplativos sin pensar, sentimos sin una emoción definible. La voluntad se tranquiliza, pues no hay necesidad de ella.
Es entonces cuando ciertos recuerdos, ciertas esperanzas, ciertos vagos deseos suben lentamente la rampa de la conciencia, como caminantes vagos vistos desde lo alto del monte. Recuerdos de cosas fútiles, esperanzas de cosas que no dolió que no fuesen, deseos que no tuvieron violencia de naturaleza o de emisión, que nunca pudieron querer ser

(...)


Hay algo de lejano en mí en este momento. Estoy de verdad en el balcón de la vida, pero no exactamente de esta vida. Estoy por cima de ella, y viéndola desde donde la veo. Yace delante de mí, bajando en escalones y resbaladeros, como un paisaje diferente, hasta los humos que hay sobre las casas blancas de las aldeas del valle. Si cierro los ojos, continúo viendo, puesto que no veo. Si los abro, nada más veo, puesto que no veía. Soy todo yo una vaga añoranza del presente, anónima, prolija e incomprendida.


                                                                                                                                             16-7-1932.


En mi, ha sido siempre menor la intensidad de las sensaciones que la intensidad de la conciencia de ellas. He sufrido siempre más con la conciencia de estar sufriendo que con el sufrimiento de que tenía conciencia.
La vida de mis emociones se mudó, desde su origen, a las salas del pensamiento, y allí he vivido siempre más ampliamente el conocimiento emotivo de la vida.
Y como el pensamiento, cuando alberga a la emoción, se vuelve más exigente con ella, el régimen de conciencia en que ha pasado a vivir lo que sentía me ha convertido en más cotidiana, más epidémica, más titilante, la manera como sentía.

(...)


Me encuentro descrito (en parte) en varias novelas, como protagonista de varios enredos; pero lo esencial de mi vida, lo mismo que de mi alma, es no ser nunca protagonista.
No tengo una idea de mi mismo; ni la que consiste en una falta de idea de mi mismo. Soy un nómada de la conciencia de mi mismo. /Se descarriaron durante la lª. guardia los rebaños de mi riqueza intima./
La única tragedia es no poder concebirnos trágicos. He visto siempre claramente mi coexistencia con el mundo. Nunca he sentido con claridad mi falta de coexistir con él; por eso nunca he sido normal.
Hacer es descansar.

Todos los problemas son insolubles. La esencia de que haya un problema es que no hay una solución. Buscar un dato significa no haber un dato. Pensar es no saber existir.



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